La Garlopa Diaria

27 octubre 2012

El sudoku del PSOE

Después de la debacle del PSOE en el País Vasco y, sobre todo, en Galicia, se han multiplicado las hipérboles sobre la supuesta defunción de este partido centenario. Los espejos del PS francés y del PASOK griego se contraponen en el camino de una formación que, al igual que la socialdemocracia europea, no logra despegarse de las opciones conservadoras. Fernando Vallespín escribe que el PSOE es el partido que ha vertebrado España y que, en buena medida, la crisis socialista es la crisis del Estado. España ha encallado en un momento en el que parece deprimida en su generalidad, y no solo en la economía. El PSOE, igual. El sudoku se ha tornado en una encrucijada de difícil escapatoria, por lo menos a corto plazo.

Los socialistas han galvanizado el centro-izquierda español desde la Transición. El PSOE consiguió la mayoría absoluta más holgada de la democracia (202 escaños en 1982), extendió el Estado del bienestar, impulsó el ingreso del país en la Unión Europea y en la estructura militar de la OTAN y promovió sucesivas ampliaciones de derechos civiles, tanto en la época de Felipe González como en la de Rodríguez Zapatero. Las principales sombras se centran en sus dos incapacidades manifiestas: atajar la corrupción en los estertores del felipismo, en los noventa, y acotar la crisis económica desde 2008 en adelante.

La economía y la cuestión territorial parecen estar en el epicentro del desplome socialista. La gestión de la crisis ha hecho pedazos el partido, que ahora se ve abocado a una guerra interna no solo por la discusión generada alrededor de su líder y la dirección que le ampara, sino por el corpus ideológico con el que pretende recuperar el pulso en la calle.

Las imposiciones de Bruselas y la troika violaron buena parte del programa con el que Zapatero se presentó a la reelección. El PSOE aplicó medidas que podría haber suscrito el Partido Popular. Y de hecho algunas las suscribió, como la ayuda a Grecia o la reforma de la Constitución para limitar el techo de déficit que el presidente del PSOE, José Antonio Griñán, calificó ayer de «gran error».

El propio Zapatero admitió en sede parlamentaria dos fallos de bulto: no pinchar antes la burbuja inmobiliaria (no sabemos cómo hubiera podido hacerlo sin demoler la economía) y no reconocer la crisis en toda su dimensión mucho antes de que le estallara en la cara. Félix de Azúa, en su implacable artículo del miércoles pasado en El País, pedía a los dirigentes del PSOE que fueran «lúcidos sobre sus errores». Obviamente, no lo están siendo. Para una parte sustancial del partido, el mayor fiasco ha sido intentar vertebrar el territorio asumiendo una serie de alianzas antinatura con partidos nacionalistas (tipo BNG) o independentistas (tipo ERC) que han desdibujado por completo el discurso nacional de un partido que dice ser español en su propias siglas. El nacionalismo es una ideología reaccionaria y egoísta, pero algunos políticos e intelectuales de la izquierda española siguen sin entender que España solo puede concebirse desde el respeto a la plurinacionalidad del Estado. La cohesión estatal es inviable sin reconocer las particularidades de algunos de sus territorios.

El artículo de Azúa es interesante para centrar el debate, pero creo que se equivoca en dos puntos básicos. El primero, achaca a la «dejación socialista» el auge de ese nacionalismo español que permite a los partidos secesionistas alzarse con el poder, aunque luego critica la empanada mental que supone el socorrido «federalismo». Y segundo, afirma que una manera de reconducir el rumbo es alcanzar un gran acuerdo de Estado con el PP. Según el escritor catalán, se trata de un pacto reclamado incluso por la mayoría de votantes socialistas.

Hay que estar muy lejos de las bases socialistas para asegurar algo así. Precisamente, la principal crítica de los detractores internos de la actual dirección es la oposición tibia que le ha hecho al Gobierno y su falta absoluta de conexión con los sindicatos y los movimientos sociales, que son los que están llevando la batuta de la oposición. El discurso taimado de Rubalcaba no convence, y menos en él, que se ha granjeado durante años un perfil de Touché de la política española. Escribe Lucía Méndez en ELMUNDO.es: «Rubalcaba había planteado las elecciones gallegas como un plebiscito sobre la política del PP contra la crisis. Lo ha perdido estrepitosamente. Mientras Rubalcaba siga al frente del PSOE, Rajoy puede estar tranquilo porque no existe alternativa a su Gobierno». Alternativa. El dardo en la palabra.

El PSOE no se ha caído por sus alianzas con los nacionalistas, sino por la falta de alternativa al programa económico de la derecha. Suele decirse que entre el original y la copia, la gente prefiere el primero. Entre las políticas agresivas del PP y las políticas de corte conservador del PSOE, el electorado ha preferido aquéllas. ¿Dónde queda el discurso social? ¿Dónde quedan las salidas a la izquierda? ¿Dónde queda la reforma fiscal que nunca llegó y que ahora tampoco se esgrime? ¿Por qué no se cambió la legislación en el procedimiento de ejecución hipotecaria y ahora se propone una Ley Antidesahucios? Son algunos ejemplos. Habría muchas más preguntas.

Otro obstáculo relevante es la cuestión personal. Cuando hace ocho meses fue elegido secretario general, Rubalcaba no integró al sector de Chacón en la Ejecutiva. La dirección federal no es plural y no se corresponde con la textura compleja del propio partido. El secretario general está empezando a secuestrar el discurso del partido. La pseudovictoria en Andalucía alivió tensiones, pero el desastre de Galicia ha vuelto a poner patas arriba a un partido que regresa a la situación anterior a Zapatero: descoordinación, desunión, mensaje difuso, falta de ideas claras y un liderazo sombrío. En cambio, los detractores de Rubalcaba tampoco han dado un paso adelante. ¿Lo harán por su propia voluntad o esperarán a que caiga la fruta madura?

Sorprende, en todo caso, que muchos de los que ya empiezan a ponerle fecha al entierro de Rubalcaba, digan que España ha enterrado a Zapatero, pero el PSOE sigue sin enterrar al zapaterismo. Es decir, que Rubalcaba no les vale, pero Chacón tampoco. Es posible que tanto el PSOE como su entorno sigan atenazados por este tipo de presiones.

Personajes aparte, la trifulca interna del PSOE estriba entre radicalizar su discurso o apostar por una vía pragmática que le podría relegar a ser un mero apéndice del PP. A la vista del pasado, ambas cosas podrían no ser incompatibles. Zapatero se echó a la calle contra el Gobierno mientras ofrecía a Aznar dos pactos de Estado (Justicia y contra el terrorismo) que al final acabaron firmando. El momento no es el mismo, desde luego. Pero la cintura política de Rubalcaba, tampoco.

Gonzalo López Alba, periodista especializado en el PSOE, argumenta en El Confidencial que esta formación «se desangra por dos boquetes que están estrechamente conectados: el debate territorial, que viene de lejos, y las dudas sobre el liderazgo, acentuadas tras el hundimiento de las últimas elecciones».

Quizá algunas de las claves del futuro del PSOE pasan por la formulación de una alternativa creíble desde la izquierda en materia económica, la reactualización del mensaje en torno a la estructura territorial del Estado y, cómo no, una renovación a fondo de la organización interna y de su propia cúpula directiva. Griñán, una pieza clave para el futuro inmediato del PSOE, sostiene: «Lo que tiene que hacer este partido es abrirse. Las casas del pueblo empezaron siendo eso, casas del pueblo; luego fueron casas de los militantes y ahora son de los cuadros orgánicos. Al final se termina hablando del partido y no de lo que importa a la gente» (La Razón, 28.10.2012).

Todo ello, en conjunto, quizá es mucha tarea para las urgencias que empieza a notar este partido. Y, desde luego, parece demasiado trabajo para un líder al que todos, propios y ajenos, vinculan al pasado. Sin ilusión, el tacticismo político se desvanece.

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