OPINIÓN

Periodistas artesanos

"Las cabeceras que resucita el ingente trabajo de Sánchez y Villena reflejan el tránsito del periodismo artesano a la industria del periodismo"
El Decano de Guadalajara, 27.02.09
Raúl Conde

Juan Luis Cebrián tiene escrito en Cartas a un joven periodista que periodista es el que mira detrás de los cajones a ver qué hay. La curiosidad es el punto de partida de todos los que trabajamos en este oficio. Puede que también el de llegada. Pero, ¿cuál es la barrera que separa al periodista del que no lo es? Más aún: ¿Debe existir esa barrera? Muchos compañeros consideran que este es un debate absurdo. La realidad se empeña en lo contrario porque afecta tanto a las condiciones laborales como a la consideración social del informador. Quizá el periodismo es la única profesión que cuestiona su propio empleo. Nadie discute quién es médico, abogado o psicólogo. Todos ellos disponen de dos herramientas de las que carece el periodista: la exigencia de ser licenciado para ejercer y un colegio profesional estatal que defienda los intereses del colectivo, sobre todo cuando abundan las presiones y los despidos marchan en caída libre. Mientras no se reconozca legalmente la profesión periodística, mientras no se fijen unas normas jurídicas propias y vinculantes, el periodismo puede que siga siendo motivo de mofa general. O por lo menos de desprecio. Dicho de otro modo: empezarán a respetarnos cuando nos respetemos a nosotros mismos.

Me he acordado de todo esto mientras leía un par de libros recomendables. En realidad son tres. Por un lado, los dos volúmenes que la editorial Almed ha sacado a la luz para rescatar la obra periodística de José Blanco White: el Semanario Patriótico (Sevilla, 1809) y El Español (Números 1, 2 y 3, Junio 1810). Y, por otro, el nuevo título de la Biblioteca Añil, dirigida por el incombustible Alfonso González-Calero: Periodistas vocacionales. La prensa en la provincia de Guadalajara (1810-1940) (Almud, 335 págs.), de los historiadores Isidro Sánchez y Rafael Villena, editado con la ayuda de la Junta y de la Asociación de la Prensa. Ambas lecturas resultan didácticas. Blanco White fue un intelectual de su época entregado a la pasión del periodismo. Su ejemplo demuestra que este trabajo es más viejo de lo que aparenta y que ya a principios del XIX podía uno vivir escribiendo en la prensa, aunque fuera en el exilio. En paralelo, el libro sobre los periodistas vocacionales trae al gremio el eco de la aportación de oficios diversos: médicos, obreros, historiadores, abogados, farmacéuticos, impresores, maestros, políticos, veterinarios o sacerdotes. Los artículos de Blanco White y las cabeceras que resucita el ingente trabajo de investigación de Sánchez y Villena reflejan el tránsito del periodismo artesano a la industria del periodismo. El paso paulatino de las gacetas al periódico comercial. De Burke, que llamaba “cuarto poder” a la prensa, a Margarita Rivière, que piensa que ya es el segundo. Sólo detrás del dinero. Por ahora.

La Guerra de la Independencia y la Guerra Civil son los dos hitos históricos que cercan el estudio plasmado en el volumen de Añil. Comienza en 1810, cuando aparece la Gaceta del Señorío, y concluye con los altavoces del incipiente régimen franquista. La obra consta de tres partes. En la primera se analiza la evolución de la prensa de Guadalajara durante este periodo, caracterizada por su tendencia diversa y por una fuerte carga ideológica: desde el anarquismo o el socialismo hasta el carlismo más recalcitrante. También hay periódicos profesionales, pero son los menos y se ciñen casi en exclusiva a la agricultura, el comercio, la educación o la sanidad. La segunda parte del libro contiene un impresionante catálogo de las 208 publicaciones censadas. Los autores advierten que puede haber más, pero su registro consta de 175 en Guadalajara capital y 33 en diez localidades más del resto de la provincia: Sigüenza, Atienza, Brihuega, Cifuentes, Cogolludo, Checa, Jadraque, Molina, Sacedón y Yélamos de Abajo. Finalmente, la última parte aporta una completísima bibliografía y fuentes documentales para quien quiera ampliar la investigación. Los investigadores extraen conclusiones interesantes. La primera: a diferencia del resto de territorios de la región, “no hubo en el estadio de la prensa provincial un diario propio, impreso y elaborado en la provincia”. La segunda: que la prensa de partido y la Restauración fomentaron la multiplicación de publicaciones. Y tercero: que sería imposible entender la evolución de los periódicos de Guadalajara sin la participación de profesionales que, sin ser periodistas profesionales, lo fueron por disfrute y por pura vocación. Marcelino Martín, a la sazón alcalde republicano de Guadalajara, dirigió Avante. El socialista Alfonso Martín sacó a la calle Flores y Abejas en 1894. La Crónica (1885) permaneció fiel al conde de Romanones. Juan Catalina escribió en El Atalaya de Guadalajara. Y en la farmacia de Fernández Iparraguirre se gestó una cabecera emblemática: El Volapük (1886). Son sólo algunos nombres y fechas que están en la memoria de la prensa alcarreña. Gracias al análisis riguroso, científico, meticuloso, de los profesores Sánchez y Villena, podemos comparar aquel periodismo con el actual. Entonces era un oficio subordinado a otras disciplinas y a los partidos políticos. Ahora se desliza por la pendiente de su propio negocio. El periodismo ha devenido en profesión, pero conviene reconocer los orígenes y el sacrificio de quienes empezaron a incubar el gusto por la tinta periódica.

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