EL LEGADO DE UN POETA ALCARREÑO

LA GARLOPA, Diciembre 2004

El Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara, el conocido y reconocido CEFIHGU, dependiente de la Diputación Provincial, está trabajando a fondo en la recuperación del legado de un literato desconocido en La Alcarria: Herrera Petere. Una de las consecuencias fatales que provocaron los rebeldes y su histriónico triunfo en 1939 fue la tragedia personal que padecieron todos los exiliados. Escribe Andrés Trapiello: “Mientras uno está fuera no es nadie, ni el que salió ni el que tiene que volver”. Algo semejante debió experimentar un poeta alcarreño y comunista, bosquejado por Jesús Gálvez en su libro “José Herrera Petere: vida, compromiso político y literatura” (Ediciones de Librería Rayuela, Sigüenza, 2000).

A la hora de analizar la trayectoria personal de Petere –cuyo nombre completo era José Emilio Herrera Aguilera-, acaso haya que discernir entre su faceta política, plasmada en su ferviente militancia comunista y el ingreso en el bando republicano; y la intelectual, fruto de su capacidad creadora. Ambas se yuxtaponen dando como resultado esa imagen épica “del poeta que empuña la espada, el poeta que exalta en sus versos los ideales por los que lucha en las trincheras” (p. 80). Amigo de Rafael Alberti, Miguel Hernández y Juan Rejano, también trató a Lorca, Aleixandre, Cernuda, Altolaguirre y Emilio Prados, todos ellos pertenecientes a la brillante generación del 27. Herrera Petere era un escritor revolucionario que, según el profesor Gálvez, tenía el deber “de asumir su especifidad de acuerdo con sus ideas, llegar a ser un profesional consciente y congruente” (p. 21). Tales parámetros los cumplió a la perfección escribiendo una obra completísima, a la postre, testimonio constante de una España liquidada. Desde sus vibrantes recitales en Torija hasta sus novelas, pasando por las numerosas colaboraciones que publicó en la prensa de la época, Petere demostró siempre que el compromiso con un ideal sólo se materializa en el esfuerzo cotidiano y solidario. Preconizaba un marxismo realista en la línea del movimiento social de aquellos años que, al parecer, pretendía acometer una revolución cultural. Para ello, se convirtió en uno de los principales bastiones de la bautizada como “literatura de urgencia” (p. 79), esto es, la literatura marcada por la contienda civil y cuyo mensaje debía transmitirse con la mayor brevedad posible.

Nació en Guadalajara, creció en Madrid y se exilió primero en Francia y después en México, Montreal y Ginebra, ya como funcionario de la OIT. Antes, en 1938, obtuvo el Premio Nacional de Literatura por su relato “Acero de Madrid”, “un texto exaltado, escrito bajo la tensión del momento en una prosa oratoria, que canta, más que relata, episodios de la guerra hasta la batalla de Madrid” (p. 107). La vida de Petere estuvo magullada por el desarraigo. Nunca pudo superar el dolor que le causó la ausencia prolongada de tierra hispana. Dicen que murió de pena, alcoholizado, después de visitar Madrid en 1973 y saber que no podría regresar jamás a su patria.

El profesor Gálvez Yagüe –que, en ocasiones, repite estérilmente frases ya citadas en páginas anteriores- relata a la perfección la coherencia ideológica de Petere y su firme compromiso doctrinal. En cambio, más flojo es el análisis del estilo empleado por nuestro protagonista en los géneros literarios que cultivó: su poesía de “crudo o afectuoso realismo descriptivo de la guerra” (p. 81), la narrativa “testimonial” (p. 97) y su teatro “de agitación” (p. 125). Sin embargo, es digno de elogio la profusa relación de datos, fechas y personajes que aporta el autor, para un mayor conocimiento de la figura interesante del vate alcarreño. “Necesitamos recuperar esa otra mitad de nuestra historia reciente” (p. 147). Así que, leído el libro, cabe recomendarlo como regalo de Navidades. Para recuperar la memoria de este poeta y disfrutar con su prosa. Y cuando los amigos del CEFIHGU concluyan su trabajo, la recuperación de su legado será completa y magistral.