La alternativa de Rajoy (por llamarlo de algún modo)
Estuve escuchando el viernes al presidente del PP su conferencia en uno de esos desayunos informativos que ahora tanto proliferan. Igual que antes se pusieron de moda los cafés en Madrid, ahora son los desayunos. Dan un café aguado, una bollería lamentable y un fiambre que no merece la pena ni mirarlo. Pero lo cierto es que se han convertido en un foco de atención informativa. Y el viernes le tocó el turno a Mariano Rajoy en el Nueva Economía Fórum (Europa press). La cita había levantado cierta expectación porque se esperaba que, por fin, el líder de la oposición desvelara su alternativa completa. Es decir, que los periodistas suponíamos que nos iba a decir qué haría él si fuera presidente del Gobierno. Incluso se lo preguntaron el día anterior a su ‘lugarteniente’, Soraya Sáenz de Santamaría, en la SER y respondió casi afirmativamente que sí, que iba a ser el día, que al fin Mariano nos iba a descubrir sus cartas.
Pues no. Nuestro gozo en un pozo. El chasco de la canallesca fue morrocotudo y supongo que también el de su propia hinchada porque todo se quedó en una mera declaración de intenciones que no llegó ni, por asomo, a sucedáneo de programa de Gobierno. Rajoy habló, en genérico, de varias reformas que un hipotético gobierno del PP afrontaría de inmediato. Pero reformas en general, en abstracto. En ningún momento logró descender al terreno de lo concreto y así es imposible que nadie se haga una idea de qué haría este hombre en caso de llegar a La Moncloa. Rajoy citó, por este orden, las siguiente reformas:
1º) Reforma del sistema educativo: dijo que el castellano tiene que ser la lengua vehicular de todo el Estado y defendió la libertad de elección de centro de los padres, pero no dijo cómo reduciría el nivel de absentismo y de fracaso escolar.
2º) Reforma fiscal: Pidió una «rebaja selectiva de impuestos», pero no especificó qué tributos tocaría, cuáles rebajaría «selectivamente» y qué grado de implicación pediría que asumieran en esta rebaja fiscal las comunidades autónomas. Tampoco dijo cómo sería capaz de compatibilizar una supuesta bajada «selectiva» (sic) de impuestos con el mantenimiento de los servicios públicos esenciales. Y ya no digo ampliar éstos, sino mantenerlos. También anunció que quería fortalecer la disciplina presupuestaria y promover que el techo de gasto se establezca por ley, incluso que se lleve a la Constitución. Pero no dijo cómo iba a repercutir esta ortodoxia fiscal en el estado de Bienestar ni en las coberturas públicas de sanidad, educación, transportes, dependencia…
3º) Reforma del mercado de trabajo: Rajoy habló de afrontar asuntos como la formación profesional, el absentismo laboral, la eficiencia en la cobertura de vacantes y la negociación colectiva, que le parece un atraso anacrónico. Recalcó, eso sí, que la formación continua debería ser un derecho del trabajador, pero no concretó cómo se iba a traducir eso en una mejora de las condiciones de los trabajadores ni cómo iba a convencer a las empresas para hacer efectiva esa propuesta, más allá de aprobarlo por ley. Tampoco se «mojó» en el debate de la reforma laboral planteada por el Gobierno ni estableció su postura en el conflicto del despido: no defendió ni los 45 días, ni los 33, ni los 20. No dijo absolutamente nada de todo esto y eso que se ha convertido, ahora mismo, en el punto central de la política española y de la actividad parlamentaria.
4º) Reformas institucionales: Prometió, si es presidente, «normas claras y aplicables» para problemas lacerantes como la morosidad, el derecho concursal y la seguridad jurídica de los contratos. Y ahí se quedó. Lo prometió, pero no dijo cómo ni cuándo ni con la ayuda de quién.
5º) Reforma del sistema energético: Aquí estuvo coherente con los planteamientos que viene defendiendo el PP. Abogó por un «mix» energético en el que participen todas las fuentes, incluida la nuclear, y pidió reconsiderar el cierre de la central nuclear de Garoña, en Burgos, cuyo cierre ha decretado el Gobierno de Zapatero. No explicó entonces por qué fue un gobierno del PP el que decretó, en su día, el cierre de Zorita, en Guadalajara, ni tampoco por qué durante ocho años de gobiernos de Aznar no se movió ni un dedo para construir más centrales. Eran tiempos de bonanza económica y quizá alguna eléctrica (a pesar del coste que supone levantar una planta atómica) se hubiera animado. También dijo Rajoy, por cierto, que iba a ser capaz de compatibilizar la «competitividad de las empresas» con el «poder adquisitivo de las familias», por ejemplo, en el recibo de la luz. Pero no dijo cómo.
6º) Fortalecimiento de la unidad de mercado: Proclamó que «hay que eliminar barreras artificiales» y cargó contra las normas de comunidades autónomas y entes locales. La presidente de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, presente en la sala, torció el gesto. Ay.
7º) Reforma de las Administraciones Públicas: Defendió un discurso muy cercano al involucionismio autonómico y reclamó más competencias y papel para el Estado. Si no fuera porque luego los del PP van locos por gobernar las comunidades autónomas, sería un discurso coherente, desde luego.
Al margen de las reformas, lo que sí dejó claro Rajoy cuando se lo preguntaron fue que estaría dispuesto a participar en un gobierno de coalición con el PSOE, pero con una condición: que no esté Zapatero. ¡Acabáramos! O sea, que el que se tiene que marchar es el que ha ganado dos elecciones y el que se tiene que quedar es el que las ha perdido.
Para terminar el desayuno, algo tedioso, Rajoy quiso hacerse el gracioso y sentenció que si la Selección española de fútbol pierde en el Mundial «no será por culpa de Sara Carbonero» (la periodista de Telecinco que es novia de Casillas) «de la misma forma que el PP no tiene la culpa de lo que está pasando en España» (eso dijo, textual). Ningún periodista le preguntó por el nombre de la compañera. Fue el propio Rajoy el que quiso mencionarla y meterse en un jardín. Uno más en su dilatada trayectoria de jardines verbales.