«LA MOVIDA» DE GUADALAJARA
La capital de nuestra provincia ha tenido, sobre todo para los que procedían de los pueblos, un cierto aire pueblerino, dicho siempre con todo el afecto del mundo. Porque, para nuestras gentes (alcarreñas, serranas o molinesas) la capital no era Guadalajara, sino Madrid. El barullo de la gran urbe vecina despejaba todas las dudas sobre quien poseía más glamour, más tiendas, más puestos de trabajo, en definitiva, más movimiento. Precisamente es un hecho paradójico que sea la expansión de Madrid la que haya dotado a Guadalajara de un perfil mucho más urbano que antaño, con todo lo bueno y malo que ello acarrea. Y así, la ciudad ha dejado de tener granjas (aunque las que quedan, emitan un hedor insoportable), para poblarse de fábricas y, sobre todo, de edificios en construcción y chales, regueros de chales por toda los municipios del Corredor del Henares. Esta transformación urbana afecta a todos los ámbitos. También a la sociedad y la cultura.
Los ciudadanos de la capital alcarreña disponían, hasta hace bien poco tiempo, de exiguos actos culturales que pudieran considerarse de primera magnitud. Esto es, con la suficiente relevancia como para despertar el interés, primero de las gentes de aquí, y luego las de todas las poblaciones de alrededor, incluida la metrópoli madrileña. Ya no hace falta recorrer cuarenta y cinco kilómetros para asistir, por ejemplo, a conciertos de lujo como los que han ofrecido Montserrat Caballé o Joan Manuel Serrat. El nivel de las actuaciones musicales en las ferias, al menos hasta el año pasado, continúa siendo algo deficiente pero, en cambio, ya vienen a Guadalajara, en ferias o en otras épocas del año, grupos de prestigio como recientemente La Oreja de Van Gogh.
Desde luego, el punto de inflexión para este cambio profundo en el sustrato cultural capitalino ha sido, a mi juicio, la apertura del teatro auditorio Buero Vallejo. Costó más de lo previsto terminar las obras, pero pasado el tiempo, puede decirse que ha merecido la pena. La horrible fealdad del exterior del edificio contrasta con su belleza interior y, lo que es más importante, la excelente gestión de sus rectores. Ha habido fallos, por supuesto. Pero son una anécdota al lado del trabajo realizado. Desde la puesta en marcha de este recinto cultural, la ciudad de Guadalajara ha podido disfrutar de obras de teatro de primerísimo nivel, recitales de poesía, certámenes, conferencias del club Siglo Futuro, actores comprometidos, conciertos para todos los gustos, obras de teatro local, manifestaciones artísticas de pelaje variado y, para colmo, hasta nos traen las galas regionales, de la televisión o el teatro, tan da, que tanto le gustaban al expresidente Bono. El teatro Buero Vallejo es un recinto de clase suprema y es básico seguir manteniendo el buen nivel de su programación. El concejal de Cultura, el amigo Jordi Badel, tendrá muchas quejas pendientes, pero no desde luego la del teatro. Me parece que se han sentado las bases para que la cultura de Guadalajara deje de ser “cultureta” y pase a ser algo más. Sin olvidarse de la gente de aquí, de nuestros artistas, de nuestros vecinos, pero abriendo caminos para que mucha gente pueda abrir los ojos. Falta hace en una tierra en la que, hasta hace unos años, la cultura se ceñía a las pomposas entregas de premios que organizaba en sus convocatorias la Diputación Provincial. Eran otros tiempos, claro, y a Dios gracias.
Guadalajara se mueve. Puede que para el que lleva viviendo toda la vida aquí, le parezca poco. O quizá no. Pero el cambio es notorio. Abonar el terreno cultural es un pilar básico de cualquier sociedad que se precie avanzada. Esto quiere decir libertad total, movimiento e incluso, pese a que algunos se extrañen, la coincidencia en día y horarios de muchos de los acontecimientos previstos. Estos son los problemas del progreso, queridos paisanos. Pero mejor que sobre que falte.