Antonio Pérez, un espacio de calidad
Uno de los falsos mitos que han lastrado el desarrollo de Guadalajara durante los últimos años afectaba a la cultura. Algunos decían siempre: imposible avanzar en este asunto, imposible gozar de grandes conciertos, imposible organizar buenas exposiciones. Y así con casi todas las ramas de la cultura. Bueno, pues el tiempo y el empeño de unos cuantos profesionales están dejando claro que cuando las cosas se trabajan, y se trabajan con cabeza, los resultados llegan. La Diputación Provincial, una institución vaciada de competencias en algunas materias, está cumpliendo con creces sus objetivos en lo tocante a cultura y espectáculos. No es casualidad. Responde a una apuesta decidida, sin titubeos, valiente, de una dirección cultural cuya acción traspasa el límite de la mediocridad. Parece claro que la oferta, cada vez mayor, busca satisfacer una demanda que se comporta de forma exigente.
La sociedad de Guadalajara en 2009 poco o nada tiene que ver con la de hace tan sólo unos pocos lustros. La ciudad ha pasado a ser un referente del Corredor. Y la provincia se ha poblado de Casas de Cultura, centros sociales y una magnífica red de teatros que hacen que la gente se preocupe más por sus inquietudes culturales, sea para reír o para pensar. Así que los gestores públicos de la cultura, que tienen una obligada cohabitación con los privados, han hecho muy bien en abandonar la cazurrería de antaño y ponerse las pilas. ¿Que hace falta mucho más? Desde luego, pero convengamos en que la transformación está siendo absoluta. El filósofo Félix de Azúa escribía recientemente que el gran cambio experimentado en la España democrática no es el de los grandes núcleos, sino el de las pequeñas y medianas ciudades que han pegado el estirón. En todo. También en la cultura. Se ha pasado de la estrechez de miras a las extravagancias de Leo Bassi en el Buero Vallejo. Se ha pasado de unas instituciones culturales rancias y superfluas a una gestión más o menos acertada, pero sujeta a un criterio profesional. Se ha pasado del sistema cerrado del “pelma local” –según definición de Lorenzo Díaz- a invitar a grandes figuras de las letras, el arte, la música o el periodismo. Incluso se ha pasado de abusar del vinito español, con sus correspondientes aceitunas revenidas, a unos cócteles donde se sirven canapés. Y seamos sinceros: gran parte de este avance se debe, no sólo a los cambios sociales, sino también a la mentalidad de algunos políticos y gestores. De esta manera, se están viendo cosas en Guadalajara que hasta ahora parecían impensables y a las que no prestamos demasiada atención. Quizá por ignorancia, quizá por pereza, quizá porque la vida pasa demasiado deprisa.
Vayamos a un caso concreto. Por ejemplo, el nuevo espacio de arte dedicado a Antonio Pérez en la capital. Las diputaciones de Cuenca y Guadalajara suscribieron un convenio de colaboración que tiene su punto de partida en una exposición antológica titulada “Tesoros de la Fundación Antonio Pérez”. La sala donde se ubica, de más de cien metros, también es un acierto total. Se exhiben 49 obras procedentes de los fondos de esta entidad con trabajos de artistas de prestigio, como Saura, Arroyo o Gordillo. Y hay que tener en cuenta que el protagonista nació en Sigüenza, de modo que la apertura de un espacio con su nombre en Guadalajara presenta un doble aliciente: por un lado, la altura de su obra; por otro, el romanticismo del terruño, al ser un autor de la provincia.
Antonio Pérez, al que conocí hace dos años en la entrega de los premios Provincia de Guadalajara, me parece un tipo sencillo, locuaz, de los que dan sorbos a la vida aprovechando todo lo bueno que surge a nuestro alrededor. Muchos le han definido como un hombre del Renacimiento. Artista, escultor, pintor, escritor, editor, actor, coleccionista y crítico. Así aparece retratado en el volumen “Castellanos sin Mancha. Exiliados castellano-manchegos tras la Guerra Civil” (Añil, 1999). Juan Marsé, con quien colaboró adaptando alguno de sus textos, escribió de él: “En su voz persiste el musgo ambiguo de la infancia y cultiva la capacidad de encantamiento y una antigua disposición a la maravilla -la palabra maravilla es una de sus favoritas-, el talante zumbón y presto el desdén ante la falacia”. En París ingresó en el PCE y fundó la editorial Ruedo Ibérico. Pero su experiencia artística está marcada por su primer viaje a Cuenca. Fue en el 57. Allí conoció a Saura y Miralles y allí volvió tras el final de la dictadura. De joven estudió Filosofía y Letras, aunque su carácter libérrimo le condujo al mundo de la bohemia artística. Conoció a Pío Baroja, Hemingway y Vicente Aleixandre. Ahora, la Fundación Antonio Pérez está considerada uno de los centros de arte más reputados de Europa en la actualidad. Acumula más de 3.000 obras de autores de primer nivel, tanto españoles como europeos. Y supone una noticia formidable, un salto de calidad, que su tierra natal empiece a beneficiarse de este legado descomunal. Estas cosas, antes, no pasaban en Guadalajara.