ALLENDE MADRID

LA GARLOPA, Junio 2004

Sólo hay dos personas que me han hablado con convicción, apoyados en una argumentación sólida y datos precisos, sobre el futuro de las relaciones económicas entre Guadalajara y Cataluña. Me refiero a Javier García Breva, diputado socialista, y Miguel Cambas, gerente de la patronal alcarreña. El resto se llena la boca, quizá en exceso, con el territorio natural de expansión y de comercio para la provincia, que es Madrid. Cataluña no está a solo cuarenta y cinco kilómetros, pero tiene empresarios ávidos por hacer crecer sus negocios y generar puestos de trabajo. En otras palabras, por hincar el diente al mercado central del Estado que, en muchos aspectos, suele tener relevancia nacional. Después de Madrid, los turistas que más nos visitan son los catalanes. Las industrias se instalan, aun careciendo de buenas comunicaciones. Ahí están los ejemplos de Font Vella en Sigüenza, Hormipresa en Torija o Cerámicas Palau en Chiloeches. El dinero no entiende de hechos diferenciales y, como es lógico, cualquier empresario busca la rentabilidad de sus activos.

Es increíble la candidez de algunos paisanos a la hora de ampliar fronteras para sus empresas. Se ha heredado como una lección histórica el desapego –hablo en términos generales- de los alcarreños hacia todo lo catalán, como símbolo de la lejana periferia peninsular y, por el contrario, la cercanía a todos los niveles con Madrid y sus ciudades satélite. Es lógico. Es fácil de comprender habida cuenta la cercanía en el mapa. Pero hoy, por suerte o por desgracia, la economía ya no sabe lo qué significa el concepto mapa. Todo lo contrario. En la actualidad el poder financiero se ha globalizado hasta el extremo. Esto tiene sus consecuencias positivas pero también negativas. Fundamentalmente, ambas ligadas al trabajo. El fenómeno conocido como “deslocalización” de empresas es un eufemismo que esconde tan pronto la instalación de una multinacional a miles de kilómetros de su lugar de origen como el posterior cierre y traslado. Véase, en Guadalajara, la antigua Fiat o Hispano Ferritas. Los tiburones del capital carecen de sentimientos ni de compromiso social. Sólo alimentan la voracidad de sus cuentas corrientes que, evidentemente, se sirven del sistema económico que los protege. Pero no nos desviemos. En lo que afecta a nuestra provincia, puede que repercuta de manera más positiva que negativa. Guadalajara ha recibido la llegada de multitud de empresas originarias de otras regiones. Cataluña de manera destacada.

Hay un eje fundamental para favorecer la inversión catalana en Guadalajara. Se llama AVE y hoy no existe. Repito: no existe. Lo que hoy pasa por ser un tren de alta velocidad es una línea de largo recorrido que circula a una velocidad algo superior al antiguo Talgo y que presta, en cuanto a confort y atención al cliente, los mismos servicios que éste, pero cobrando más. No alcanza los 300 kilómetros por hora, no existen los trenes lanzadera y, en estas condiciones, no es una alternativa factible para sustituir al puente aéreo. Muchos catalanes bajan al sur por Molina y Cuenca, evitando Valencia. Todo esto quiere decir que, dejando al margen las trifulcas políticas, hay una sociedad dispuesta a dejarse los cuartos allende Madrid. Pocos alcarreños parecen apostar por esta vía de desarrollo.