Sant Jordi
El escritor Use Lahoz, que acaba de publicar su novela Los Baldrich (Alfaguara), escribió el pasado sábado una deliciosa columna en Babelia en la que refleja con admirable precisión todo lo que un catalán de Barcelona puede sentir hacia la fiesta de Sant Jordi. Es el Día del Libro, de acuerdo. Pero para los que estamos acostumbrados a Sant Jordi desde pequeñitos, la fiesta es algo más. Tal vez, un reguero especial de felicidad por donde se estiran las horas, los libros y el optimismo. No soy dado a festividades programadas ni a estar contento por decreto, pero me he sentido muy identificado con todo lo que ha escrito Lahoz (que tiene sólo cinco años más que yo) en su artículo:
«Desde primera hora del día, Sant Jordi se introduce en uno como un bicho en una fruta, con intención de sorber su jugo, y establece en nuestro talante un mapa sentimental del que nadie quiere irse. En las calles, en las emisoras, en las librerías, los lectores se dejan aconsejar por el instinto. Al igual que toda religión, suscita fanáticos y conversos a los que por 24 horas les sobra razón para ir acumulando las quimeras que habitan en los libros».
Sant Jordi es una fiesta de la cultura en la que se mezcla tradición y negocio, pero el buen tiempo, la energía de primavera y la ristra de escritores provocan un cóctel insuperable para aquellos que nos gusta la vida y la literatura. Este año, además, hay un añadido singular, como es la concesión del premio Cervantes a un escritor barcelonés, Juan Marsé, que suele estar fuera de los códigos de la fanfarria literaria. Marsé, que se ha metido en un charco diciendo que el problema del cine español no es la piratería sino la falta de talento, ha tenido su día de gloria hoy en el paraninfo de la Universidad de Alcalá, que es uno de los templos universitarios más hermosos que existen. Vicente Aranda le ha contestado atacando el nivel de su literatura, lo cual es una bajeza muy propia de un director de cine, digamos, bastante discretito como es Aranda. Todavía no he leído entero el discurso que ha pronunciado el autor de Últimas tardes con Teresa, pero en la retahíla de entrevistas que le han hecho en vísperas de este 23 de abril, me gustó mucho lo que dijo en El Cultural. Le preguntaron por su dualidad lingüística y contestó:
«No acabo de ver el conflicto, no veo donde está el problema. La lengua es siempre enriquecimiento y aunque es cierto que se han cometido errores y excesos, gracias a la llamada inmersión lingüística se ha recuperado la lengua catalana, que había sido durante años maltratada. ¿Que ahora en las escuelas pueden haberse pasado un pelín? No lo dudo. Pero puedo asegurarle que el castellano goza de buena salud, tanto en la calle, como en los espectáculos, en la televisión y en los cines. El castellano, créame, no corre el menor peligro».
Palabra de un Cervantes.
Muy sensato. Muy coherente. Muy cargado de sentido común. O sea, muy raro.