Qué risa
La escena ha ocurrido esta mañana en el Congreso de los Diputados. Quizá lo hayan visto en algún diario digital. La diputada del PP, Celia Villalobos, ha pedido la palabra para responder a un diputado socialista invocando un artículo del Reglamento que la presidenta de la Cámara en esos momentos, Teresa Cunillera, ha rechazado. Debatían sobre el posible cierre de los «chiringuitos» de la playa. Un diputado del PSOE había atacado al alcalde de Málaga, pero no hubo ninguna alusión directa a Villalobos. Por tanto, no procedía que tomara la palabra.
Al margen de que Cunillera es una diputada seria y rigurosa y Villalobos una verdulera metida a política, produce un poco de lástima contemplar las imágenes de este incidente en el sitio donde está representada la soberanía del pueblo. Máxime teniendo en cuenta las informaciones de los últimos días, después de las votaciones en secreto para permitir la compatibilidad de sueldos y trabajos de la mayoría de los diputados y después que el domingo Fernando Garea nos contara en El País que nada menos que «250 diputados tienen ingresos extras». Aunque, en verdad, no es lo mismo cobrar por dar conferencias o asistir a tertulias que por montar un bufete de abogados, presidir una corporación ligada a una caja de ahorros o cultivar negocios petroleros y ser miembro de la Comisión de Energía. Pero esa es otra historia.
Si observan el vídeo del enfrentamieno entre Villalobos y Cunillera notarán una cierta rigidez por parte de ésta (Bono embadurna más las cosas con sus trazas bizcochonas). Pero a mí me ha llamado sobre todo la atención la insolencia y mala educación de la diputada del PP. Aunque la presidenta le retira la palabra, ella no dejar de decir lo que quiere decir y, por tanto, lo suelta a voces, a grito pelado. Y sacude con un exabrupto al diputado socialista al que se dirigía. Como sigue montando el circo y chillando, la presidenta vuelve a llamarla al orden. Y entonces coge Villalobos y se marcha del hemiciclo. También entre bramidos y vituperios. Vamos, lo que se dice un ejemplo de comportamiento digno de toda una señoría…
Pero no se crean que la cosa es grave. Todo lo contrario. Estoy seguro que hoy Villalobos ha sacado pecho ante sus compañeros. El alcalde de Málaga, que es a quien defendía en su intervención, la habrá llamado para darle las gracias. Y todos sus compañeros de filas habrán aplaudido el carácter dicharachero, popular, vocinglero y zarrapastroso de la diputada malacitana. Es normal. Es producto de la sociedad que tenemos: el periodista no puede ser periodista, tiene que ser un simple comunicador de noticias y, si puede, muy guay y muy simpático; el juez tampoco puede ser un tipo discreto y oscuro, sino un señor que sale todos los días en la prensa; y, en esta línea, los políticos no deben ser individuos que se tomen en serio su tarea, sino enardecidos defensores de sus causas. Y a poder ser, gritones.
Hace unos años le hicieron una entrevista en un diario nacional a Josep Maria Muñoz, director de una de las revistas de Historia más veteranas y prestigiosas, L’Avenç, de Barcelona. Le preguntaron si la historia podía ser divertida. Él contestó: «Si usted quiere divertirse, se marcha al cine o al circo, pero la Historia está para enseñar y divulgar, y eso no tiene por qué ser siempre divertido». Quizá fue tajante en su respuesta, pero interpreto que venía a decir que cada cosa tiene su momento en la vida, y que ya está bien de convertir todo en chacota. Hacer una revista de Historia es una cosa seria. Dar una conferencia es una cosa seria. Participar en un debate es una cosa seria. Y ser diputado en el Congreso también debería ser una cosa seria. En cambio, de un tiempo a esta parte, todo se banaliza, todo se relativiza, todo se pasa por el filtro de la risa, ja ja, que me troncho. Hasta los informativos de Radio Nacional se han vuelto simpaticones, con unos locutores que saludan en plan: «Hola, qué tal, os vamos a dar una cuantas noticias para estar entretenidos…». En fin, que no hay por qué dramatizar nada, que me encantan el humor y las risas, las bromas, la juerga. Pero no todo tiene por qué ser divertido. Ni guay. No todo debe ser buen rollito ni espectáculo. De vez en cuando, también hay que trabajar.