Dani Jarque
La muerte impresiona. Siempre. Da igual cuales sean las circunstancias en las que se produce. Incluso cuando muere un anciano, enfermo, decrépito, la hora de pasar ese umbral causa respeto y, a veces, temor. Por tanto, no quiero ni pensar lo que debe estar sintiendo la familia de Dani Jarque desde el sábado, cuando falleció en Italia de un repentino ataque al corazón. Se han escrito y he leído muchas necrológicas, pero la verdad la dijo ayer en el sepelio el ex entrenador del Espanyol, Lotina: «Es muy triste para todos, pero sobre todo para la familia, por muy jodidos que estemos nosotros, a él se le ha cortado la vida y nosotros seguimos aquí».
Jarque era un símbolo de la cantera perica, de la humildad aplicada al deporte y del nuevo Espanyol renacido en Cornellà-El Prat. Todo eso en apenas 26 años. Su mujer estaba embarazada. Su hija se llamará Martina, pero ella nunca podrá estar con su padre. Uno no entiende a veces por qué suceden estas cosas, pero el caso es que suceden, y a veces con más frecuencia de lo que pensamos. Porque no todos los que mueren así se llaman Dani Jarque y viven en la notoriedad. Y uno no entiende tampoco qué tenemos los del Espanyol para vivir siempre en el sufrimiento, incluso cuando las cosas parecía que iban a tomar otra cara. La fiesta de la inauguración del nuevo estadio (con Jarque como capitán ante el Liverpool) fue una reafirmación del orgullo perico en una ciudad, Barcelona, y en un país, Cataluña, donde casi todo se lo come el vecino de enfrente. La muerte de un chaval de la cantera, las colas para entrar al velatorio, las muestras de cariño y de dolor, creo que han vuelto a reafirmar el orgullo de ser y sentirse parte de este club.