Máquinas
Barcelona ha inaugurado varias estaciones de una nueva línea de metro. Hasta aquí, nada anormal. Bueno sí: recalcar que en tiempos de Pujol, en lugar de construir estaciones de metro, lo que se construían eran juegos florales para explicarnos qué buenos y qué fenómenos somos los catalanes. El tripartito, o sea, la izquierda, además de Estatutos de Autonomía, también hace terminales de aeropuerto, autopistas y estaciones de metro. Pero esto no se ve en Madrid. O no se quiere ver. Aquí sólo se ve a un Montilla echado al monte.
Pero volviendo a lo del metro. En la nueva línea, lo más curioso es que los trenes funcionan sin conductor. Y eso me ha dejado turulato. Hasta ahora ya nos habíamos acostumbrado a servirnos la gasolina, a coger los productos en el súper, a comprar muebles y luego montarlos en casa, a comer en un buffet libre, a sacar dinero de un cajero automático y a cobrar nuestra propia cuenta en un hipermercado a través de una máquina automática. Bien, pues ahora llega un nuevo invento que, como ustedes imaginarán, contribuirá a generar empleo: el metro que funciona sin conductor. Todo, claro, en aras del vanguardismo, del progreso y del qué guay somos que una máquina hace lo que podría hacer una persona. Y tal vez sea eso, un prodigio de modernidad, y yo no acabo de verlo claro. O quizá no. Quizá es que cada vez más somos nosotros los que trabajamos para las máquinas. O peor aún: para quienes financian esas máquinas.