¿Es necesario tanto AVE?
Ha dicho el Rey que todas las líneas de AVE ayudan a fomentar la «cohesión» territorial de España. La pompa del nuevo AVE Madrid-Valencia lo pone difícil, pero quizá los ciudadanos deberíamos empezar a reflexionar sobre el modelo de infraestructuras que con tanto ahínco defienden el PSOE y el PP. ¿El AVE vertebra solo a las capitales por las que pasa o también a sus provincias? ¿Por qué cuando se abre una línea de alta velocidad se suprimen los servicios más económicos de ese mismo trayecto? ¿Es imprescindible alargar la malla de AVE mientras se reducen otras líneas? Curiosamente, casi nadie se hace estas preguntas. Tanto en la clase política mayoritaria como en la prensa se ha instalado ese lugar común de que el AVE es el símbolo de la España que funciona. Por tanto, todo lo demás o no importa o importa muy poco.
Resulta sospechoso este empuje al tren veloz mientras en otros países, como Alemania o Francia, combinan esta apuesta con la ampliación de los servicios de media velocidad, más baratos y con una capacidad mayor para redistribuir el desarrollo. ¿Qué pasa? ¿Que aquí somos más listos? ¿O es que acaso tenemos más dinero en las arcas públicas? El económico Cinco Días reveló este fin de semana en un informe que el Gobierno lleva invertidos 32.000 millones de euros en la construcción de los 2.665 kilómetros de AVE en servicio, que conectan ya 21 capitales de provincia. El coste de la línea a Valencia ha superado los 5.000 millones de euros y, según las estimaciones del Estado, quedan por invertir otros 28.000 millones. Son cifras mareantes y hasta ofensivas si las comparamos con la inversión directa que los gobiernos de la democracia han dedicado a la España pobre, entre la que incluyo a Guadalajara por mucho Yebes, mucha autopista de peaje y mucha logística que tengamos.
Ortega y Gasset comenzó así su España invertebrada: «No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos». Es exactamente lo que ocurre con el desequilibrio en las infraestructuras en este país, un lastre que se arrastra desde la 2ª República hasta ahora pasando por la dictadura. El sistema sigue sujeto a un diseño radial, anacrónico y desfasado. Todas las grandes obras públicas, desde las autovías de los años 80 hasta los modernos trenes, han favorecido determinados ejes económicos en detrimento de la meseta. El Estado ha procurado fomentar las relaciones entre la capital con la periferia. Primero con Cataluña y Andalucía y ahora con el Levante. No es extraño. Existían poderosas razones para hacerlo: la industria, el comercio, el turismo y ese pingüe negocio que ahora se ha venido abajo que es el ladrillo. ABC reflejaba hace dos domingos que la región económica que forman Madrid y Valencia («Madriterráneo») acumula el 23% del PIB nacional. Por tanto, sólo el mapa físico ha conseguido situar a las dos Castillas en el trazado de la alta velocidad. La fijación estatal del PP y del PSOE hacia la periferia del este y del sur ha beneficiado a Castilla-La Mancha. La duda ahora es saber si el hecho de que sus cinco capitales de provincia estén conectadas por AVE logrará cohesionar más al territorio, tal como sostiene el monarca.
De momento, por la experiencia en Guadalajara, nadie diría que el AVE ha logrado transformar la economía local. Ha sido un factor de progreso, pero no una revolución. Ni para la capital ni mucho menos para el resto de la provincia. Quizá por la falta de lanzaderas a Atocha. Quizá por las tarifas de Renfe. Quizá por la inoperancia de la clase empresarial. Quizá porque se fueron a hacer la estación tan lejos que se salieron del municipio. Quizá porque primó el desarrollo residencial antes que el servicio público. La tristeza de la estación de Guadalajara me parece un paradigma del despilfarro en el que ha vivido este país en los últimos años y una muestra de la concepción elitista de los medios públicos de transporte. No todos los españolitos pueden pagar 184 euros por un billete de ida y vuelta, de Madrid a Barcelona, por muy rápido que circule el convoy.
Y mientras, el Gobierno no deja de mandar señales de su conversión liberal. El ministro José Blanco, vicesecretario general de un partido apellidado socialista, ha justificado así el AVE a Valencia: «Por cada euro que se ha invertido en la construcción de esta nueva línea de alta velocidad se han generado 2,03 euros en términos de volumen de negocios», dijo. No me imagino a Indalecio Prieto utilizando un argumento similar para defender, por ejemplo, la construcción del acueducto Tajo-Segura. Claro, por esa misma regla de tres los trenes que no son rentables hay que eliminarlos, las estaciones de los Regionales hay que abandonarlas a la cochambre, las escuelas-hogar hay que clausurarlas, los carteros privatizarlos y las carreteras de los pueblos dejarlas en el limbo hasta que los socavones se conviertan en simas.
Digámoslo ya: no siempre es verdad que el AVE genere riqueza y dinamismo. Tampoco es cierto que en los sitios donde sí ha calado, haya conseguido extender sus repercusiones a toda una provincia y no sólo a una ciudad o un área urbana. Así que quizá habría que rebajar un poco la euforia con la alta velocidad y empezar a ocuparse de otros problemas, más discretos, cuya solución no pasa ni por viajes inaugurales, ni por fanfarronadas económicas mientras luego andamos mendigando la deuda.