Italia como aldabonazo
Un país está hecho a base de mitos que no dejan ver la realidad. Italia es, probablemente, el territorio mítico por excelencia. Carga con la historia de una época en la que se forjó buena parte de la cultura que hoy nos rodea. Cobija en su entorno el Estado que administra la cristiandad. Y recuerda con nostalgia la época en que alumbró al mundo a través de los pintores, los escultores, los arquitectos y los artistas del Renacimiento. Pura fantasía histórica hecha pedazos en un presente que nos deja ateridos.
El «Rissogirmento» de Italia queda lejos. Ya no es tiempo de ‘Garibaldis’ ni ‘Mazzinis’. Ahora los italianos deben conformarse con Berlusconi, pero lo llevan bien. Le conocen mucho, y aún así, le siguen votando. Fue presidente del Gobierno a mediados de los noventa, es dueño del Milán y el empresario más popular de su país. Además, sale por televisión tantas veces como quiera porque controla, en un fenomenal estado de monopolio, tanto las cadenas privadas como ahora las públicas. También es propietario de la mayor empresa de publicidad y de la prodctora Endemol, que vende contenidos a las televisiones de toda Europa. Domina el arte de la retórica y se doctoró cum laude con una tesis sobre los aspectos jurídicos de la publicidad. Ahora, con él de nuevo en el Gobierno, no es extraño que de Italia estén viniendo dos noticias que resuenan como pedradas en nuestros valores. Dos asuntos que deberían hacernos pensar hacia qué tipo de mundo vamos.
Primera noticia: las agresiones a los inmigrantes, la persecución del foráneo, sobre todo si es rumano, gitano y pobre, cualidad ésta última indispensable. La legislación italiana en materia de migración roza el fascismo, si no lo supera en algunos puntos. Pero la UE mira hacia otro lado. Se está produciendo una oleada xenófoba en la cual Italia está actuando de avanzadilla. Se está alentando, de forma más o menos encubierta, el fantasma del racismo ante la pasividad de los gobernantes de Occidente. No quiero hacer un paralelismo con el auge de los fascismos en la década de los años 30 del siglo pasado. Pero lo síntomas son preocupantes. Y nadie hace nada.
Segunda noticia: el caso de Eluana. La joven que lleva 17 años en coma irreversible dejó claro en vida que no quería ser «salvada» por ninguna máquina en caso de tener un accidene de tráfico muy grave, tal como le ocurrió a un amigo suyo. Una sentencia del Tribunal Supremo italiano (sentencia definitiva e inapelable) permite a su familia y a los médicos desconectarla de la sonda que le alimenta como un vegetal. La Iglesia, otra vez la Iglesia, siempre la Iglesia en Occidente, ha comparado por medio de uno de sus portavoces, el cardenal Ruini, la posible muerte de Eluana con un homicidio o un asesinato. Berlusconi no se iba a quedar a atrás, cómo no. Está utilizando políticamente el caso y ha anunciado una ley ad hoc para evitar que Eluana muera. El padre de la joven, Beppino Englaro, clama por el respeto a las leyes actuales. «Mi hija no morirá ahora porque lleva muerta 17 años» (entrevista de Miguel Mora en El País, 08.02.09). Se trata de un problema de conciencia personal que algunos, los de siempre, tratan de aprovechar para justificar su moralina colectiva. La Constitución define a Italia como un país laico no confesional, pero la Iglesia lanza con su postura en el caso de Eluana una advertencia a todos los gobiernos: mantener los principios medievales y seguir pagando sin derecho a abrir la boca. Y Berlusconi busca conectar, aún más, con los sectores más rancios y obsoletos de la sociedad, saltándose a la torera el principio de la división de poderes. El propio presidente de la República, Giorgio Napolitano, se ha negado a firmar el decreto para evitar la muerte de Eluana. José Antich, director de La Vanguardia, sostiene: «Convertir este caso en un enfrentamiento institucional entre el presidente de la República y el jefe del Gobierno es un disparate y una utilización improcedente del cargo» (07.02.09).
Paolo Flores D’Arcais, director de la revista MicroMega, uno de los intelectuales que más me gusta seguir de Italia, considera la actitud berlusconiana un «intento de golpe». Y escribe: «Berlusconi ha decidido abrir un verdadero casus belli declarando su intención de cambiar inmediatamente la Constitución para poder gobernar sistemáticamente con decretos-ley, saltándose los debates parlamentarios, proclamando así, abiertamente, su pulsión de dictadura. Italia entra, por tanto, en un periodo de emergencia democrática absoluta, más grave aún porque Europa parece no darse cuenta de la seriedad de la vocación totalitaria de Berlusconi».
Tanto los arrebatos xenófobos como la intransigencia ultraconservadora en el caso Eluana me parecen dos aldabonazos que Italia lanza al corazón de la conciencia europea. No son casos menores ni que pertenezcan, sólo, al ámbito nacional. Pero lo peor de todo es la falta de reacción, la ausencia total de respuesta. A falta también de una señal, un movimiento, un algo, por parte del partido de Walter Veltroni que nos permita ver que hay vida más allá de Berlusconi y el Vaticano. El silencio actúa de cómplice de los que no respetan las leyes ni la ética.
Aunque de Italia, ciertamente, nada nos sorprende porque ya lo han inventado todo. Es un país contradictorio. Una clase política dirigente corrupta y estancada en la alternancia de poder. Una derecha reaccionaria y ultracatólica. Una izquierda acomplejada y sin estructura. Un país fatigado de tanta camorra y tanta estafa. Un Estado sumido en la economía B. Unos sindicatos impotentes. Unos empresarios fuertes y emprendedores. Unos sueldos miserables. Unas pizzas ilustres. Un Papa demasiado cerca. Un industria potente. Una imagen de marca nacional gloriosa (Italia=moda=vanguardia=estilo=calidad de vida). Una Fiat que no se hunde y una Pirelli que cierra fábricas en España. Todo eso me parece Italia.
No sé a quién le leí, creo que fue a Enric González, que Italia soporta todo lo que tiene que soportar gracias al buen humor de los italianos, que se toman a chufla aquello que los españoles convertimos en drama. O sea, todo menos el fútbol. Siguen siendo la séptima potencia mundial, pero el italiano medio prefiere fijar la mirada en las chicas. Que nunca falten las chicas. Íñigo Domínguez se hacía eco en su blog de un experimento del Corriere della Sera: retratar un día en la vida de Italia a través de decenas de fotografías. Cuenta Íñigo, al que agradezco por cierto el envío de documentación sobre los italianos en la batalla de Guadalajara en la Guerra Civil, que por esas fotos desfilan «políticos, pescadores, mafiosos, niños, ancianos, pobres, ricos, el desayuno, el aperitivo,… y no sé por qué muchas modelos».
En el alma de las imágenes que publica el Corriere está la esencia de Italia. Y el por qué nos sigue atrapando a pesar de todo.
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PD.: Eluana ha muerto mientras los parlamentarios italianos debatían el decreto impulsado por Berlusconi para obligar a mantener con vida a enfermos como esta chica. El escritor Roberto Saviano, amenazado de muerte por la mafia tras el éxito de su libro Gomorra, publica este artículo en El País, titulado «Pidan perdón a Beppino Englaro», el padre: «Beppino Englaro, con su batalla, ha abierto un nuevo camino, ha demostrado que en Italia no existe nada más revolucionario que la certeza del derecho. Si en mi tierra fuera posible dirigirse a un tribunal para ver reconocido, en un plazo de tiempo adecuado, la base del propio derecho, no sentiríamos la necesidad de recurrir a otras soluciones».