Política a la italiana
De un tiempo a esta parte se ha extendido el uso del término “italianizar” para describir el proceso de vulgarización y la falta de altura de miras en la política española. El historiador Fernando García Sanz, en un artículo publicado en La Vanguardia, considera que la expresión procede del fútbol: algo se “italianiza” cuando se intenta “hacer imposible el juego del contrario usando tácticas dilatorias o provocando incidentes, es decir, juego sucio” (07.05.09). La cita viene al pelo de lo que ocurre, cada vez con más frecuencia, en la cosa pública de nuestro país. Ya sea en las alturas del Estado o en los sótanos de la “arquitectura política” de la que hablaba Ortega y Gasset. Cuando desde Madrid se da carta libre a determinados comportamientos, las reproducciones en provincias no tardan en aparecer. Y, por lo general, suelen ser peores porque la fotocopia siempre es más chapucera que el original.
Guadalajara es una provincia con 17.501 parados, según el último dato. La tasa de desempleo sube como la espuma (no sólo en la prensa), la producción industrial se estanca y las oportunidades, sobre todo para los jóvenes, se constriñen en la capital y el Corredor. Si vamos al resto de la provincia, la coyuntura tampoco es para tirar cohetes, aunque conviene no ser derrotistas. En Guadalajara subsisten comarcas con una densidad de población bajísima y con deficiencias que parecen crónicas, pero que no lo son. Ahí está, por ejemplo, el Plan de Carreteras o la iniciativa de llevar internet con ADSL a las zonas de interior. En todo caso, la provincia exige un nivel de inversiones y una serie de medidas que sería conveniente afrontar contando con las principales formaciones políticas. Vamos, que queda mucho trabajo por delante. Mucho.
Pues bien, ante este panorama, con estas preocupaciones, en medio de una crisis galopante, algunos políticos se empeñan en ser protagonistas utilizando, precisamente, la excusa de la crisis. Les gusta vocear sus problemas, no los de la gente, y han hecho de la política una suerte de funcionariado permanente al que soldarse como una garrapata, en plan Fraga o Chaves. Es cierto: la disciplina de partido suele ser dura e inflexible. Lo curioso es que muchos políticos sólo se quejan de la disciplina de partido cuando éste decide, por unanimidad, apartarles de la primera línea. Entonces el partido es malo, malísimo, y recurren a lo primero que pillan para seguir amarrados al mástil. La disciplina de partido es una medicina excelente cuando el cargo público también es excelente. Todo se mira de otra manera, incluida la falta de empleo, cuando existe de por medio sueldo, despacho amplio y coche oficial. Lo peor viene cuando te comunican que ya no eres válido para tu partido. Ahí la obediencia suele transformarse en pataleta. Y los ejemplos abundan. Rosa Díez, antes de fundar un partido personalista, anduvo fustigando durante meses al aparato del PSOE, el mismo que la eligió para un puesto en el que cobraba, dietas aparte, más de 600.000 pesetas mensuales. Rosa Aguilar acaba de dejar tirados a los ciudadanos de Córdoba, a los que tanto y tanto se debía, para ser consejera autonómica. Y aquí, en Guadalajara, campeones de la política de bajos vuelos, no nos quedamos cortos. Recuerden el embrollo que tuvo que afrontar la dirección provincial de IU cuando a los ortodoxos del PCE les dio por empuñar la hoz y el martillo contra Jordi Badel. Recuerden el fenomenal lío en el que Ortega Molina y sus díscolos metieron al PP, en teoría, por divergencias políticas. Ja. Y recuerden, ya que está reciente, el jardín en el que se ha metido Juan Pablo Herranz para justificar su dimisión como jefe local de los socialistas en Guadalajara. Para los frágiles de memoria: se trata de uno de los últimos mohicanos del “clan de los maestros”, facción de los socialistas alcarreños, de profesión docentes, que se hizo con el control del partido en los años ochenta. Durante aquella época, trasladaron la disciplina de las aulas a la política. Por eso sorprende que lo que entonces valió, ahora ya no. Cabe subrayar que Herranz ha sido, PSOE mediante, diputado nacional, senador del Reino, concejal y portavoz de su partido en el Ayuntamiento de Guadalajara, diputado provincial, delegado de la Junta de Castilla-La Mancha y subdelegado del Gobierno. El primer cargo público que ejerció data de 1987. Estamos en 2009. Si no me falla la cuenta, han pasado más de dos décadas de servicio al partido. Y viceversa. ¿Es posible ya la renovación o hay que canonizar antes a los que se van?
El denominador común de las luchas internas en los partidos de Guadalajara, como en todos, estriba en el ansia de poder. En la codicia marrullera. En la imposición de cuotas. Por tanto, las diferencias hay que buscarlas en los efectos. ¿Por qué los mismos que consideraban que Román era un político moderado que luchaba contra los “michelines” de su partido presentan ahora a Pérez León como una pseudoestalinista partidaria de las purgas? ¿Por qué una secretaria provincial que obtuvo el 82,22% de apoyo interno no puede aplicar las decisiones para las que fue elegida? ¿Por qué tantos carcamales siguen pensando que atacar a una mujer dirigente sale más barato, y es más efectivo, que a un hombre que manda? Quizá existan más, pero se me ocurren dos formas de mostrar las discrepancias con el partido al que perteneces. La primera es explicar con corrección los motivos ideológicos, no torticeros, y cesar de toda responsabilidad pública, si la hubiera, en caso de que las diferencias sean insalvables. La segunda es tirar por la calle de en medio, hacer ruido y dañar a los que siguen siendo tus compañeros de filas. Ya nos han dicho que nuestra política, por desgracia, cada vez funciona más “a la italiana”. Pero fue Andreotti, un italiano, quien advirtió que en España “manca finezza”. O sea, que falta finura. Puede que a veces lo que falte sean políticos con una pizca de coherencia.