La Garlopa Diaria

11 noviembre 2019

Cuatro apuntes sobre el 10-N (y el PSOE)

Reunión de la Comisión Ejecutiva del PSOE después de las elecciones generales del 10-N. // Foto: PSOE

Cuatro apuntes sobre el 10-N, especialmente, sobre el PSOE:

1. Una semana antes de las elecciones escribí aquí mismo que el resultado del conjunto de la izquierda iba a ser un valle de lágrimas. Y lo reitero, a pesar de la amarga victoria del PSOE. El experimento no le ha salido bien a Sánchez y la dirección federal debería admitirlo. Con independencia de las culpas por la repetición electoral, Sánchez planteó esta cita como una ocasión para ampliar la ventaja sobre el bloque de la derecha y alcanzar una base parlamentaria cómoda. No lo ha logrado. El PSOE se ha dejado más de 700.000 votos y la mayoría absoluta en el Senado. Al resto de la izquierda tampoco le ha ido nada bien: Podemos evita el naufragio pero no frena su sangría; y el partido de Errejón se queda en marginal. Después del 28-A, Sánchez ni quiso pactar con Ciudadanos (le hubiera garantizado una mayoría parlamentaria de 180 diputados) ni logró armar un gobierno en solitario por la izquierda y los nacionalistas. El resultado es un escenario más fragmentado, más radicalizado y más ingobernable. Hay opciones aritméticas para la investidura. Complejas, pero las hay. Lo que no veo por ningún lado es la fórmula para gobernar con un mínimo de estabilidad. Vamos a elecciones en primavera o a un gobierno inestable de muy corta duración.

2. El PSOE planteó una campaña de centro y moderada, lejos del discurso izquierdista y abierto a una reforma constitucional en el modelo territorial del que hizo gala en abril. No le ha ido bien tampoco por ese flanco. La falta de liderazgo se ha hecho acusada a la hora de fijar una posición nítida, tanto sobre la salida en Catalunya como en cuestiones sensibles en materia económica. Sánchez no ha aprovechado el desguace de Ciudadanos. El desastre de Rivera -tanta paz lleve como descanso deja- estaba cantado y algunos lo advertimos hace más de seis meses. Pero es evidente que sus votos han ido a parar casi en exclusiva al PP y Vox. Magro negocio para Ferraz. La irrupción de la mugre ultraderechista es una pésima noticia para la democracia española, pero me parece injusto achacarlo solo a la voluntad de Sánchez de repetir elecciones. Entre otras cosas porque esto nunca hubiera ocurrido si Pablo Iglesias no hubiese bloqueado, por enésima vez, la formación del que podía haber sido el primer gobierno de coalición de izquierda desde la II República. El auge de Vox es consecuencia de muchos factores: presencia mediática, legitimización como socio por parte del PP y Cs y, por supuesto, la inflamación independentista del conflicto en Cataluña. Los contenedores quemados en Barcelona han sido la principal gasolina electoral de la excrecencia de extrema derecha. Los ultranacionalismos se retroalimentan: discursos simples, apropiación de los símbolos, señalamiento del discrepante, desprecio de las reglas y las leyes.

3. En agosto, justo después del descarrilamiento de la investidura, publiqué una columna en El Mundo titulada «Pedro arriesga». Era evidente la suma de amenazas: la inestabilidad, el impacto social por la sentencia del proceso soberanista, las señales de desaceleración económica, la fatiga ciudadana y el cansancio de las propias bases para afrontar otros comicios en un año en el que los españoles ya hemos votado en unas generales, autonómicas, municipales y europeas. De todos los desafíos, el de Cataluña era el más crudo. Creo que Sánchez preveía las movilizaciones, pero no la ola de violencia. En este sentido, el independentismo ha jugado en favor de las derechas. Pero eso no exime de responsabilidad a Moncloa. Algunos dentro del partido, como Ábalos y varios barones regionales, avisaron del riesgo que suponía plantear otras elecciones a modo de órdago o plebiscito. El PSOE ha vuelto a ser primera fuerza, pero sin el respaldo esperado. La oposición debe aceptar que no hay alternativa aritmética posible a un gobierno socialista. Y Sánchez está obligado a aceptar que no puede gobernar en solitario y a definir con claridad su política de alianzas.

4. No han tardado en surgir críticas veladas en el seno del PSOE a la estrategia de Sánchez y sus asesores. En público, poco. En privado, a toda mecha. Mezclar la polarización inherente a una campaña con la tensión desatada en Catalunya -perfectamente previsible para cualquiera que esté en uso de razón política- ha sido un completo error por parte de los estrategas monclovitas. Eso sí, también observo muchos críticos que se limitan a censurar esta hoja de ruta sin ser capaces de decir qué harían ellos en caso de estar en la piel del presidente del Gobierno. Todas las organizaciones políticas, incluido el PSOE, han laminado el debate y los órganos de deliberación internos. Eso lastra la toma de decisiones. Sucedía con González y Zapatero, pero se ha acentuado en una etapa en la que Sánchez rige el partido con modos cesaristas. Esto es tan cierto como el hecho de que quienes eran partidarios de gobernar con Ciudadanos después del 28-A debieron decirlo en voz alta. Pero callaron. Callaron igual que en 2016 no se atrevieron a plantear en público la abstención con Rajoy. Y callaron porque muchos de ellos le deben a Sánchez, a su golpe de efecto con la moción de censura y a su manera de fijar el calendario electoral, gran parte de los excelentes resultados que los socialistas cosecharon el 26 de mayo. Nadie va a discutirle el liderazgo interno a Sánchez mientras siga en Moncloa, aunque sea en funciones y con respiración asistida. Pero es evidente que de la operación del 10-N, el secretario general del PSOE sale con rasguños. Por no decir magulladuras. Si se empeña en un Gobierno monocolor, no creo que encuentre la salida al atolladero.

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