Puigdemont ‘trumpista’
La estrategia de enredo y mentiras del independentismo catalán llega tan lejos que ha hecho reaccionar incluso al Gobierno vasco: Puigdemont puso en duda el testimonio de Urkullu ante el Supremo y éste le ha respondido que, cuando acabe el juicio, hará público un dossier con la mediación efectuada por el lehendakari en el procés. El PNV es un partido nacionalista, pero ni muestra tendencia kamikaze ni agita la frivolidad como divisa política.
El soberanismo traslada a Cataluña los mismos métodos de Trump: populismo, nacionalismo y guerra cultural. Por eso Puigdemont, que ya ha fagocitado por completo al centroderecha catalanista, ha marginado al sector moderado y pactista en las listas electorales de JxCat. Cuanto peor, mejor. Guerra, bloqueo, antidiálogo. Por eso trata de usar la candidatura al Europarlamento como señuelo para lograr que el gen convergente vuelva a imponerse a los pagafantas de ERC. El ex president sabe que la ley le impide ser diputado en Estrasburgo sin pasar antes por Madrid, recoger el acta y jurar la Constitución. Pero ayer, en Rac1, alentó su regreso a España invocando de forma torticera los tratados comunitarios. Es evidente que prefiere seguir instalado fuera de la realidad en lugar de ser pragmático y aceptar:
1) Que no existe una mayoría social cualificada en Catalunya para ir a un proceso de separación a las bravas.
2) Que el Estado nunca va a abrirse al reconocimiento del derecho de autodeterminación. Nunca es nunca. Primero porque cualquier Estado antepone la exigencia de preservar su unidad territorial y, segundo, porque la desmembración de la unidad nacional supondría de facto la derogación de la Constitución del 78 y, por tanto, de la Corona. Y eso, a día de hoy, es inviable porque incluso las previsiones constitucionales contemplan medidas bastante más drásticas que el 155 para evitarlo. Por supuesto, no estoy diciendo que esto sea lo ideal. Estoy diciendo que esto es lo que haría el Estado. Gobierne Sánchez o el padre Ángel.
y 3) Que la independencia low cost no existe. Ni en España ni en ningún otro sitio. Basta ver los efectos del Brexit. El sector más radical del secesionismo (Bernat Dedéu, Enric Vila, Endavant, CUP…) tiene razón cuando indica que la vía reformista no traerá la independencia. Nunca. Jamás. Da igual el color del Gobierno o del Govern. De ahí el engaño de seguir alimentando el mito de un divorcio amistoso y pactado. Eso no ocurrirá ni aunque el respaldo a la independencia alcance el 70% de la población catalana. En tal caso, el soberanismo invocaría su legitimidad. Podría imponerse la separación por la vía del principio de efectividad. Pero tendría un coste severo social, económico y quizá hasta físico.
La farsa, por tanto, continúa. El independentismo se ha convertido en la antipolítica: una fe, una religión, un clavo ardiendo al que agarrarse a base de falsedades repetidas mil veces. El independentismo es un lastre para nosotros, los catalanes, y un chollo electoral para la derecha española. Alguien nos tendrá que explicar algún día en qué momento se jodió Catalunya. En qué momento una de las sociedades más cultas, cosmopolitas, cívicas e industralizadas del sur de Europa decidió ponerse la barretina en los ojos.