LA CONJURA DE LOS PATRIOTAS
A raíz de la reunión del secretario general de Esquerra Republicana de Catalunya, Josep Lluís Carod-Rovira, con dirigentes de ETA, da miedo comprobar cómo la estructura del poder ejecutivo ejerce su tutela de manera implacable rayana con la ilegalidad. Porque de ilegal, y no de otra forma, merece calificarse el comportamiento del Gobierno, que utilizó los servicios públicos de inteligencia para favorecer intereses partidistas, aun a riesgo de quebrar la seguridad nacional. La gravedad del hecho es mayúscula pero nadie ha asumido responsabilidades, excepto el propio Carod, que renunció a su cargo de “conseller en cap”. ¿Alguien dimite en el Partido Popular?
Hay quien ha dicho que se están encendiendo las luces rojas del país, y los ciudadanos no nos enteramos. Felipe Alcaraz, diputado comunista, confesó el otro día que “nos equivocamos al pensar que el PP era igual que el PSOE” (El País, 26-2-04). La propaganda irradia felicidad porque el pueblo lo que quiere es que se lo den todo masticadito, para trabajar lo menos posible y no tener que pensar más de la cuenta. Soledad Gallego-Díaz, periodista, escribe que los partidos basan su éxito, ahora que están en campaña, en tres ideas fundamentales: expresar un mensaje nítido, ser coherentes y no ir a remolque del adversario. Bien, en todo esto los populares llevan varias leguas de ventaja a los socialistas. Rajoy y los suyos venden un mensaje muy claro: “defendemos la unidad de la patria, que es sagrada, bajamos los impuestos y somos gente tranquila”. Son coherentes: han estado y estarán con el capital. Y, para colmo, han conseguido intoxicar la candidez de Zapatero en los acuerdos de Estado, sobre todo el que afecta a la política antiterrorista. Es en este contexto en el que se explica la ofensiva contra el nacionalismo catalán y, muy especialmente, contra la izquierda que hoy gobierna unida en Cataluña.
Querido lector alcarreño: déjeme decirle que la solidaridad de los catalanes con las víctimas del terrorismo no se puede poner en duda. Más de un millón salimos a la calle después del asesinato de Ernest Lluch, pero de esto ya nadie quiere acordarse. Horas después de la concentración contra ETA convocada por el presidente de la Generalitat hace dos semanas, su homólogo gallego, Fraga Iribarne, se apresuró a declarar que en Barcelona se “pisoteaba a las víctimas del terror”. A ciertos sectores de la política y la prensa españolista no les interesa que el Gobierno catalán adopte medidas para impulsar el laicismo, la enseñanza pública y la oferta de vivienda protegida. Prefieren un dirigente conservador, aunque sea separatista, antes que aguantar a un “sociata”. Las fuerzas vivas de la derecha ibérica reaccionan con vileza ante lo que consideran un atentado contra el sistema imperante. Los agentes nocivos de esas fuerzas no conocen más España que la racial, la espartana del ordeno y mando. Ni quieren conocer otra. Ni comparten el respeto entre los pueblos. Ni entienden la realidad plurilingüística, ni siquiera lo intentan. Se limitan a vituperar el título VIII de la Constitución, que consagra el Estado de las autonomías. Los “patriotas constitucionales” se han convertido en actores del nuevo realismo político: el aparato estatal por encima de todo; el fin justifica los medios; nosotros somos los buenos y ellos los malos; nosotros evangelizamos y ellos encarnan al demonio.
“El amor a la patria es más patente que la razón misma”, dejó escrito el poeta latino Ovidio. Sumergido en la conjura de los patriotas, algún colega, después de llamar “tonto” y “paleto” a Carod, ha propuesto su encarcelamiento. ¿Por qué? ¿Por conseguir que ETA deje de matar en la comunidad autónoma en la que gobierna? Como dijo Miguel Ángel Aguilar en la radio, si se demuestra, como así parece ser, que no ha habido ninguna contrapartida por este hecho, entonces hay que reclamar al resto de presidentes autonómicos que sigan el ejemplo. Siento discrepar de la sentencia inquisitorial dictada contra el líder de Esquerra, pero yo pregunto: ¿qué es mejor, que un político pacte con una banda terrorista para que cese su actividad o, por el contrario, que diluya sus responsabilidades y los asesinos prosigan su exterminio? No olvidemos que Tony Blair, primer ministro británico, negoció con el brazo político del ejército republicano irlandés (IRA) sin arrancar un alto el fuego ni completar su desarme. La España de Urdaci juzga una canallada la iniciativa de Carod-Rovira. La solución: que los féretros sigan cayendo.