La Garlopa Diaria

13 enero 2010

Un sentido a la vida (de Saint-Exupéry)

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Antoine Saint-Exupéry. | El Mundo, 15.03.08.

De todos los corresponsales de guerra extranjeros que cubrieron la Guerra Civil española, y son muchos, quizá el que la retrató con mayor soltura literaria y, al mismo tiempo, con una gran capacidad de análisis, fue Antoine de Saint-Exupéry (1900-44). Lleva la fama por El principito y por su pasión por pilotar aviones. Sin embargo, su obra incluye una serie de relatos y crónicas imprescindibles para acercarse a nuestra guerra y también a la II Guerra Mundial, donde murió abatido por un avión alemán sobre el mar Tirreno. Su prosa encandila tanto como su sagacidad para pensar. 

Estas Navidades he vuelto a Saint-Exupéry. El año pasado leí Tierra de hombres, un estremecedor texto (está difícil encontrarlo en librerías, incluso en las de viejo) que ya recoge buena parte de su experiencia en la España guerracivilista. Estos días de atrás decidí releer Un sentido a la vida (Círculo de Lectores). Un volumen corto, de algo más de cien páginas, pero fascinante. Recoge sus crónicas de la Guerra Civil desde agosto de 1936 hasta finales de 1938, aparecidas primero en L’Intransigeant y luego en Paris-Soir.

El escritor francés entra en España por los Pirineos: “Aquí están España y Figueras. Aquí la gente se mata. Lo más extraño no es descubrir el incendio, las ruinas y las muestras de aflicción de los hombres, lo más extraño es que no se ve nada de esto”. Y luego termina en varios frentes, pero sobre todo en Madrid y alrededores: “En Madrid he recorrido las calles de Argüelles, cuyas ventanas, como cuencas vacías, sólo contenían ya el blanco cielo”.

Las descripciones que traza Saint-Exupéry son precisas, certeras, cercanas. Aunque era especialista en sobrevolar el terreno, por su profesión, también se distingue por pisar la tierra y descorchar un conocimiento exacto de lo que está narrando. Existe finura, tensión y fuerza en sus sobrios textos. Existe también una tendencia a decantarse por abandonar el color local, la descripción más fútil, para centrarse en lo que considera verdaderamente importante. O sea, que no va tanto a la costra de las cosas como a su parcela más interior y descarnada.

En una de las crónicas justifica así su estilo: “Los lectores de un periódico exigen reportajes, no reflexiones. Las reflexiones están bien para las revistas o para los libros. Pero yo tengo otra opinión al respecto”. Por ello, mientras recorre un país hundido en un incipiente proceso de destrucción, su mirada amplía el foco para fijarse en el por qué de lo que estaba ocurriendo. Esto es algo inédito en los corresponsales de guerra extranjeros de la época, la mayoría de las cuales prefirió tomar partido por uno de los bandos, o bien centrarse en descripciones de corto alcance, o bien ambas cosas a la vez.

Saint-Exupéry rehúye esta clasificación. De hecho, en su cuaderno de notas –también recuperado en la edición de Círculo de Lectores-, pergeña: “Rechazo todos los dilemas. Sólo admito las antinomias. Con lo de España quieren encasillarme (a favor o en contra), ése no es mi lenguaje”. Su palabra aporta el valor de las ideas y del análisis agudo: “Somos ciegos si miramos demasiado cerca. Tenemos que meditar un poco sobre la guerra, puesto que la rechazamos y la aceptamos a la vez”. Para él, el periodista no es un sujeto que va, ve y cuenta lo que ve. Es algo más. “Poco importa si el periodista se equivoca en sus reflexiones; nadie es infalible. Poco importan si no penetra en todas estas moradas; son las moradas en las que se está en vela las que dan sentido a un territorio. Al lanzar unos sarmientos al viento, espera alimentar alguna de esas hogueras que arden, de trecho en trecho, en el campo”.

De esta forma, una de las principales obsesiones durante su estancia en España, larvada en conflictos anteriores y que luego ampliará en la Gran Guerra, fue la de explicar a los demás, explicándose a sí mismo, cómo es posible que un país civilizado se tire los cañones sobre la cabeza. Cuál es el origen de la barbarie, esa podría ser la clave que irradia su pensamiento. Sólo conociendo por qué se produce una guerra podremos evitar una posterior, viene a decir.

En un artículo publicado en Paris-Soir el 2 de octubre de 1938, indagando en las razones de la guerra, escribe: “Claro que podéis contestarme que el riesgo de una guerra reside en la locura del hombre. Pero, si pensáis esto, estáis renunciando a vuestro poder de comprensión. También podríais afirmar: la tierra gira alrededor del sol porque Dios lo quiso así. Tal vez. Pero, ¿por medio de qué ecuaciones podemos representar esta voluntad divina? ¿En qué lenguaje claro podemos traducir esta locura y, de esta forma, librarnos de ella?”.

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