Nicanor Parra
La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, ha visitado esta semana Cuba. Sería un hecho intrascendente si no fuera porque desde 1972 ningún presidente chileno había visitado la isla. En aquella ocasión fue Allende, y ya sabemos su triste final.
Bachelet ha sido recibida por Castro y ha inaugurado la Feria del Libro de La Habana. En su discurso recordó los efectos nocivos sobre la cultura que tuvo los años de la dictadura pinochetista. Años de represión, de falta de libertades. Años de plomo, como todas las dictaduras. «Creo que (a) Chile todavía le faltan algunos años para asumir desde la creación, la palabra, la escena, el cine, el tremendo quiebre que significaron 17 años de autoritarismo y el camino que luego hemos construido para reencontrarnos con nuestra identidad, diversa por un lado y plural por el otro». Estas palabras de Bachelet, paradójicamente, fueron pronunciadas delante de las autoridades cubanas, que no se han distinguido por ser grandes defensores de la libertad de información ni de la creatividad. Son las contradicciones de América. El caso es que el único literato chileno que no quiso acudir a la feria fue Nicanor Parra. Alegó su edad (tiene 95 años) y diferencias políticas con el régimen castrista.
El escritor y periodista cubano Raúl Rivero, en su ‘Diario libre’ de El Mundo, contaba ayer que Parra fue proscrito por parte de los jerifaltes de la isla en 1970. Había sido designado para participar en un jurado, pero cometió el «desliz» de acudir a una recepción con la esposa del presidente Nixon. Desde entonces, siempre según Rivero, fue estigmatizado por la dictadura. Y agrega: «A 40 años del cable de la demolición de Parra, la dictadura necesitaba que el poeta acompañara a la presidenta Michelle Bachelet a un viaje a Cuba. Y decidieron llamarlo otra vez a sus desvencijados parapetos de guerra. Nicanor Parra, a sus 95 años, sabio por viejo, por diablo y por poeta, desde el provenir, rechazó la invitación. Discreto, sin declaraciones ni ataques a quienes le pasaron la piedra de esmeril, dejó que un amigo refrescara en la prensa este viejo artefacto de su obra poética: Hasta cuando siguen fregando la cachimba/ yo no soy derechista ni izquierdista/ yo simplemente rompo con todo».
Nicanor Parra es un buen poeta que se estrenó en 1937 con el poemario Cancionero sin nombre. Ahora ya está de vuelta de todo, y se permite el lujo de renunciar incluso al perdón. Curiosamente, en el restaurante donde cenamos anoche, La Leñera (un sitio que recomiendo por sus carnes a la brasa), en Madrid, la carta de vinos estaba coronada con un poema del escritor chileno. Fue una feliz coincidencia. Y una sorpresa interesante.
En concreto, el poema con el que me topé son las «Coplas del Vino» y me pareció un signo de buen gusto literario por parte del restaurante. Nicanor Parra es un ejemplo de sacrificio por las letras y de coherencia de pensamiento. Estas coplas son un hermoso canto al vino y a la experiencia de la vida. Copio aquí estos versos porque son emocionantes y placenteros. Y por cierto, ayer nos decantamos por un Condado de Haza de 2005. Sobran las palabras. Excepto las de Nicanor Parra.
Poema Coplas del Vino de Nicanor Parra
A toda la concurrencia
Por la mala voz suplico
Perdón y condescendencia.
Con mi cara de ataúd
Y mis mariposas viejas
Yo también me hago presente
En esta solemne fiesta.
¿Hay algo, pregunto yo
Más noble que una botella
De vino bien conversado
Entre dos almas gemelas?
El vino tiene un poder
Que admira y que desconcierta
Transmuta la nieve en fuego
Y al fuego lo vuelve piedra.
El vino es todo, es el mar
Las botas de veinte leguas
La alfombra mágica, el sol
El loro de siete lenguas.
Algunos toman por sed
Otros por olvidar deudas
Y yo por ver lagartijas
Y sapos en las estrellas.
El hombre que no se bebe
Su copa sanguinolenta
No puede ser, creo yo
Cristiano de buena cepa.
El vino puede tomarse
En lata, cristal o greda
Pero es mejor en copihue
En fucsia o en azucena.
El pobre toma su trago
Para compensar las deudas
Que no se pueden pagar
Con lágrimas ni con huelgas.
Si me dieran a elegir
Entre diamantes y perlas
Yo elegiría un racimo
De uvas blancas y negras.
El ciego con una copa
Ve chispas y ve centellas
Y el cojo de nacimiento
Se pone a bailar la cueca.
El vino cuando se bebe
Con inspiración sincera
Sólo puede compararse
Al beso de una doncella.
Por todo lo cual levanto
Mi copa al sol de la noche
Y bebo el vino sagrado
Que hermana los corazones.