DEPRESIÓN
No sé si la clase política actual está calibrando muy bien el hastío que sus formas, su estilo barriobajero y su incapacidad están creando en la sociedad. La gente de a pie se resiente, no ya por la esterilidad de gran parte de sus representantes, sino por la poca elegancia con la que se están despachando en estos momentos los asuntos públicos en España. Y digo en España en conjunto. Salvo islas muy concretas, como el País Vasco, en que los acuerdos han llegado más por la presión de cuestiones que exceden a la política (como el terrorismo), en el resto del Estado la incomunicación y la falta de entendimiento son la marca de la casa. Todo ello, además, convenientemente emponzoñado con una eterna precampaña electoral, la de las municipales y regionales de 2011, en la que nuestros políticos han decidido meternos ya, quizá porque se sienten cómodos chapoteando en ese charco. Como acaba de escribir Javier Marías, menos mal que las elecciones no son mañana.
Que el gobierno se dedique a gobernar y la oposición a opositar y proponer una alternativa parecen ya quimeras imposibles en este país rijoso. Abundan, en el Parlamento y en la televisión, los comportamientos soeces, vulgares, ofensivos. Los diputados se escupen dinamita verbal, en lugar de trabajar para solucionar los problemas, y los tertulianos de la mayoría de cadenas disparan con bala sin saber muy bien si la diana es redonda o cuadrada. El caso es disparar. Y si puede ser soltando algún insulto propio de gañán de cuartel, mucho mejor. Esta es la España que tenemos. Y por eso no nos puede sorprender que el Gobierno y el principal partido de la oposición sean incapaces de alcanzar un acuerdo para afrontar la crisis, incluido el paro. Tampoco nos puede sorprender que el todavía presidente de los empresarios, procesado por la justicia por no pagar a sus empleados, diga que «hay que trabajar más y mejor». Igual que no debería sorprendernos que los sindicatos organicen una huelga general contra el Gobierno y luego se tornen mudos, como sin el objetivo de la protesta se hubiera conseguido el mismo día de la huelga. Y, en esta misma línea de cerrilidad y baja estofa, tampoco sorprende que en Castilla-La Mancha, el presidente regional y la que aspira a ser presidenta estén jugando al gato y al ratón, sin ni siquiera verse las caras, mientras se dan patadas en la espinilla. La situación del país es desalentadora. Pero creo que la manera con la que se está encarando esa situación resulta todavía mucho más deprimente.