EL MUNDO
En junio de 2009, el primer día que traspasé la puerta de la sede de EL MUNDO, un colega veterano me dijo: “No te hagas ilusiones, por muy bien que lo hagas, durarás uno o dos meses. Más, imposible”. Han pasado 12 años, y qué años, y aquí seguimos. Mejor dicho, aquí seguíamos. Ayer domingo fue mi último día en un periódico que ha sido y espero que siga siendo mi casa en el futuro. Lo dejo voluntariamente después de una larga etapa en Unidad Editorial en la que he tenido la oportunidad de escribir para distintas cabeceras de este grupo y trabajar en varias secciones. La última, Opinión. Ahora me incorporo como asesor en el gabinete del Ministerio de Política Territorial. Una experiencia profesional nueva y diametralmente opuesta a lo que venía haciendo.
Mi escuela en este oficio es la de Leguineche. Y Manu me enseñó que el periodista nunca debe ser protagonista. Hay que huir de la primera persona, por mucho que ahora esté en boga cultivarla, para soslayar la vanidad o la autocomplacencia. De modo que perpetro estas líneas irrelevantes solo a modo de subterfugio para despedirme de la Redacción y de todos los compañeros (con algunos lo he podido hacer por persona o por otros medios durante los últimos días), y también para agradecer la confianza demostrada por los diferentes responsables del periódico durante todo este tiempo.
Concepción Arenal sostenía que “no son los hechos una cosa tan fácil de ver como se cree”. Precisamente por eso merece la pena seguir ejerciendo el periodismo. Ha sido un placer hacerlo en EL MUNDO al lado de tantos profesionales excelentes.
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