La Sierra indignada
Siempre humilde, el ciudadano serrano no acostumbra a protestar. Ahora ha estallado. Lo hace después de muchos años de promesas y de mazazos. Los serranos se marcharon de sus pueblos porque allí no había trabajo, ni servicios, ni infraestructuras. Los pueblos se vaciaron y buena parte de nuestra cultura se esfumó. De un tiempo hasta aquí han resucitado, pero superficialmente. La comarca conserva 14.000 habitantes y una densidad de población de poco más de un habitante por kilómetro cuadrado. La apariencia esconde lo pírrico de estos datos: casas remozadas, un confort asequible y unos servicios que empezaban a ser dignos. ¿Qué es lo peor? Que no solo no se pone freno a la despoblación, sino que parece que se quiera acelerar.
Hace un año que la Sierra, igual que el resto de las áreas rurales de la región, ha recuperado penurias que parecían extinguidas. Que si el médico, que si el maestro de escuela, que si el coche de línea. Los avances de las últimas décadas pueden irse al garete en virtud de una política que consagra a la reducción apresurada del déficit todas nuestras calamidades.
En 2012, la Junta de Castilla-La Mancha ha cerrado varias escuelas rurales, ha eliminado parcialmente las Urgencias de los centros de salud de Hiendelaencina y Tamajón y ha suprimido líneas de autobús hasta el punto de dejar incomunicados a varios municipios. Debajo de estas medidas subyace la necesidad de ajustar el gasto por parte de una Administración casi en quiebra, pero esa no es la razón blandida por los administradores: no cierran escuelas para ahorrar, sino porque el fracaso escolar es mayor en las aulas rurales que en las urbanas; no cierran urgencias para ahorrar, sino para «adaptar» el sistema sanitario a las circunstancias del momento; y no quitan autobuses para ahorrar (en concreto, 120.000 euros en los dos trayectos suprimidos), sino para «remodelar» el mapa de conexiones de la zona.
Fíjense: la sanidad, la educación y el transporte. Necesidades básicas, prestaciones sin las cuales es difícil plantearse un proyecto vital mínimamente viable. Los serranos, sobre todo los más mayores, tienen una sensación de retroceso que creían que nunca más iban a vivir. Vuelven a estar encima de la mesa reivindicaciones que pensaban abolidas. No es así y este enfado explica la extraordinaria respuesta que recibió la manifestación del sábado pasado en Guadalajara capital.
En la Sierra no hay AVE, ni autopistas, ni autovías, ni estaciones fantasma. En la Sierra no se ha dilapidado el dinero que ahora a la Administración le sirve de subterfugio para plantear una política nociva para el medio rural. En la Sierra solo hay servicios básicos cuya permanencia resulta imprescindible para el futuro de la comarca. Por eso alrededor de mil personas participaron en la marcha de Guadalajara, y por eso el serrano ha decidido abandonar su sempiterna resignación para salir a la calle.
Los motivos que suscitan esta protesta son políticos, pero no partidistas. Esgrimir que la sanidad y la educación públicas sean una prioridad para cualquier gobierno es una postura política, pero no necesariamente debe enfundarse en unas siglas. El serrano protesta para defender a su tierra. Lo hace con una voluntad noble y sin ataduras de ningún tipo, así que a los profesionales de la gresca les pido que arrien las velas de la crispación y escuchen. Que escuchen la serenidad, la integridad y la sensatez con que las gentes de la Sierra están diciendo que por este camino vamos mal. Muy mal.