«Bodas de sangre»
Por muchas filigranas técnicas que se saquen de la manga, todavía no se ha inventado nada que pueda igualar un espectáculo artístico en directo. Portentoso. Vivo. Lleno de fuerza y de talento. Anteayer contemplé el montaje de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, que el Centro Dramático Nacional (CDN) y el Centro Andaluz de Teatro han representado en el teatro María Guerrero. Fue la última de las sesiones en Madrid porque ahora comienza una gira por toda España. El espectáculo bien lo merece. Se trata de uno de los más inteligentes y primorosos del CDN, y son muchos a sus espaldas. Se nota la dirección de José Carlos Plaza, y su altura como dramaturgo. Pero sobre todo se nota la preparación, el trabajo y el ensayo de todo un cuadro de actores que destaca por su perfecta asimetría y coralidad.
Bodas de sangre es uno de los dramas mejor escritos por Lorca. Ahora que el poeta vuelve a estar de actualidad, conviene reivindicar siempre su genio más allá de asuntos que exceden lo literario. Bodas de sangre está escrita en 1931 y se basa en un drama ocurrido en los campos de Níjar, en Almería, tres años antes. La obra plantea el conflicto entre dos familias. La Novia deja plantado al Novio después de la boda y se fuga con un antiguo amante, Leonardo. El Novio y éste acaban con sus vidas en una dramática pelea en el bosque almeriense. Leonardo pertenece a la familia de los Félix, que causa odio entre la familia del Novio por el rencor de viejas reyertas. El drama se completa al final: la Novia acude a ver a la madre del Novio. No acude para pedir perdón por lo ocurrido, sino para que la mate. Sin embargo, la madre del Novio no se ve con fuerzas al perder a su hijo, justo lo único que le quedaba tras haber perdido, también asesinados, a su marido y a otro hijo. El conflicto que subyace en el fondo es la importancia del amor para derrotar a la muerte, además de la tragedia que rodea a estos dos universos. Y todo ello, en un mundo cerrado y hostil donde las danzas de boda resultan ritos añejos y el sexo, una forma de tortura a través del goce de los sentidos.
Tanto el texto de Lorca como el montaje del CDN conceden importancia a algunos personajes que no son de carne y hueso, pero sin los cuales es imposible entender el trasfondo. Principalmente, La Luna y La Muerte, bien representados en el ancestro de las costumbres y los ritos de la Andalucía del primer cuarto del siglo anterior. Es casi imposible concebir un drama de estas características en un sitio que no fuera Andalucía. No por la dureza del crimen, sino por lo atávico de los elementos que rodean a la historia. Amor. Tragedia. Desesperanza. Resignación. Fatalidad. Mal augurio. Machismo. Mitos. Leyendas. Paisajes. Todo eso muestra la obra de Lorca y todo eso ha recogido con fidelidad el Centro Dramático Nacional, ayudado en una escenografía y una iluminación adecuadas.
Dice Plaza en el libro de mano que Lorca construye aquí una tragedia poética. Su adaptación también lo es. Y sobresale especialmente la soberbia interpretación de Consuelo Trujillo en el papel de La Madre. Espectacular. Su presencia encandila y llena las tablas. Me pareció que bordaba las siluetas y las palabras que concibió el poeta granadino. Seduce y transmite las esencias del terruño. El personaje de La Madre resulta crucial para digerir la mitología y el mensaje que quiere lanzar Lorca. Esa forma de enfrentarse a la tragedia, al sino de la vida. Esa forma de hablar, de ser, de mirar. Esa forma de estar en el mundo.
Siempre me gustó tanto o más que la poesía lorquiana su teatro. Quizá porque combina las dos líneas que confluyen en su escritura. Por un lado, el orden, la tradición, la realidad. Y, por otro, el deseo, el instinto, la imaginación, el individuo. Contemplar en el María Guerrero Bodas de sangre fue un rato agradable, constructivo, capaz de alimentar aquello que buscamos en la creación. Un placer auténtico. El arte es más arte cuando se presencia a pie de platea.