Cultura y libertad
André Malraux, que fue novelista pero también político, dijo que “la cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida”. Cualquier persona con sentido común ha perdido la esperanza de que los políticos del momento pronuncien unas palabras similares. Lo único que cabría esperar es que, al menos, dejen de poner trabas. Y ni eso.
España es una nación que no ha mimado las artes ni siquiera durante la época de vacas gordas. Se trata de un rincón europeo con una textura formidable en todas las ramas de nuestra vegetación cultural. Pero también ahíto de sectarismo y de envidia, que es la pulsión primaria de nuestras apetencias. Aquí se desprecia a los cantantes, a los pintores, a los escritores, a los científicos y a toda la constelación del cine. No es extraño que un país acostumbrado a expulsar a sus creadores, campeón mundial de la piratería, elija gobernantes con una visión raquítica del papel de la cultura en una sociedad libre del siglo XXI. Lo uno parece una consecuencia lógica de lo otro. Da vértigo, a estas alturas de la película, constatar la vigencia de los garrotazos goyescos.
Con crisis o sin ella, el rearme moral del pueblo solo es posible gracias a su propio impulso. Esto convierte en fundamental el trabajo de asociaciones sin ánimo de lucro que, por decirlo sin ambages, mueven el trasero en beneficio del intelecto colectivo. Es el caso de la Fundación Siglo Futuro, un referente de la Guadalajara libre de ataduras. Ahora está amenazada. No por la recesión, ni por el desánimo, ni por la desesperanza que irradia la mugre en la que se ha instalado este país. Ahora está amenazada porque la Administración ha decidido exhibir su ceguera. Y no solo eso, sino que se ha propuesto hacerlo con absoluto desprecio hacia quien no considera de su ralea.
El consejero de Educación y Cultura, un tipo al que en Guadalajara vemos poco, un político que el curso pasado ordenó el cierre de 61 escuelas y el despido de miles de profesores, lleva tres ejercicios negando el pan a Siglo Futuro y a otras tantas entidades que no le bailan el agua. Acotar el dinero a la cultura es fácil porque no hay grandes intereses de por medio. Sin embargo, ceñirse a un presupuesto menguante no es lo mismo que liquidar por completo las ayudas, máxime cuando se hace sin mediar ni una explicación. Negarse a recibir a la junta directiva de una fundación que acumula 22 años de trabajo revela una estatura política liliputiense. Fatiga, perplejidad, tristeza.
Tal vez ni la educación ni la cultura merecen ser degradadas a etiquetas de departamento. Pero si tiene algún sentido un ministerio de Educación o una consejería de Cultura es, precisamente, para nivelar el desequilibrio social, extender la instrucción a todas las capas de la población y organizar los recursos de la forma más equitativa posible. En un gobierno sensato, a izquierda y a derecha, todo esto sería pasto de la obviedad. Ocurre en Francia y en otros refugios de la sensatez. En España, no. Y en Castilla-La Mancha, menos.
Lo peor de entender la función pública como un mandato partidista es que nos pringa a todos. Incluso a los que, desde posiciones antagónicas a quienes ahora gobiernan esta comunidad, asumen la pluralidad política como antídoto frente al fanatismo. No hay democracia sin cultura. No hay libertad sin educación. Por tanto, no se entiende cómo algunos de los discípulos de quienes hacen bandera del liberalismo exhiben sin disimulo su alergia a los colectivos que promueven el pensamiento libre. Si, como sostuvo Lincoln, el conocimiento es la mejor inversión que se puede hacer, ¿por qué tanto miedo a que la gente piense por sí misma?
Baroja escribió que “España no ha tenido esas minorías selectas de cultura media de los países centroeuropeos. España nunca ha sido foco sino periferia. Algunos hombres extraordinarios, y luego, plebe”. Las últimas décadas permitían aventar la esperanza. Vana ilusión. Hay quien sigue empeñado en devolvernos a la oscuridad.
(Artículo publicado en la página web de la Fundación Siglo Futuro de Guadalajara).