El fracaso de la Educación
El riesgo que corre cualquier oposición es el de caer en el frentismo radical y en una cierta imagen de obstruccionismo. Zapatero, cuando era jefe de la Oposición, empezó a tomar cuerpo como líder político cuando le propuso dos pactos de Estado al Gobierno de entonces: terrorismo y Justicia. Ahora, en cambio, el PP sabe que la pendiente resbaladiza de la crisis supone una autopista hacia la Moncloa. Y no digo que los dirigentes del PP se alegren y abran una botella de cava cada vez que hay un parado más, pero lo cierto es que transmiten una sensación de negacionismo que no contribuye en nada a colaborar ni con el Gobierno ni con el resto de la sociedad. Porque no sólo es el Gobierno el que interviene en las decisiones públicas. Dicho en otras palabras, Mariano Rajoy corre el riesgo, por no decir que ya lo ha rebasado, de convertirse en el doctor «No», y algunas interpretaciones ya hay hoy en la prensa catalana.
Un caso sangrante fruto de esta posición es el fracasado pacto por la Educación. Difícilmente volverá a ocupar la cartera de Educación un ministro tan dialogante, tan formado, tan culto y tan baqueteado en los asuntos de los que tiene que resolver en su departamento. Difícilmente repetirá un ministro de Educación con menos carga política (no es ni dirigente ni militante del PSOE) y tan capacitado para llegar a una negociación.
Sin embargo, el resultado del pacto educativo es un fiasco sin paliativos. El PP no ha querido sumarse a la propuesta de Ángel Gabilondo porque dice que no supone un «cambio de modelo». Y la mayoría del resto de la oposición también ha dejado tirado al Gobierno, pero justo por lo contrario: dicen que ha hecho demasiadas concesiones al PP.
Produce ya una desazón insoportable esta incapacidad de nuestros políticos para resolver asuntos que afectan a la gente de manera tan directa. Gabilondo ha presentado un documento que, en condiciones normales, debería ser perfectamente asumible por el PP. De hecho, los populares no han objetado ni una sola razón de corte académico o formativo a la propuesta ministerial. Al contrario, se han limitado a suspender su apoyo por dos motivos estrictamente políticos: la cuestión de la enseñanza del castellano en las comunidades autónomas con lenguas cooficiales y la libertad de elección del centro. Dejo aparte el asunto de la autoridad del profesorado, del que me da que se está haciendo pura demagogia por todas las partes.
El ministro, en cambio, habla de revitalizar la formación profesional, de hacer más flexible la educación para reabajar el nivel de fracaso escolar (España lo tiene en un alarmante 30%). Habla de cambiar el Bachillerato, de modificar la prueba de acceso a la universidad. Habla de las condiciones del profesor (el pacto ha sido consensuado con todos los sindicatos y agentes sociales implicados). Gabilondo, en definitiva, ha puesto sobre la mesa un pacto posible para llegar a un acuerdo de Estado en una cuestión que, hasta el momento, ha sido manejada al albur del Gobierno de turno. La respuesta de la oposición, sin embargo, me ha parecido decepcionante.
No se pueden aplazar las reformas que necesita la Educación en España por trifulcas políticas como la del estudio de las lenguas. Por eso creo que hace bien Gabilondo anunciando que va a seguir adelante con sus propuestas a pesar de que el pacto de Estado ya no sea posible. Es más: el propio Rajoy, en Onda Cero, dijo ayer que el PP va a apoyar muchas de las iniciativas (Rajoy dijo «muchas cosas») de las que propuso el ministro. ¿Por qué? Porque hasta el PP sabe que al margen del tema de la lengua hay otras urgencias, otras necesidades, otros problemas mucho mayores.
Y, por cierto, aportaré un dato objetivo: según todos los estudios que se han hecho hasta el momento, algunos de los estudiantes que demuestran mejor comprensión lectora y más dominio de la lengua española son, precisamente, los de las comunidades autónomas en las que el castellano coexiste en las aulas con otro idioma.
Fíjate tú por donde.