Escuela Hogar de Sigüenza
Si hacen un poco de memoria, recordarán que José Bono empezó a alcanzar cierta notoriedad nacional cuando se enfrentó a José Borrell a cuenta del paso de la autovía Madrid-Valencia por la reserva natural de las Hoces del Cabriel, en Cuenca. Bono era entonces presidente de Castilla-La Mancha y Borrell ministro de Obras Públicas. Ambos en el poder, y ambos dirigentes del mismo partido, aunque con unas raíces políticas y una formación intelectual completamente distintas. La puesta en escena de Bono en este conflicto le permitió presentarse como el líder autonómico que anteponía los intereses de su tierra a la disciplina de partido. Había un poco de hipocresía en toda esa tramoya, pero lo cierto es que el salobreño consiguió hacer visible un problema que, en principio, parecía reservado al ostracismo de lo local. Y la autovía tuvo que desviarse. Ahora, casi quince años después, las críticas del alcalde de Sigüenza al cierre de la Escuela Hogar, ordenado por la Junta de Castilla-La Mancha, me han recordado al episodio de las Hoces. Sólo que a una escala política inferior, por lo que me temo que el asunto quedará pronto relegado al olvido.
Vayamos a los hechos, que diría Ortega. A finales del curso pasado, un grupo de padres de la Sierra se movilizó para evitar el inminente cierre de la Escuela Hogar de Sigüenza. Este centro, más que un servicio a los escolares de la Ciudad del Doncel, fue concebido para los niños serranos en cuyos pueblos no existen institutos de secundaria. O sea, casi todos. La Junta argumentó que la clausura se debía, básicamente, a dos motivos. El primero, la falta de alumnos; y el segundo, el alto coste que suponía para las arcas regionales. Los padres contestaron que durante el curso 2008-09, la escuela acogió a casi veinte chavales de municipios como Albendiego, los Condemios, Cantalojas o Galve. Además, en un escrito dirigido a la prensa provincial formularon una pregunta cargada de lógica: ¿Desde cuando la Educación, dentro del Estado del Bienestar, se rige por motivos estrictamente económicos o en términos de rentabilidad?.
Ahora, ya metidos en el nuevo curso, el Gobierno regional ha cedido el edificio de la Escuela Hogar al Ayuntamiento de Sigüenza. El alcalde de esta ciudad, Francisco Domingo, se ha preguntado en público para qué demonios necesita este edificio cuando ni siquiera lo había pedido. Y ha añadido una reflexión que me parece muy sensata: “Agradecemos a la Junta la cesión de este edificio, pero no estamos de acuerdo con el cierre que ejecutaron, porque consideramos que era un servicio educativo que se prestaba, con cercanía y calidad, a una veintena de alumnos de nuestra comarca que con el cierre se han tenido que desplazar a Guadalajara en su mayoría”. Ese es el núcleo de la cuestión, máxime teniendo en cuenta el agravio comparativo con Molina, donde sí se ha mantenido abierta una instalación idéntica. Y por eso digo que las palabras del primer edil seguntino evocan la actitud de aquel Bono. En estos tiempos espartanos, resulta difícil encontrar alcaldes que naden contracorriente, aunque sea muy de vez en cuando. Ya lo demostró Fran en la lucha por la frecuencia de trenes de media y larga distancia, en este caso reprendiendo al Gobierno de Zapatero, y lo ha vuelto a demostrar ahora en un asunto delicado.
La Administración regional siempre ha presentado la Educación como la joya de la corona de su política autonómica. Y tiene motivos para hacerlo. Cualquiera con dos dedos de frente, y al que no le ciegue el sectarismo político, puede reconocer el avance incuestionable que ha desarrollado la región desde que el Estado traspasó estas competencias a Toledo. Se invierte más, las aulas están mejor dotadas y, en líneas generales, se planifica la gestión con mejor criterio y más proximidad que cuando lo hacía el Gobierno central. De hecho, el presupuesto de Educación de este año en la provincia ha aumentado un 8% con respecto al anterior. Sin embargo, hay manchas que oscurecen este trabajo. El cierre de la Escuela Hogar de Sigüenza es un error mayúsculo que, en el fondo, está lanzando un mensaje pernicioso para la Sierra: váyanse de los pueblos, emigren a Guadalajara, olvídense de tener las mismas oportunidades que en la ciudad. Estoy convencido que no es el verdadero motivo de todo este desaguisado, pero en el fondo es la sensación que se transmite. No es posible mantener un discurso oficial de cercanía a los pueblos si luego se les recorta sus servicios públicos. No es posible sostener que uno aprecia y respeta las zonas rurales de Guadalajara si luego a los pocos habitantes que quedan allí se les despoja de infraestructuras básicas. No es posible promover el desarrollo de un territorio y, al mismo tiempo, sabotearle su futuro.
Gran parte de la capacidad económica que siempre ha tenido Sigüenza procede de su consideración oficiosa de centro serrano. Pensar en los pueblos también es pensar en sus comarcas, y si un servicio puede estar a 30 o 60 kilómetros de tu pueblo, mejor que si lo está a 90. Por eso es un error derivar alumnos que podían estar en la capital natural de su comarca a la capital de la provincia. Porque no todo puede ni debe estar en Guadalajara y no todo se arregla con transporte escolar. Y aunque sólo existiera un alumno en toda la sierra tendría derecho a que no le cerraran las puertas por motivos económicos. Por esa misma regla de tres, el Ayuntamiento de Guadalajara debería suprimir el servicio urbano de autobuses, porque es deficitario, o el Estado anular las pensiones o las ayudas a la dependencia. Me hubiera gustado que la consejera de Educación, María Ángeles García, que además de ser una persona preparada y con sentido común está vinculada a la comarca, hubiera corregido los planes de los lumbreras de sus técnicos.