SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA

Del corralito a la modernidad

"Vivimos en una sociedad tan mercantilizada, tan abducida por productos que aportan poco o nada, que debería ser imprescindible familiarizarse con la historia, con las teorías filosóficas, con las corrientes científicas o con un poema. Hay un ideal humanista detrás de los valores culturales. Todo ello aporta el sustrato para tener una sociedad crítica que huya de la doctrina y el rebaño. Una sociedad, y Guadalajara está en el camino, que pase de la cultura de corralito, poquitos actos, endogámicos y con olor a repollo, a reflexionar sobre las mismas cosas que interesan al mundo"
El Decano de Guadalajara, 02.01.09
Raúl Conde

Una persona que tiene inquietudes por el arte, la pintura o la literatura es una persona que se cuestiona aquello que le afecta o quizá también lo que le resulta lejano. La cultura genera adicción. También avidez. Fernando Pessoa, en un estupendo librito donde se recogen sus Diarios (Gadir, 2008), escribe: “Estoy anulado por la idea de lo que querría tener, poder, sentir. Mi vida es un inmenso sueño. Pienso, en ocasiones, que quisiera cometer todos los crímenes, todos los vicios, todas las acciones bellas, nobles, grandes, beber la belleza, la verdad, el bien, de un solo trago, y dormirme después para siempre en el pacífico seno de la Nada”. La cultura es industria, pero también alimento y placer. Guadalajara (sobre todo gracias a Siglo Futuro) lleva años demostrando que cuando se organizan propuestas que merecen la pena, el público responde. Un pueblo que se moviliza para escuchar a José Antonio Marina o Mariano Barbacid es un pueblo al que le interesa no sólo hacerse preguntas, sino encontrar alguna respuesta. Hay que valorar el trabajo de la Biblioteca, las asociaciones juveniles, los grupos de teatro, el Fescigu, los clubes de música, la Red de Teatros… El panorama general resulta alentador. Y si hay que poner una guindilla, a la espera del Museo de Sobrino anunciado por el Ayuntamiento, sería para el nivel de las exposiciones que, como dijo Juan Marsé del Planeta, “en algunos tramos es subterráneo”. El mandato que reciben los políticos consiste en crear el marco adecuado para dar cauce a la creación. En caso contrario, suelen ser los propios artistas los que fuerzan esta coyuntura. Fernando Vallespín considera que estamos lejos de un espacio público reflexivo en el que se promocione algo más que no sea un entretenimiento insustancial. Y recomienda: “preguntemos, debatamos, luchemos contra el silencio y el olvido de aquello con lo que nos jugamos el futuro de todos” (El País, 05.12.08).

Según algunos autores, la principal causa para generar una buena programación cultural es disponer de los contenedores adecuados. Un contenedor cultural deficiente es el Infantado, cuyas inmundicias ya se han acostumbrado a convivir con las obras del Museo Provincial. En cambio, un contenedor de primera fila es, por ejemplo, el teatro-auditorio Buero Vallejo, que en realidad es más teatro que auditorio. El Buero demuestra que no hace falta ir a Madrid para ver un concierto de Serrat o para asistir a un estreno teatral de envergadura. La cartelera de Guadalajara, como es obvio, no resiste un asalto a la de Madrid. Pero sí puede aprovecharse de las oportunidades que ofrece tener muy cerca un mercado tan potente. A cualquier compañía profesional le resulta rentable combinar un estreno en Madrid con alguna representación en Guadalajara. Eso antes no se podía hacer porque la cochambre del Moderno no lo permitía. Ahora sí. Hicieron el primer teatro del mundo en cuesta, en ladera, y de paso fulminaron los terrenos donde se ubicaría, por lógica, la ampliación del campus de la Universidad de Alcalá. A cambio, el nivel de gestión del Buero resulta notable. Es una de las razones, dicho sea de paso, por las que puede considerarse un error monumental el recorte que le ha pegado el Ayuntamiento al presupuesto del Patronato Municipal de Cultura. Lo paga la gente, que se perderá muchas cosas a cambio de ahorrarse unos euros que no llevan a ningún sitio.

Por fortuna, quedan otras instituciones públicas y entidades privadas que sí están manteniendo su apuesta por la cultura, aun en tiempos de crisis. Estoy hablando de la Diputación de Guadalajara y la Fundación Siglo Futuro, a quienes debemos la organización del programa “Guadalajara Emociona”, heredero de los cursos de otoño. Dieron en el clavo con los actos y con los invitados. El balance fue sobresaliente. Que una institución oficial invierta dinero en cultura supone saciar la conciencia del personal. Y eso es un ‘rara avis’ porque lo habitual es que las administraciones adocenen, no que ilustren. Así que cuando ocurre lo contrario, y además ocurre en colaboración con otras asociaciones, conviene dejar constancia. Ahora se trata de no perder este ritmo y, de paso, profundizar en la oferta en la provincia. Los pueblos, sobre todo aquellos que cuentan con Casas de Cultura, han acreditado con creces su demanda, siempre que se acierte en el tipo de convocatoria. En el fondo no es ninguna novedad. Existe algún precedente, como los Encuentros de la Central de Trillo cuando estaban bajo la custodia de Pepe García de la Torre. La combinación de personajes populares con artistas o temas locales es un acierto enorme. Ahí están, por ejemplo, los conciertos de Luis Pastor y José Antonio Alonso. Formidables.

Un ensayista alemán interesante y divertido, Dietrich Schwanitz, tiene escrito en La Cultura. Todo lo que hay que saber (Taurus, 2002): “Olvido la mayor parte de lo que he leído, así como lo que he comido; pero sé que estas dos cosas contribuyen por igual a sustentar mi espíritu y mi cuerpo”. Vivimos en una sociedad tan mercantilizada, tan abducida por productos que aportan poco o nada, que debería ser imprescindible familiarizarse con la historia, con las teorías filosóficas, con las corrientes científicas o con un poema. Hay un ideal humanista detrás de los valores culturales. Todo ello aporta el sustrato para tener una sociedad crítica que huya de la doctrina y el rebaño. Una sociedad, y Guadalajara está en el camino, que pase de la cultura de corralito, poquitos actos, endogámicos y con olor a repollo, a reflexionar sobre las mismas cosas que interesan al mundo.