Gervasio Sánchez, el periodismo humano
La paradoja de la era global ha provocado que, en plena época de ebullición de medios y soportes informativos, la desinformación se expanda como una pandemia irreversible. Todos los especialistas críticos con los medios de comunicación subrayan la disfunción narcotizante que ejercen. Esto explicaría que recibir un aluvión de información sirva para embadurnar y no para estimular al lector o al oyente medio. Tanto empeño en opinar y hablar que al final resulta que el receptor de los mensajes dispone cada vez de menos tiempo para formarse su propio pensamiento. Aplíquense el cuento y observarán que este proceso tiene efectos transversales: da igual la procedencia o el credo ideológico, las consecuencias son iguales para todos. Una viñeta de El Roto lo resumía así: “Es curioso, cuantas más facilidades tenemos para comunicarnos, menos cosas tenemos que decirnos”. El premio Nóbel Joseph Stiglitz es más tajante aún: “Demasiada información equivale a nada de información” (El País, 21.09.08). Pues bien, en medio de todo este magma surgen voces que merecen la pena. Conviene otearlas pronto para seguirlas el rastro. En ellas encontraremos a los exponentes que cumplen la máxima de Ben Bradlee: “El fundamento del periodismo es buscar la verdad y contarla”. Si te dejan, claro. Pero hay que intentarlo para sentirse periodista, aunque eso a veces marcha a contracorriente de tu propia supervivencia. En España sobresalen varios ejemplos, aunque uno de ellos está, o eso me parece a mí, en plena efervescencia y madurez profesional.
Gervasio Sánchez viene de Córdoba, pero trabaja para el Heraldo de Aragón y algunos medios nacionales. Es humilde, entregado y muy incisivo. En Guadalajara, en otoño, explicó que conoció a Manu Leguineche en un autobús durante el referéndum de Chile en 1988. Se presentó ante el gran reportero y se llevó una sorpresa al ver que sabía quien era y que le leía las crónicas desde hace tiempo. Gervasio Sánchez ha cubierto el cerco de Sarajevo y la invasión de Kosovo. Su dedicación especial, desde hace mucho tiempo, se centra en los niños de Sierra Leona y del resto de África que sufren la guerra y a veces también la paz. Su libro “Salvar a los niños soldados” es un ejemplo de ternura aplicada al rigor periodístico. Y en este proyecto sigue empeñado. La exposición “Vidas Minadas”, que él apadrina, abarca una impresionante muestra de imágenes que recogen a cientos de víctimas de las minas, sobre todo menores, en Angola, Mozambique, Afganistán, Camboya, Nicaragua o Bosnia-Herzegovina. La campaña tiene el objetivo de “concienciar a la población en general y a los medios de comunicación, pero también a la clase política, sobre los estragos que producen estas armas mortíferas”. La exposición se nutre de las fotos que ha recabado en más de un cuarto de siglo de labranza profesional. Todas dejan claro que queda mucho por hacer en la carrera contra las minas. Que falta compromiso. Que falta conciencia. Que falta información. La muestra ha estado en diversos puntos de España. También en la sede de la ONU. Un acto “tremendo”, decía la crónica de ABC, en un sitio acostumbrado a estar demasiado mudo ante las atrocidades que sufren los más desfavorecidos. De Robert Capa, ahora que acaban de aparecer sus recomendables memorias en castellano (“Ligeramente desenfocado”, La Fábrica, 288 págs.), sostiene que “nunca fue un carroñero y apenas enfocó su cámara sobre cadáveres”. Es una sentencia que puede aplicarse a su propia trayectoria. Las fotografías de Gervasio Sánchez muestran el lado más humano de los conflictos. No lo hace buscando el protagonismo del periodista, sino de las personas que retrata con el fin de dejar en evidencia los horrores de la guerra. Su inquietud son los derechos humanos. Sus herramientas, la palabra y la imagen. Y siempre con la convicción de que no hay ninguna diferencia entre la mirada de un niño o un adulto colombiano y la mirada de una niña o adulta iraquí, de un afgano o de un niño chechenio. El dolor es universal.
Ya se sabe que, en el contexto de una sociedad mercantilista, los medios cumplen varias funciones que sobrepasan la información y el entretenimiento. Imponen normas sociales, confieren un “status” sociológico y refuerzan las conductas o leyes que existen. Pero cabe tener en cuenta que la prensa también denuncia a quienes no cumplen las normas que nos hemos dado. Los reportajes de Gervasio no son complacientes con el poder. Tampoco sus discursos, como el que soltó contra el negocio de las armas delante de la vicepresidenta del Gobierno al recibir el premio Ortega y Gasset. Igual que cuando hace bandera de la transparencia denunciando la opacidad y el silencio de los hechos que siguieron al asesinato, en 2003, de siete miembros del CNI en Irak. Sus dardos, cuando toca, incomodan al gobernante y subrayan las contrariedades de lo que nos rodea. Tienen el valor de la denuncia bien estructurada, concienzuda y ahormada con sólidos argumentos. Su trabajo señala las miserias de nuestra sociedad, la ambigüedad política, la crueldad humana y la injusticia que aturde a la mayoría del globo. Aunque, visto lo visto y leído lo leído, poco debe importar todo esto en un mundo en el que un tipo que juega bien al fútbol acapara titulares por su fichaje multimillonario. Poco importa el rigor cuando de lo que se trata es de vender espectáculo. Sin embargo, para todos aquellos que confían en la verdad del periodismo, Gervasio Sánchez se ha convertido en un referente a seguir.