EMPLEO Y SUELDOS

LA GARLOPA, Septiembre 2004

La agencia Europa Press escupía un despacho hace unos días bastante desalentador. Según un estudio de Comisiones Obreras, más de 300.000 jóvenes menores de 30 años que se encuentran en paro llevan buscando un empleo desde hace más de un año. El sindicato denuncia también que los chavales que logran incorporarse al mercado laboral tienen que soportar los birriosos contratos temporales. Pero hay más: la irregularidad de la jornada de trabajo, la falta de adecuación entre la formación recibida y la actividad desempeñada, la ausencia de expectativas laborales o la mayor siniestralidad que soportan. De hecho, siempre según CC.OO., el 53% de los accidentes con baja los sufren trabajadores menores de 35 años. Y, por si todo esto fuera poco, la guinda viene con los salarios, que están por los suelos. Los jóvenes empleados reciben un sueldo inferior al del resto de trabajadores. La media del salario anual de este colectivo ascendió a 12.493 euros en 2003, cifra que equivale al 64% del salario medio del conjunto de la población activa. La diferencia se agrava con las mujeres jóvenes, que son quienes más palos reciben, por su género y por su edad.

También según una nota de agencia, cerca de un millón y medio de trabajadores cobra menos de 600 euros al mes, ¡¡cerca de millón y medio, que se dice pronto!! El Salario Mínimo Interprofesional ha crecido desde 1995 un 11% menos que el sueldo medio del país. UGT cree que “el Gobierno vulnera permanentemente el Estatuto de los Trabajadores”, que le obliga a una revisión semestral de este salario. Incluso los que no somos duchos en la materia sabemos que el modelo de crecimiento español tiene fecha de caducidad, y que desde hace bastantes meses estamos viviendo en una burbuja financiera, teniendo en cuenta la recesión de importantes economías como la alemana. Las familias españolas se endeudan. ¿Por qué? Porque tienen que pagar la hipoteca y dar rienda suelta a los vicios de la sociedad posmoderna: el coche, los viajes, la segunda residencia, las cámaras digitales y demás inventos fabulosos, pero muy caros. Los plazos para hacer frente a los préstamos hipotecarios se alargan como gomas de plástico, así bajan los tipos y la deuda va engordando.

Los sueldos bajos son el cáncer de la economía española, la octava potencia mundial, según la propaganda del régimen. A muchos curritos de este país sus jefes pueden pagarles con un billete de 500 euros, ¡y aún les tienen que devolver cambio! El actual Gobierno ha subido el salario mínimo, pero ha costado lo suyo. Dinero negro aparte, no existe voluntad política para revertir la situación. Nadie niega el avance espectacular de la sociedad española desde la llegada de la democracia, pero la bonanza de sus índices macroeconómicos solapa las estrecheces de una parte importante de la población. El déficit público está controlado. La Seguridad Social cada año presenta superávit. Pero la inflación se descontrola hasta el punto de hacer añicos las previsiones oficiales, ya no digamos con la escalada del precio del petróleo. La bolsa española aguanta el tirón al mismo tiempo que casi un millón y medio de asalariados pasan el mes con menos de cien mil de las antiguas rubias. Y mientras Telefónica instala cabinas en Chile y Repsol explota el petróleo de Irak, el poder adquisitivo de estos españolitos se va a la mierda. Nadie hace ni dice nada porque la gente está tomando boquerones en vinagre, que están riquísimos. Y encima acaba de empezar la Liga.
Ciertamente, después de repasar estos datos, daría risa, si no fuera por lo penoso del asunto, la cantinela del “España va bien” y los sermones de liberales y “populares” en torno a la hipotética excelente gestión económica del anterior Gobierno central. No sabemos si el nuevo mejorará mucho la situación. En todo caso, a peor no podíamos ir: la inflación disparada y el desempleo por las nubes. “Pero en economía lo hicieron muy bien estos señores…”, todavía repiten algunos. Son los mismos que roban horas a su jefe para luego votar a los jefes de su jefe. Los mismos que alertan contra los males de la economía global (véase avalancha de grandes superficies) para luego acabar con el carrito en la mano.