30 de septiembre 2020
Visto el primer debate entre Trump y Biden. Me ha espantado y divertido al mismo tiempo, porque en parte parece una serie de ficción. No es posible que un personaje tan zafio, sucio, maleducado, ignorante, impertinente, ofensivo y grosero tenga serias opciones de seguir siendo el líder del mundo libre otros cuatro años. Es alucinante, de verdad. Miradlo los que no lo hayáis visto. Los insultos explícitos al candidato demócrata, las continuas interrupciones, los exabruptos, las malas formas, las injurias hacia sus hijos, la falta de argumentos, los reproches al moderador, las acusaciones explícitas o veladas, el tuteo con el oponente… Por no hablar de las toneladas de falsedades en sus palabras.
La obscenidad de Trump plantea una cuestión central en los tiempos que vivimos: cómo combatir el populismo, cómo defenderse de esa pestilencia, cómo confrontar en el espacio público a quien se sirve de las instituciones para degradarlas. ¿Poniéndose a su nivel? ¿Bajando a la arena? O, por el contrario, ¿hay que obviar sus ataques? Me da la sensación, y lo estamos ya viendo en España con la peste de Vox, que no basta con ser transparentes y ofrecer datos fiables. Los prejuicios, la pertenencia al rebaño, el «nosotros» frente a la sociedad global, el rechazo al «otro» y la promesa de soluciones fáciles pesan más que la aceptación madura de la complejidad del mundo.