El huevo de la serpiente (en 1923 y en 2013)
Henares al día, 02.12.2013
Una de las consecuencias más peligrosas de la Europa del momento es la humillación a la que se está sometiendo a una parte sustancial de su población, especialmente, en el sur. Los efectos de la crisis económica, aun siendo demoledores, no lo son tanto como las recetas ultraliberales que prefiguran un panorama propicio para el populismo y los extremos políticos. El miedo, la pobreza, el paro, el recorte de derechos y el horizonte de un vida misérrima hacen el resto. Así, no es extraño el auge de partidos de extrema derecha en países tan variopintos como Grecia, Holanda, Noruega o Francia. El monstruo de la intolerancia recorre de nuevo Europa.
El político liberal italiano Benedetto Croce decía que toda la historia es contemporánea. Es fácil comprobarlo en las páginas de El huevo de la serpiente (Acantilado, primera ed. 2005, 299 págs.). El libro recoge las crónicas escritas por el periodista Eugenio Xammar durante su etapa de corresponsal de La Veu de Catalunya en Alemania, entre 1922 y 1925. La época es interesantísima y aleccionadora para la actualidad. Incertidumbre, zozobra, recesión y una grave crisis económica y monetaria. Xammar relata con precisión y sin florituras literarias la ocupación francesa en la cuenca del Ruhr y la vejación que sufrió el pueblo alemán después de las condiciones impuestas en el Tratado de Versalles en 1919, tras el fin de la Gran Guerra.
Los artículos del periodista catalán reflejan el ocaso de una sociedad jibarizada por las exigencias de los aliados en Versalles. De la resolución de esas reparaciones dependían la paz y el bienestar de Europa. La torpeza de Francia y de EEUU en las imposiciones al Gobierno alemán, la debilidad de éste y la carestía de la vida como resultado de la inflación extraordinaria del marco generaron el caldo de cultivo necesario para la degradación del alemán medio en Baviera o Renania, primero, y el ascenso de los nazis, después.
El plato fuerte del libro es la entrevista que Xammar realizó a un jovencísimo Hitler en compañía de Josep Pla, entonces también en Berlín en calidad de corresponsal de La Publicitat. Más que un diálogo, el encuentro fue un monólogo del líder del Partido Socialista Nacional. Las palabras feroces y delirantes de Hitler, a quien el autor describió como “un descerebrado que promete a los obreros la luna para amansarlos”, dejan entrever el holocausto que después ejecutó desde la Cancillería del Reich a partir de 1933.
“La cuestión judía es un cáncer que roe el organismo nacional germánico. Un cáncer político y social”, sostiene Hitler ante dos atónitos Xammar y Pla. “Y todavía no hemos llegado a donde nos dirigimos. Ahora, bien ¿acaso vamos a llegar? Puede contar con ello”. La entrevista se publicó en Barcelona el 24 de noviembre de 1923. “El progromo es una gran cosa, pero hoy por hoy ha perdido buena parte de su eficacia medieval”, concede el jefe del partido nazi, quien reconoce que su solución ideal es la que luego intentó: matar al millón de judíos que habitaba en Alemania durante esa época de golpe, en una noche. “Sería la gran solución, evidentemente, y si eso pudiera ocurrir la salvación de Alemania estaría asegurada”.
Hitler defiende que el problema judío no es religioso, sino de “raza”. Por eso descarta explícitamente la postura que adoptaron los Reyes Católicos, que dieron a elegir a los judíos entre la conversión y la expulsión. “Ya hemos visto que el progromo no era posible. No queda sino la expulsión: la expulsión en masa”, dijo Hitler el mismo año que encabezó el golpe de Estado en una cervecería de Múnich.
La insolencia del mandamás nazi a la hora de expresar su política demente se parece mucho a la retórica populista, tal vez más sibilina, pero igual de onerosa, de los partidos de ultraderecha que ahora eclosionan en el Viejo Continente. También la respuesta timorata de la clase política dominante, y aun de la sociedad entera, guarda muchas similitudes con la población impactada de la Europa de entreguerras. El propio Xammar cierra el artículo en el que cuenta su entrevista con Hitler de esta manera tan ridícula: “No hace ninguna falta que Hitler nos explique nada. Basta con que hable, porque lo admiramos. Sus ideas sobre el problema judío son claras y divertidísimas”.
Diez años después, Hitler gana las elecciones en Alemania, liquida el gobierno parlamentario y se proclama dictador constitucional. El desastre y la destrucción que vinieron después deberían ser un antídoto permanente frente a la violencia, pero parece que nos cuesta aprender. La xenofobia, el discurso del miedo, el individualismo rampante, la explotación de las miserias de los eslabones más débiles de la sociedad y la criminalización de quien sale a la calle a protestar. Todo eso empieza a calar a nuestro alrededor. La prensa seria europea ya habla de Estados, entre ellos España, que caminan hacia una “democracia autoritaria”.
Ojo a la lacra que nunca se extingue del todo. Relativizar el peligro que anda al acecho sería, si cabe, un error aún más peligroso que banalizar la maldad del pasado.