MAÍNO EN EL PRADO
El Museo del Prado suele sumar al calibre de su colección permanente una acertada elección de las exposiciones temporales. Y la última en abrirse al público no es ajena a Guadalajara. Se trata de la primera muestra que exhibe las casi cuarenta obras que pintó con trazo excelente Juan Bautista Maíno, nacido en Pastrana en 1581. Hijo de un comerciante de telas de origen milanés y de una lisboeta, el artista alcarreño es uno de los maestros más desconocidos de la pintura española. Lope de Vega y otros ilustrados ya reivindicaron su creatividad. Yo les invitaría a vencer el recelo de lo provinciano, por aquello que siempre tiende a exagerar las virtudes de los paisanos, y vayan a descubrir a Maíno. Les sorprenderá, les entusiasmará y les cautivará. Por este orden.
La muestra está dividida en varias secciones entre las que destacan los cuadros con referencias cristianas, los paisajes y los retratos. A los iluminados que quieren quitar la Historia de la Religión (que no la doctrina) de los planes de estudios, les recomendaría que se dieran una vuelta por estas salas donde es imposible concebir el arte de Maíno sin entender la impronta que en su vida tuvo el catolicismo. De hecho, mientras componía el retablo de la iglesia de San Pedro Mártir de Toledo, ingresó en la Orden de los dominicos. En cambio, su estilo deviene de las influencias que recibió en Italia, especialmente del naturalismo de Caravaggio y del clasicismo de Carraci, de quien se confesó discípulo.
En la exposición sobresalen las cuatro telas que representan las Pascuas de Cristo: “La Adoración de los pastores”, “La Adoración de los Reyes Magos”, “La Resurrección” y “Pentecostés”. Sorprenden por el manejo de los colores, la precisión de detalles y el tamaño de las obras, que impone. En otras salas se puede disfrutar de los cuadros en los que Maíno pintó a vírgenes o santos en sus paisajes correspondientes. Y luego está la galería de retratos. Contundentes, algunos rígidos, pero con una variedad de los tipos humanos que mezcla con escenas crepusculares y una soberbia riqueza cromática trasladada a otro tipo de pinturas, como “La recuperación de Bahía de Brasil”. El rescate que el Prado ha hecho de Maíno, ciertamente, es una de las mejores noticias que le han ocurrido a Guadalajara en los últimos años.