TOROS A CAMBIO DE ASILOS
Ya se ha pasado la vorágine de ferias y fiestas de los pueblos de Guadalajara. Desde finales de junio hasta principios de octubre, la fiebre festiva no desciende porque cuando acaba una, empieza la otra. Y así vamos relevando las comilonas, los cubatas y las partidas de mus.
En tres de las cuatro comarcas de la provincia, unas de las actividades principales en los programas de fiestas, si no la que más, son los toros. Sobre todo en la Campiña, el Señorío de Molina y, de manera especial, en La Alcarria. No hay fiesta sin toros. Este es el axioma que transmiten los vecinos (no todos, pero sí la mayoría, por lo que observo) y este es el mandato que reciben los alcaldes y comisiones de festejos, es decir, los que tienen la dura tarea de organizar los festejos. Los toros dan muchos quebraderos de cabeza a los alcaldes, que cargan con la responsabilidad civil. Pero, aun así, la obligación es ineludible si no quieren dar con sus huesos en el pilón.
La alcaldesa de un pueblo alcarreño, en una de estas entrevistas que sacan los periódicos locales en el periodo estival, afirmaba con rotundidad: “Ni en la Guerra Civil se prescindió de los actos taurinos”. Sin ánimo de entrometerme en la buena voluntad de estas señora, que seguro que la tiene, produce un poco de inquietud releer esta frase. Por varios motivos. Primero porque ha sido pronunciada para exaltar el orgullo que supone celebrar corridas de toros o, lo que es peor, encierros. Así que, del año 1936 al 1939, es probable que los antepasados de esta alcaldesa no tuvieran un plato de jamón ibérico que llevarse a la boca, ni tampoco los de sus vecinos, pero desde luego, al parecer, sí que pudieron disfrutar de los edificantes espectáculos taurinos. Si eso es el progreso, que venga Dios y lo vea. O mejor dicho, que no lo vea porque corremos el riesgo de que se aficione.
Esta misma alcaldesa, por seguir con el ejemplo pero podríamos elegir cualquier otro, desvela que el ayuntamiento que preside destina entre cinco y seis millones de las antiguas rubias al programa de fiestas. Los vecinos aportan sus cuotas, pero el desembolso mayor corre a cargo del consistorio. ¿Cuánto cuestan los encierros, por las calles o por el campo? ¿Cuánto dinero se gastan muchos pueblos de Guadalajara para organizar corridas de toros de tres al cuarto, con toreros anónimos, en plazas de cuarta? La respuesta duplicaría y triplicaría el presupuesto de innumerables municipios de esta provincia, sobre todo los concejos abiertos que no llegan a los cien habitantes. Curiosa paradoja que resalta las contradicciones de la sociedad. Que sigan, que sigan. Que a este paso los ayuntamientos quedarán reducidos a comisiones de festejos. Sin más.
En la comarca de la sierra, quizá porque la mayoría de sus núcleos son pequeños y débiles en lo económico, la Fiesta Nacional no ha arraigado en los programas de fiestas. En localidades como Valverde, Galve, Cantalojas o Somolinos no hay toros y es raro el año que los hubo. En Atienza, algo. Y en Sigüenza, más. Pero son casos excepcionales en la zona. De hecho, la comparación es curiosa: mientras los vecinos alcarreños piden y exigen corridas de toros y encierros, o lo que sea, pero con toros; en la sierra no he visto ningún pueblo cuyos vecinos se hayan rebelado por no disponer de alguna actividad taurina. Con esto no quiero decir que una postura sea mejor que la otra. El pueblo es soberano y allá cada cual con sus riesgos. Pero, con tristeza, sí parece bastante ilógico que pueblos pequeños que se pasan todo el año clamando por subvenciones y para recibir cuatro duros, después derrochen lo poco que tienen en esta clase de frivolidades. Hay muchos paisanos que prefieren tener toros en fiestas, no para torearlos, sino para hacer el bárbaro (hay cosas que deberían estar prohibidas); que tener las aceras de sus calles arregladas. O un polideportivo en condiciones. O un frontón sin baches. O un alumbrado público digno.
Por encima de las tropelías que se cometen con los animales en las fiestas de nuestros pueblos, algunas escandalosas, debería estar el sentido común. Pero no. Todo lo contrario. Se fomenta la incultura. De esta forma, si no hay dinero para montar una residencia de ancianos, pues nada, seguiremos soltando a las vaquillas.