Calidad Vs. Cantidad
El periodismo ha convertido en mercancía lo que antes era información. No lo digo yo. Lo dicen algunos de los principales popes de esta profesión. El sociólogo Herbert Schiller considera que, antaño, la influencia se contaba por tierras y ahora por la capacidad de controlar la información. En la medida en que esto es así, el panorama de los medios de comunicación inunda cada día al lector/oyente/espectador/internauta con multitud de mensajes. Sobre todo en Occidente, pero también en otras latitudes donde los soportes informativos cumplen una función netamente propagandística o de distracción. Pese a ello, quizá debamos considerar un aforismo que ya se ha convertido en regla: la sobreabundancia de información genera desinformación. Es decir, que estar más informados no tiene por qué ser igual a estar mejor informados. Llegados aquí, es lícito preguntarse hasta qué punto la cantidad de productos periodísticos que salen a la luz a diario contribuyen a generar un debate en la sociedad que vaya más allá del puro entretenimiento. O lo que es lo mismo, si los medios hacen que el ciudadano esté no sólo más enterado de lo que pasa en el mundo, sino mejor. Esa me parece la cuestión clave porque su respuesta acaso nos pueda dar la tecla del negocio de mañana.
Discernir entre espectáculo mediático y periodismo es algo que los periodistas debemos reivindicar como una garantía irrenunciable. Igual que un abogado no es un picapleitos, ni un médico un matasanos. Que no nos confunda la caja, el soporte, el envoltorio. En los medios caben muchas cosas, pero no todo es periodismo. El espectáculo hace que prolifere el entretenimiento, en el mejor de los casos; o el amarillismo, en el peor. El periodismo tiene la premisa de contar noticias y satisfacer el derecho a la información, que no es nuestro, sino de los ciudadanos. No siempre se consigue con decoro, es cierto. Pero al menos conviene valorar que los esfuerzos de partida son diferentes según el caso. Esto se materializa, por ejemplo, en el tratamiento informativo de distintos asuntos que están en primera página. Primer ejemplo: la crisis. Algunos medios (los menos) realizan un análisis serio y riguroso, mientras la mayoría opta por el ruido ensordecedor de las tertulias y el exceso de opiniones, contribuyendo así a enredar más la explicación de un problema ya de por sí enredado. ¿Nos estamos enterando mejor de la crisis gracias a esta avalancha de tertulianos y conversaciones de mesa camilla? Segundo ejemplo: el crimen de la joven Marta del Castillo en Sevilla y la polvareda mediática que ha levantado. Algunos televisiones han entrevistado a menores, amigos de imputados en el caso, en horario de máximo audiencia. Todos los medios se han hecho eco de la noticia con profusión. En cambio, no todos han respetado la deontología profesional que exige nuestro oficio. ¿La cantidad garantiza la calidad? Pues es evidente que no siempre.
Juan Cruz ha escrito en su blog de elpais.com que los periodistas debemos dejarnos de tantas zarandajas y tanta gaita: el que es un buen periodista en papel lo seguirá siendo en digital, y a lo mejor conviene no darle más vueltas. Pero los cambios ya han llegado. Tanto la profesión periodística como el negocio de la comunicación viven un momento de transformaciones que alteran los hábitos de consumo, los sistemas de información, los soportes y las reglas de juego de este mercado. Que la calidad no tiene por qué estar reñida con la cantidad es cosa lógica. Lo que no es tan lógico es que seamos los propios periodistas quienes nos afanemos en demostrar lo contrario con tanta insistencia.