La Garlopa Diaria

1 agosto 2009

El reportaje

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Osetia del Sur. Agosto 2008. Foto: El País

Es difícil escribir bien un reportaje. Muy difícil. Considero que es una de las tareas más complicadas para un periodista, en cualquier soporte, en cualquier formato. El reportaje es la pieza por excelencia del periódico, aunque puede que ahora en algunos medios esté en desuso. Pone uno la radio y no hay más que tertulias, ruidos y entrevistas. Pinchas internet y aparece una marabunta de noticias y rumores, pero pocos análisis y reportajes. Enchufas la TDT y surge un carrusel de cadenas donde se hace difícil encontrar un reportaje bien elaborado, quizá sólo CNN+ o el 24 horas de TVE lo hacen más o menos a diario. Por eso, los que somos fanáticos de la prensa, cada vez agradecemos más los periódicos del fin de semana. Es cierto que el empuje de internet está llevando a los diarios a profundizar en sus secciones de opinión y análisis cada día. Pero los reportajes, los buenos reportajes, los grandes reportajes, se encuentran con más facilidad en fin de semana. O al menos eso me parece a mí.

Mañana domingo El País publica un reportaje extraordinario. Lo firma Pilar Bonet, la veterana corresponsal de este periódico en Moscú. La historia es recordar los ataques que recibió Osetia del Sur durante la guerra de Georgia, justo hace un año; volver al lugar de la catástrofe y contar cómo está esa región rusa cuya reconstrucción sigue pendiente. Me ha parecido un texto excelente por su redacción, su concisión, su claridad y su credibilidad.

El relato es triste por lo que narra, pero lo copio aquí porque creo que es una lectura magnífica:

REPORTAJE: OSETIA UN AÑO DESPUÉS

¿Se acuerda de Osetia?

Un año después de la guerra de Georgia, Osetia del Sur sigue destruida y aislada del mundo. La frontera con Rusia es la única vía de entrada de suministros y ayuda humanitaria

PILAR BONET 01/08/2009

Osetia del Sur está lejos de ser el Estado independiente que Moscú reconoció tras defenderlo de la «reconquista» emprendida por Georgia a inicios de agosto de 2008. Al cumplirse un año de aquel enfrentamiento, la región secesionista en la vertiente meridional del Gran Cáucaso es más remota que antes de la contienda. De ruta de paso y convivencia entre diversas culturas, Osetia del Sur se está transformando en un callejón sin salida, dependiente de sus vecinos del Norte para subsistir.

Los problemas acumulados son muchos: la infraestructura obsoleta o inexistente fue castigada en 2008 y, ya antes, por la guerra de 1989-1992, el terremoto de 1991 y los enfrentamientos esporádicos que se agudizaron con la llegada de Mijaíl Saakashvili al poder en Georgia en 2004. Levantar Osetia del Sur es un asunto de prestigio para Moscú, pero hasta ahora la reconstrucción civil ha sido marginal. La organización del trabajo es desastrosa y falta la capacidad de coordinarse de forma eficaz en una tarea común.

Los militares rusos, en cambio, actúan de forma más decidida: el Ejército se ha afianzado en el flanco sur del Cáucaso y también en la costa del mar Negro, en Abjazia, el otro territorio secesionista reconocido como Estado por Moscú. Desde Leningor (Ajalgur en georgiano), en el sureste de Osetia, a Kvaisá, en el oeste, los guardafronteras llegados de Rusia han desplegado campamentos, cavan trincheras, tienden alambradas y preparan acuartelamientos permanentes en torno al perímetro del territorio separatista.

En Tsjinval, David Sanakóyev, el defensor del pueblo de Osetia del Sur, interrumpe su descanso de fin de semana para ayudar a gestionar el traslado de un enfermo del corazón a Tbilisi, la capital de Georgia, a 120 kilómetros al sur. El enfermo necesita servicios inexistentes en Tsjinval y su corazón resistiría mal la altura de las montañas que le separan de Vladikavkaz, en territorio ruso, a 180 kilómetros al norte. Los desplazamientos médicos a Tbilisi, algo corriente antes de la guerra de agosto, son hoy un complicado asunto de Estado que exige permiso de las máximas autoridades y la colaboración de la Cruz Roja, la única ONG internacional que no abandonó Osetia del Sur. Un acuerdo con Moscú permite atender a los pacientes osetios en las mejores clínicas de Rusia.

Sanakóyev lleva ya varias horas de gestiones, cuando los médicos deciden que el enfermo no es transportable y deberá quedarse. Aunque es la más importante de Osetia del Sur, la clínica de Tsjinval no tiene agua corriente, su personal utiliza botellas de plástico para lavarse las manos, las canalizaciones están averiadas, los retretes se atascan y no hay luz en los pasillos.

«Las condiciones antes de la guerra eran mejores que ahora», asegura el médico jefe, Nodar Kokóyev. Los constructores de San Petersburgo responsables de la reparación levantaron una flamante fachada a modo de decorado y luego se quedaron sin dinero y pararon las obras. Por fuera, la clínica parece un balneario suizo, pero por dentro es una ruina antihigiénica.

En su viaje a Osetia del Sur en julio, el presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, ha reiterado que seguirá ayudando a los «pobres» osetios. Hasta ahora, la ayuda ha sido lenta y caótica. Zurab Kabésov, el jefe de la Comisión Estatal de Reconstrucción de la República, asegura que la reconstrucción se acelerará en los próximos meses y atribuye las demoras a relevos al frente del Ministerio de Desarrollo Regional en Moscú y a problemas burocráticos. En total, afirma, el Gobierno federal ruso entregó 1.500 millones de rublos de adelanto en 2008, a los que se añaden otros 8.500 millones este año. Para 2010 y 2011 se prevén cantidades similares. El control del gasto es doble, por parte de Moscú y por parte de Osetia del Sur.

¿Y la crisis? «¿Qué son 30.000 millones de rublos para Rusia? Una miseria». Y además «Osetia del Sur es un socio estratégico muy importante», dice Kabésov. El funcionario aborda el futuro con optimismo. A cargo del presupuesto ruso se construirán centenares de viviendas, incluidas 120 en el antiguo barrio judío de Tsjinval. También se planea un campo de aviación, una conexión ferroviaria con Rusia y una carretera a Leningor, una comarca bajo control georgiano hasta la guerra de agosto. La prioridad es independizarse de Georgia en el abastecimiento de gas y electricidad y en las comunicaciones, en concreto terminar el gasoducto para llevar el gas directamente desde Rusia a Tsjinval y, también, acabar un nuevo tendido eléctrico a Leningor.

Las huellas bélicas son visibles por doquier en la capital de Osetia del Sur. La sede del Gobierno sin techo es el magnífico escenario dramático donde actuó el osetio Valeri Guérguiev, director del teatro Marinski de San Petersburgo. Hay casas particulares con grandes boquetes en los tejados y en las paredes, como la de Venera, cuya familia de cinco personas -abuela, dos adultos y dos adolescentes- ha pasado el invierno refugiada en el único cuarto habitable. Venera, que cobra 2.000 rublos en una guardería, y su marido, en paro, se han gastado ya la indemnización de 50.000 rublos que recibieron. En el patio de Ilma Gasíeva, en la calle de Octubre, hay aún un fragmento de tanque georgiano de seis toneladas de peso, un resto de los combates del 8 de agosto que ninguna de las instituciones encargadas del desescombro se ha querido llevar.

La frontera con Rusia, que Moscú declaró internacional en mayo, es el cordón umbilical de Osetia del Sur con el mundo. Por aquí entra la ayuda humanitaria, los especialistas, los soldados y los víveres que antes llegaban del Sur a precios más asequibles. Con algunas excepciones, las rutas que llevan a Georgia están hoy cerradas y esto hace sufrir a quienes tienen parientes en aquel país, entre ellos Bella, una respetada georgiana residente en Tsjival, que no puede visitar a su hija en Tbilisi.

En agosto, Lira Tsjovrébova, directora de la Asociación de Mujeres de Osetia del Sur, vio hundirse su labor de veinte años. «Antes de que Saakashvili accediera al poder llegamos a olvidarnos del conflicto e incluso reunimos a los veteranos de guerra osetios y georgianos», dice esta mujer, que sigue manteniendo contactos con una ONG de Tbilisi en Azerbaiyán y Turquía. De seguir trabajando en Osetia del Sur, las ONG internacionales pueden verse perjudicadas en Georgia, que ha promulgado leyes sobre los «territorios ocupados». A Lira, que es medio georgiana y medio osetia, no le preocupa ni «la integridad territorial de Georgia» ni la «independencia de Osetia del Sur», sino «el destino de dos pueblos que se odian desde agosto y los años que han de pasar hasta que se reconcilien».

Los georgianos integrados hasta ahora en Osetia del Sur se van marchando. No les echan, pero se van, por falta de perspectivas, por el aislamiento progresivo en que viven y también por miedo. El deslinde étnico que se está produciendo es una tragedia para personas como Tsjovrébova. Su nieta adolescente, dice, «quiere eliminar todo lo georgiano de su persona, habla la lengua osetia mejor que nadie en la familia y ni una palabra de georgiano».

Tras la guerra, Osetia del Sur recuperó el territorio de Leningor, donde existía antes una administración georgiana. Las autoridades osetias permiten a la población local, mayoritariamente georgiana, viajar libremente a Georgia, donde muchos trabajan o estudian. Al otro lado de la frontera, la Administración de Saakashvili ha levantado pueblos prefabricados que llevan los nombres de los pueblos georgianos incendiados y destruidos en Osetia del Sur. En Leningor circula la moneda georgiana, el lari, y se venden frutas y agua mineral de Georgia.

Los georgianos que siguen viviendo en el territorio secesionista «pueden elegir entre adoptar la nacionalidad osetia o seguir siendo georgianos residentes en Osetia del Sur», dice el ministro de Exteriores Murat Dzhióyev. El ministro calcula que en Osetia del Sur viven actualmente unas 80.000 personas, de ellas la inmensa mayoría con pasaporte ruso. Subraya Dzhióyev que el problema de los refugiados no debe limitarse a los georgianos que huyeron de Osetia del Sur en 2008, sino que debe incluir también los osetios obligados a abandonar distintas regiones de Georgia durante la primera guerra.

Osetios que llevaban muchos años instalados en territorio ruso han acudido a ayudar a sus compatriotas. Entre ellos está Vladímir Gavaráyev, vicejefe de la Administración de Leningor, que ha venido de Osetia del Norte aceptando cobrar cuatro veces menos de lo que cobraba en Vladikavkaz. Su familia está dividida sobre si debía aceptar el cargo o no. La hija, residente en Moscú, le apoyaba; la que vive en Tbilisi, no. De Vladikavkaz ha llegado también Inal Ostáyev, un ex aviador que en febrero fue nombrado jefe de la Administración de Kvaisá, un antiguo centro minero y la patria chica de Albert Dzhussóyev, un osetio que ha hecho carrera en Moscú y que se perfila como un futuro rival del presidente Eduard Kokoiti. Dzhussóyev es el encargado de construir el gasoducto de Rusia a Osetia del Sur, una obra sin precedentes por la altura y la dificultad del relieve que será finalizada este agosto. El empresario aspira a poner en marcha de nuevo las minas de Kvaisá, que produjeron zinc y plomo y fueron la base de la economía local hasta el terremoto de 1991. Kokoiti ha puesto las minas bajo el control de la Administración. Unos y otros cuentan que se han encontrado huellas de uranio y confían en que una exploración detallada confirme la existencia de este mineral. De momento, Kvaisá es un lugar deprimido con muchos parados que trabajan temporalmente en la construcción del gasoducto y esperan poder participar en las obras de la nueva guarnición militar rusa.

Los osetios del sur tienen una marcada afinidad prorrusa, a diferencia de los habitantes de Abjazia, donde el agradecimiento hacia Moscú se combina con una mayor conciencia del factor diferencial. Los osetios del sur anhelan unirse a Rusia y a sus hermanos de Osetia del Norte, que a menudo les consideran una comunidad exótica y primitiva. Un sacerdote ortodoxo ruso desplazado a Osetia del Sur se quedó de una pieza cuando los feligreses de una iglesia local le llevaron un cordero para sacrificarlo en el interior del templo. «Un rito del Antiguo Testamento», exclama el sacerdote, que convenció a aquellos cristianos de que mataran al cordero fuera del templo y le llevaran después un trozo asado.

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