Valladolid, moderno y herreriano
No repetiré los tópicos de que Valladolid es una ciudad castellana, sobria, recia y muy tradicional. Entre otras razones, porque quizá no responden ya al cien por cien de la realidad. Pero sí diré que me parece que el empuje de las ciudades de mediana estatura como Valladolid demuestra que eso del «lío de las regiones», como algunos llaman al proceso autonómico, a veces, sirve para algo.
El Valladolid de Delibes existe. Está en el auditorio, que lleva su nombre y en los hitos que marcan su novela El hereje, quizá la última gran obra que escriba el maestro. Existe el Valladolid de la plaza Mayor y sus calles aledañas, hermosas, recoletas. Existe un Valladolid donde te cobran 3 euros por una caña. Pero también existe una ciudad donde cuajan las iniciativas que la hacen moderna: un espléndido festival de cine, varios museos interesantes, rutas de enoturismo o una explotación turística racional. La catedral de Valladolid no es la de Burgos ni la de León, ni su casco histórico el de Salamanca. En cambio, me da que en Pucela saben aprovechar bien lo que tienen. Y además innovan. Por ejemplo a través del Museo Patio Herreriano, que tenía ganas de hincarle el diente y hace poco lo hice por fin.
Se trata del claustro del monasterio de San Benito, adaptado y rehabilitado como museo de arte contemporáneo. Amplias salas, modernas instalaciones y alguna joya en su interior. El patio que da nombre al recinto es, claro, de estilo renacentista. Confieso que lo que más me impactó fue la sala primera, donde hay esculturas de Manolo Hugué (el protagonista del extraordinario relato Vida de Manolo de Josep Pla) y pinturas de Dalí, Miró y otros autores recientes. Encandilan estas salas enmedio de una ciudad de la meseta. También algunas de las exposiciones temporales sorprenden por su originalidad. La entrada es muy barata y el acceso fácil desde el centro. Merece la pena.
Como también merece la pena, después, comer en La Criolla. Creo que se lo he recomendado a más de un amigo. Y ahora lo hago desde el blog. Está a dos pasos de la plaza Mayor, en una zona perfecta para ir de vinos. Los comedores recónditos de este restaurante tienen nombres de personajes ilustres de Valladolid: Delibes, Lola Herrera, Rosa Chacel o el magnífico folklorista Joaquín Díaz, entre otros. El lechazo es espectacular, pero ofrecen una carta abundante con opciones magníficas: un menú tradicional de 30 euros, otro ibérico de 40 euros y tablas compartidas de carne, langostinos y fritura a precios razonables. Y una recomendación: prueben, si quieren, el crujiente de morcilla de Cigales, que da gloria. El servicio es correcto y el lugar, agradable, aunque se agradecería algo más de ventilación. Ni que decir tiene que la carta de vinos, para los que somos fanáticos del Ribera del Duero, roza lo sublime.
A mí Valladolid me parece que es uno de los símbolos del ‘milagro’ español de los últimos treinta años.
Sólo diré: Olé,. olé y olé!! Aunque a mí ya sabes que los museos de arte contemporáneo, el de Valladolid incluido, no me hacen mucho tilín 🙂
Un abrazo!
Gracias machote!!