Seis errores de Albert Rivera
Enrique Gimbernat dijo el otro día en el Consejo Editorial de El Mundo que Albert Rivera nunca pierde la oportunidad de meter la pata antes de unas elecciones. Le pasó en 2016 y ahora repite resbalones en vísperas del carrusel electoral de primavera.
El primer error, y el más grave, fue aceptar los votos de la ultraderecha para acceder por primera vez en la historia de este partido a un gobierno de coalición. Seguramente tenía poco margen de maniobra dados los resultados, pero fue una operación mal ejecutada y peor comunicada. El remate fue tirarse más de un mes evitando el saludo a Vox y luego plantarse delante de toda España a su lado en el corazón de Madrid.
El segundo es prestarse a compartir manifiesto, escenario y foto con la militancia de Vox, que es la que llenó Colón. Aquella manifestación no fue una movilización cívica en favor de la libertad, la igualdad y el europeísmo sino un aquelarre de nacionalismo españolista con ribetes rancios y casposos, incluso nostálgicos. De ese acto solo salieron ganando Sánchez y Abascal.
El tercer error pasa por vetar preventivamente al PSOE ante cualquier pacto postelectoral: esa es una equivocación inexplicable porque espanta al elector moderado o centrista y envía la señal de que votar a Ciudadanos, en el fondo, es votar a Vox. Y porque además es absurdo e inverosímil. Tengan por seguro que si el 28-A el PSOE y Cs suman entre ambos 176 escaños, habrá pacto. El veto a los socialistas, además, descoloca a varios candidatos autonómicos de Cs. De ahí que Aguado se haya desmarcado rápido para evitar el descarrilamiento de un eventual acuerdo con Gabilondo. Los vetos son nocivos en democracia, máxime si parten del disparate de situar a los socialistas fuera del marco constitucional. Si un partido sistémico como el PSOE se situara de verdad fuera de la Constitución, España se vería abocada a una crisis de Estado que excedería por completo la cuestión catalana.
El cuarto error de la formación naranja es la desbandada de dirigentes de Cataluña, que es donde se supone es más fuerte y donde ha abanderado el frente al nacionalismo. Que la jefa de la Oposición en Cataluña se despida visitando el pueblo de Puigdemont y haciendo un paripé en Waterloo, siguiéndole el juego simbólico al independentismo, constata el fracaso de una líder que renunció a la investidura y a presentar una moción de censura. El movimiento de colocar a Arrimadas de número uno por Barcelona suena a maniobra de desesperación para salvar los muebles.
El quinto error consiste en rebañar candidatos descartados por el PP y el PSOE, justo aquellos partidos de los que Ciudadanos dice querer ser alternativa. Ser coche escoba de los detritus del bipartidismo revela la endeblez orgánica del partido de Rivera y su falta de cuadros y candidatos para erigirse en un partido con verdadera implantación nacional. No es serio argumentar que la incorporación de Corbacho, Mesquida o Silvia Clemente es una forma de «atraer talento» mientras la dirección orilla a Xavier Pericay en Baleares. Da risa.
Y el sexto error (por ahora) se ha confirmado hoy. Ciudadanos acepta sumarse a la candidatura de UPN en Navarra. UPN, para quien no lo sepa, es el blasón político del Opus y de la derecha navarra. La misma que en la Transición exigió que la Constitución blindase el régimen foral, herencia medieval y anacrónica del Reino de Navarra. Resulta inexplicable que Albert Rivera rechace el concierto económico de Euskadi mientras se alía con los adalides de la foralidad navarra. ¿Cómo se compadece la defensa de los privilegios fiscales de los navarros con un partido que dice defender una España de ciudadanos»libres e iguales» y que incluso ha protestado por la mejora de la financiación de Catalunya, una comunidad que pertenece al régimen común? Ni siquiera el subterfugio de la lealtad al Estado de la derecha navarra frente al PNV le va a servir a Rivera para justificar una incoherencia de tal calibre, que se suma al hecho -no menor- de consolidar la primera candidatura conjunta con el PP, a través de UPN, en una comunidad autónoma.
Ciudadanos empieza a no poder disimular su nerviosismo porque su dirección intuye que las cosas no van a salir el 28-A como los sondeos auguraban hace escasas semanas. Incluso la explosión feminista del 8-M le ha pillado con el paso cambiado, aunque ha tenido los reflejos de no descolgarse de la manifestación tras sacarse de la chistera un estrambótico e inverosímil «feminismo liberal».
Rivera se ha pasado estos nueve meses exigiendo elecciones, pero no parece que tuviera claros ni el mensaje ni la estrategia. Su empeño frentista ante Sánchez y su escoramiento a la derecha no hace más que alimentar la estrategia que le interesa al Gobierno: el votante de derechas le dará su confianza al tal Abascal, o al PP de Casado, y el votante moderado que quiera frenar a Vox fuera de las grandes circunscripciones no tendrá más remedio que votar al PSOE.