Zozobra, hartazgo, miedo
La gente siente zozobra porque supongo que no entiende nada. Resulta que el Gobierno del talante y del «proyecto social» se ha dejado llevar por lo que Ramoneda llamó en El País el furor reformista: reforma laboral, reforma de las pensiones, reforma del sistema financiero… Resulta que la oposición que se ha pasado media legislatura clamando por las reformas, cuando llegan, dice que no se puede festejar un «endurecimiento del régimen de pensiones». ¿Acaso no estaban pidiendo tomar medidas duras? Y por si no tuviéramos suficiente reprimenda aterriza la canciller alemana y exige que la subida de salarios deje de ligarse a los precios y lo haga a la productividad. Como si nuestra producción industrial fuera la misma que en Alemania. Como si aquí no hubiera fraude para ocultar beneficios. Como si fuera posible empezar la casa por el tejado.
La gente siente zozobra porque los discursos parecen intercambiados, pero nadie habla claro. Todos balbucean. El problema del Gobierno es que ahora tiene que aplicar un programa que no es el suyo, y encima tarde y deprisa. El problema de la oposición es que no se atreve a apoyar ese mismo programa, que sí es el suyo, ni a revelar la tela que le quedaría por cortar. Rajoy navega entre vaguedades. «No se moja y no tiene ni programa oculto», soltó Zapatero la semana pasada en TVE. Eso mismo se dijo en su día del propio Zapatero, igual que antes de Aznar. Los antecedentes invitan a pensar que no es cierto. Rajoy sabe muy bien lo que haría en caso de llegar a ser presidente del Gobierno. Otra cosa es que se atreva a anunciarlo. Quizá por eso sorprende que un partido que abandera las reformas económicas, por muy severas que sean para la clase media, después se permita el lujo de hacer demagogia diciendo que perjudican al ciudadano.
La situación que estamos viviendo es tan compleja y cansina que la gente empieza a hartarse. Los sectores más conservadores, en España y fuera de España, están aprovechando la crisis para recortar derechos laborales y atacar el Estado de Bienestar. Se ve en las concesiones a la banca, en esa manera de machacar al personal con lo de que hay que apretarse el cinturón . ¡Pero si hay un millón de hogares con todos sus miembros en paro! ¿Son esos los que deben apretarse el cinturón? Lo raro es que aún sigan teniendo agujeros en sus cinturones. Pero lo más curioso es que cuando todos los gobiernos, incluido el nuestro, entran al trapo y aceptan el juego del sistema, éste se revuelve y pide más. No basta con dejar dinero a la banca: también hay que pagar la privatización de las cajas. No basta con bajar el sueldo a los funcionarios: también hay que ahorrar en educación, en sanidad, en prestaciones sociales. No basta con trabajar más: también hay que cobrar menos.
El Gobierno se ha metido en un atolladero de difícil salida. Porque no es que haya renunciado a ser de izquierdas, es que también ha abdicado del proyecto socialdemócrata, incapaz de articular una salida diferente a la que marcan el Banco Mundial, el Fondo Monetario, la Unión Europea, Estados Unidos, China, los mercados y seguro que hasta el Papa de Roma. Zapatero dijo en el Congreso que haría las reformas que hicieran falta «cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste». La derecha siente que el Partido Socialista ha asumido gran parte de su discurso hasta el punto de convertirse en un remedo de Partido Liberal. Da igual el asunto que se lleve entre manos porque el PSOE está actuando como una mala fotocopia del PP: baja los sueldos, reduce las becas, abarata el despido y sube los impuestos. Y, para colmo, achica las pensiones.
Causa ternura ver como todo el mundo, o casi, aplaude el acuerdo que va a pegar un tijeretazo sustancial a las pensiones futuras. Y causa sorpresa comprobar cómo nadie se pregunta por qué las pensiones tienen que seguir financiándose solo con las cotizaciones, por qué el erario público mantiene cada año el Ministerio de Defensa, pongamos por caso, y no puede echar una mano a la caja de las pensiones en plena tormenta económica. Nadie plantea esto. El debate se ha cerrado, incluso en la mayoría de los medios, que solo parecen contemplar una salida a la crisis, tal como nos marcó Merkel. «España ha hecho los deberes y va por muy buen camino», dijo en Madrid hace una semana. Ese camino que han escogido el Gobierno y los agentes sociales consiste en aprovechar el subterfugio del envejecimiento de la población (hay que consultar los análisis demográficos de Vicenç Navarro o de Anna Cabré) para muñir una reforma de las pensiones regresiva. No solo porque sustituye la edad real de jubilación de 63 a 65 años, sino porque impone un mínimo de cotización para seguir jubilándose a esa edad completamente desorbitado. Los que no puedan sumar 38,5 años cotizados tendrán que jubilarse a los 67 a partir de 2027. Esto significa que quienes se hayan incorporado al mercado de trabajo, o lo hagan ahora, después de cumplir los 26,5 años, no podrán jubilarse a los 65. Es más, deberán mantener su empleo durante toda la vida laboral, algo imposible en esta época de flexibilidad (otro eufemismo de nuestra era) y de despidos semigratuitos.
Pero no hay por qué preocuparse. Tranquilos todos. Según los expertos, esta es la mejor manera de encarar la recuperación. Cabe recordar, eso sí, que son los mismos expertos que jamás vieron venir la tormenta. Una garantía. Qué miedo.