El drama de la prensa de Guadalajara
El viernes pasado, la empresa editora de Guadalajara Dos Mil comunicó a sus empleados la aprobación de un ERE extintivo que puede suponer el cierre de esta cabecera histórica. La noticia se suma a la retahíla de golpes que ha ido recibiendo la prensa de Guadalajara, desde la desaparición de La Tribuna, El Decano, ELDECANO.es o Noticias hasta el reciente cierre de El Día (hoy se ha conocido el despido de toda su plantilla) o el ERE suspensivo en Nueva Alcarria, por citar algunos ejemplos.
El periodismo en Guadalajara se ha convertido en una excepción. El poder respira aliviado. Cada vez quedan menos medios y menos periodistas en activo para contar lo que pasa y analizar por qué pasa. Conviene recordar lo obvio: que todas estas penalidades son una buena noticia para quienes ejercen el poder, en todas sus variantes, y una pésima noticia para el derecho de información. Pero quizá también es sano hacer un acto de contrición, mirarnos el ombligo para algo más que decir que somos imprescindibles en democracia y reconocer algunos errores.
El 13 de noviembre de 2006 publiqué un artículo en este blog en el que defendía que la prensa de Guadalajara tenía tres problemas centrales: “el dominio aplastante de empresas poco vinculadas a la comunicación, los bajos sueldos y la sensación de estar permanentemente vigilado por un gran hermano que no hace tachaduras, como en el franquismo, sino que actúa de espaldas a las redacciones o que convence a sus responsables para llegar a la autocensura”. Hay más, pero creo que estas razones explican el drama que ahora vive el oficio en Guadalajara, en estado anémico y con una tasa de paro descontrolada.
Guadalajara pertenece a una región en la que no existe una prensa regional potente y consolidada. Esto ha convertido Castilla-La Mancha en una excepción entre las comunidades autónomas y ha favorecido la existencia de cabeceras provinciales, controladas en su mayoría por empresas ajenas al mundo de la comunicación. Cuando estábamos en vacas gordas, este hecho no representaba ningún problema. Pero cuando han venido mal dadas se ha puesto en evidencia la falta de escrúpulos de estos propietarios a la hora de tirar la toalla y dejar en la calle a decenas de profesionales. Cuando el ladrillo iba bien, los periódicos interesaban. Ahora que el chiringuito se ha caído, la prensa enturbia las cuentas de resultados de sus firmas matrices.
La diferencia entre un editor y un propietario de medios de comunicación es que el primero monta un periódico para hacer negocio, mientras que el segundo compra un periódico para ampliar negocios que poco o nada tienen que ver con la prensa. El ejemplo es extrapolable a la radio, la televisión o internet. El modelo de empresa informativa, tal como lo conocemos en Occidente, fue un revulsivo para esta profesión porque permitió canalizar proyectos que fueran más allá de la tutela política directa. La empresa informativa en una economía de mercado no garantiza la independencia ni la objetividad, pero sí ayuda a crear espacios de libertad. Para ello son necesarias dos cosas: que el empresario sienta su periódico como algo propio, no como un apéndice de sus objetivos; y que los periodistas asuman su papel sin caer en la autocensura. Ya lo dice siempre Miguel Ángel Aguilar: hay que ser independientes, pero sin llevarlo a extremos de suicidio.
Me temo que ninguna de estas dos condiciones se ha dado en Guadalajara, salvo excepciones. Durante los últimos años, hemos hecho una prensa dócil con el poder político, permeable a las presiones y sujeta a las veleidades del propietario de turno. Así resulta difícil crear proyectos que puedan tomarse en serio. Ni antes de la crisis ni ahora con la que está cayendo, la prensa de Guadalajara ha sido capaz de atraer a un número suficiente de lectores como para hacer su negocio medianamente sostenible. Añadan a este punto la crisis general del país, las deudas que las administraciones han contraído con las empresas editoras, la falta de acceso al crédito, la pérdida de lectores del papel (en Guadalajara y en toda España), el reto y la incertidumbre de los nuevos soportes y la dificultad para sacar más partido económico a lo digital.
La dependencia de la publicidad institucional siempre fue un lastre para las cabeceras locales. La prensa alcarreña suma a este rasgo otro que sí es suyo en exclusiva: en el ámbito de la publicidad comercial, la alta dependencia de las constructoras y de las inmobiliarias, fruto del modelo de desarrollo de Guadalajara durante los últimos años. Los días de vino y rosas tocaron a su fin, y la prensa ha empezado a ser un lastre para sus dueños. En ese tránsito, los periodistas han estado demasiado desprotegidos. Dentro y fuera de la profesión.
Javier Espinosa dijo el otro día en la capital, al recibir el segundo premio de periodismo Manu Leguineche, que la crisis del periodismo es culpa de los periodistas. La resignación y un cierto pasotismo ante nuestros propios problemas nos están pasando factura. Resulta dramático asistir impávidos a una sangría laboral de este alcance. En el caso de Guadalajara, enviando al paro a un cúmulo de profesionales tan preparados, con experiencia y con unas cualidades probadas para fabricar productos periodísticos. Es la consecuencia de la falta de negocio, de acuerdo. Pero también de los errores en la visión de unos empresarios incapaces de ofrecer alternativas en un mercado atomizado, segmentado y con una tarta a repartir demasiado escasa.
Por aquello de ver la luz: esperemos que la crisis sirva para recomponer el puzle y hacer viable lo que era un mercado sobredimensionado. Ni antes había demanda para tanta oferta ni ahora tan poca como para convertir la prensa de Guadalajara en un erial sin oficio ni beneficio.
Las delegaciones de medios nacionales o regionales siguen ahí, y también algunos sitios ya longevos como La Crónica o Henares al día. El aprovechamiento de los nuevos soportes y algunas iniciativas emprendedoras, como Guadaqué o el resurgido Canal 19, también alientan el futuro. Hay que levantarse, aunque cueste muchísimo.
Twitter: @conde_suarez
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