Dubravka Ugrešić, memoria de la atrocidad en Europa
«Sobre el general Ratko Mladić, criminal de guerra, que durante meses aniquiló Sarajevo desde los montes cercanos, se cuenta que una vez tuvo en su punto de mira la casa de un conocido suyo. La historia sigue: entonces, el general telefoneó a su conocido informándolo de que le concedía cinco minutos para recoger sus «álbumes», porque precisamente, dijo, tenía la intención de volarle la casa por los aires. Diciendo «álbumes» el general pensó en los libros de las fotografías familiares. El criminal, que durante meses estuvo destruyendo la ciudad, las bibliotecas, los monumentos, las iglesias, las calles y los puentes, sabía que estaba destruyendo la memoria. Por eso le regaló «magnánimamente» a su conocido una vida con derecho a la memoria. Una vida desnuda y algunas fotografías familiares».
Es un extracto de El Museo de la Rendición Incondicional (Impedimenta) que compré el año pasado en La Puerta de Tannhauser, una estupenda librería de Plasencia. El libro es de Dubravka Ugrešić, fallecida ayer en Amsterdam a los 74 años de edad.
En 1991, cuando estalló la guerra de los Balcanes, adoptó una posición antibelicista. Dos años después tuvo que exiliarse de Croacia, su país, tras ser perseguida por el ultranacionalismo croata y serbio. Sin algunos de sus libros, como El ministerio del dolor, sería mucho más difícil concebir el relato de la desintegración de la extinta Yugoslavia. La gran herida de Europa -hasta desatarse el conflicto en Ucrania- desde 1945.
Ahora que en suelo europeo vuelve a atronar la crueldad, la criminalidad y la estupidez de la guerra, probablemente, se hace más necesario que nunca detenerse en voces como la de Dubravka Ugrešić. Nadie como ella ha explicado la importancia de conservar la memoria de la atrocidad. «Los refugiados -escribió- se dividen en dos clases: aquellos con fotografías y aquellos sin ellas». Léanla. Sus textos son una vacuna frente al fanatismo y la intolerancia.