Cantalojas, canto a voces
Cantalojas no es el pueblo más grande de la Sierra. Tampoco el mejor comunicado. Quizá por ello, por su situación geográfica y su devenir histórico, ha sido capaz de conservar una recua extraordinaria de tradiciones y costumbres populares que se han ido heredando a lo largo de los siglos. Cantalojas es uno de los pocos pueblos de la Transierra que ha podido combatir el desgarro de la despoblación. El pueblo marcha, dentro de lo que puede marchar un pueblo que está a más de cien kilómetros de la capital de su provincia, y en alta montaña. El censo sobrepasa los 150 habitantes, las arcas municipales reciben dinero procedente de los molinos eólicos y ostenta una asociación cultural muy activa que tan pronto organiza una cencerrada en Navidad como un festival de jazz en primavera, el ‘Cantalojazz’, capaz de atraer a artistas de primera fila. Observen el mérito porque no hablamos de ninguna población potente al albur de Guadalajara capital. Hablamos de un pueblo pequeño, aunque enclavado en uno de los parajes más hermosos de la Sierra de Ayllón.
Era necesario que un lugar como Cantalojas, con el potencial de tradiciones que atesora, encontrara a algún cronista que fuera capaz de poner negro sobre blanco todos estos saberes. A falta de uno, son dos los que han asumido esta tarea: Pedro Vacas Moreno, poeta de Bustares, profundo conocedor de la Sierra y autor de numerosos libros sobre el Alto Rey y distintos pueblos de esta comarca. Junto a su hija, la periodista Mercedes Vacas Gómez, han presentado recientemente el volumen “Cantalojas, canto a voces”. Son casi cuatrocientos páginas cuajadas de sentimiento, firmadas con documentación, plagadas de chascarrillos y de todo el saber que conservan las gentes de Cantalojas. El libro lo firman los Vacas, pero los verdaderos autores, los artífices de fondo, son las gentes cantalojeñas, que han aportado anécdotas, curiosidades, tradiciones, costumbres y una retahíla magnífica de imágenes antiguas. El compendio ha dado como resultado uno de los libros más interesantes de los que se han publicado este año en Guadalajara. No sólo por su contenido, sino por el estilo de los autores, que se han empapado hasta las cachas de todo lo que les han contado los habitantes de Cantalojas. Serrano Belinchón escribe en el prólogo: “a los más maduros, a los que hemos conocido en buena parte mucho de lo que en el libro se dice, Cantalojas, canto a voces nos servirá para recordar –recordar es volver a vivir- y para abrir de par en par las puertas de esa celdilla que todos llevamos en el corazón donde se guardan las nostalgias”.
Pinos, robles y hayas
Pedro Vacas es un poeta que ha sido profesor antes que fraile. Y nunca mejor dicho porque dio clases de secundaria. Su veta es la poesía, pero le gusta indagar en las profundidades históricas de la Serranía. El libro sobre Cantalojas lo inaugura con esta frase: “Por caminos sin camino, van pastores sin rebaños, bajo cielos sin estrellas y cencerros sin badajos”. Cantalojas perteneció al sexmo de la Transierra de la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón. No hay constancia documental abundante, según los Vacas. La referencia más antigua data del III milenio a.C., cuando los pastores de la zona dejaron sus huelas pictóricas por Cantalojas y Villacadima. En Cantalojas destaca el conjunto urbano, el caserío, la iglesia de San Julián Confesor y un castro ibero donde se levantan, más mal que bien, los restos del castillo de Diempures. El término municipal, muy extenso, es otra de sus mayores riquezas. Las laderas de sus valles están cubiertas de pinos, robles, hayas y brezos, “bosques que fueron aprovechados para el carboneo, para la corta de leña, para construcción de casas y muebles en carpinterías”. La ganadería es la principal actividad: no hay más que ver sus extensos pastizales de invierno y verano. Cantalojas es una potencia ganadera no sólo de la Sierra, sino de toda la provincia. Todavía mantiene en el calendario, y con una solidez envidiable, la Feria del Ganado, que se celebra sin falta el 12 de octubre, coincidiendo con la Virgen del Pilar. Según los autores del libro, las características del territorio en Cantalojas son: “escaso terreno cultivable, dureza del clima y accidentada orografía, la agricultura de autoabastecimiento, parcelas pequeñas cercanas al pueblo sembradas de: hortalizas, patatas, legumbres para consumo humano, y pequeñas dehesas de donde se obtenía el heno, alimento imprescindible para el ganado en los largos invierno, y en las laderas de la sierra sembradas de: centeno, cebada, trigo, avena”.
La tradición ganadera de Cantalojas y el Hayedo de Tejera Negra ocupan muchas páginas en la obra que han pergeñado Pedro y Mercedes Vacas. Los autores han preguntado sobre los orígenes de esta afición vacuna, pero no han obtenido respuesta. Porque la respuesta, en realidad, se pierde en la noche de los tiempos y se hunde en lo más hondo de los orígenes del pueblo. Eso sí, a pesar de la crisis que afecta al sector, en Cantalojas el número de reses ha aumentado, prueba de su potencia. Los Vacas se detienen también en el ciclo anual de una de estas reses, algo que ignoran probablemente muchos de los jóvenes de este país: los campesinos de Cantalojas envían la vacada en masa hacia el 20 de abril de cada año a tres horas de camino del lugar, “a los cuarteles semialpinos de Sonsaz, de Valdelacasa, de Riolillas, de Puertoinfante, de Tejeranegra, parajes agrestes y paradisíacos donde el ganado permanece careando en los yerbazales desde la primavera hasta el día de Santiago Apóstol, fecha en la que regresa por costumbre para aplicar en cuestión de dos semanas la rastrojera después de la siega. Luego volverá el ganado otra vez a la sierra. (…) Regresarán a casa número considerable mayor cuando los hielos y las nieves les obliguen a dejar la sierra. Una yunta tan sólo, o dos a lo sumo, habrán pasado el verano y el otoño al servicio de sus amos para ayudarles a resolver los quehaceres agrícolas que, como un ritual, cada calenda trae consigo”.
Cencerrones y ganado
Una de las partes más interesantes de “Cantalojas, canto a voces” es aquella donde los autores profundizan en las costumbres del pueblo, narradas por los propios lugareños. Por ejemplo, Antonio Garrido, de 62 años, cuenta en qué consistía una tradición recientemente recuperada en Cantalojas: la de los cencerrones. Los pastores y cabreros del pueblo, tras pasar el día cuidando a sus rebaños, aún tenían humor para cantar villancicos en la iglesia. “Comenzaban el 8 de diciembre y consistían en que los cabreros y pastores se reunían después de cerrar sus rebaños, se reunían en la plaza del pueblo, al mando de un mayoral, el cual, hacia como el líder del resto, y dirigía los villancicos que ensayaban y cantaban todas las tardes en la puerta de la iglesia, desde el día 8 de diciembre hasta el 24 de diciembre, que culminaba con la Misa del Gallo y la Pascua de la Navidad”. Los pastores salían todas las noches de la plaza, en fila, con sus cencerros, sus garrotas y sus abarcas. “Porque no había otra cosa”, tal como puntualizan los Vacas.
Además de los cencerrones, hay otras historias que rezuman la esencia de Cantalojas. Emilio Molinero, de 93 años, explica que “iba con la yunta a arrimar madera y ramajes, para las carboneras desde 50 a 100 metros de distancia de las carboneras, lo hacían todo carbón”. Las carboneras eran el doble que la cocina, y los palos los ponían pingaos, antes de prenderle fuego, los tapaban con tierra. La madera era de haya o de roble. Cuando la tenían preparada, le dejaban en el centro un hueco, y por allí la prendían. Tardaba por lo menos 14 o 15 días en hacerse carbón. Las gentes de Cantalojas hacían carbón de brezo, y lo llevaban a vender por los pueblos, para las fraguas. Otra de las actividades generalizadas era la matanza. El ritual que conlleva, que todavía se practica en Cantalojas, encuentra su protagonismo en el libro. Y luego la tarea de hacer la olla: “una vez curados los chorizos cuando cambian de sabor de carne cruda, por carne sazonada, cuando ya está duro y seco, lo mismo que los lomos, se hacen tajadas, se fríen en una sartén con aceite hirviente y después se guardan en una olla de barro, cubiertos con la grasa y el aceite que queda de freírlos”.
Y, por último, las fotografías. Los autores del libro han recopilado un ramillete espectacular de imágenes antiguas y recientes del pueblo cedidas por Félix Núñez, Jorge Molinero, Jesús García, Ángel Moreno, Luis Molinero y Antonio Garrido. Las fotos recogen las principales actividades de Cantalojas, y la vida de sus gentes. Eugenio Garrido y su rebaño de ovejas, una aventadora oxidada, varias tijeras de esquilar, un atajo de cabras, un mulo con serón, el castillo de Diempures o “de los moros”, varios carros utilizados para hacer la plaza de toros, la fuente vieja y la plaza a principios de siglo, imágenes en sepia de la Feria de Ganado, los paisajes del Hayedo, una yunta de burros y un lugareños amontonando la parva. Estos retratos, como ocurre en toda Castilla, son reflejo de un tiempo que ya ha caducado. En el caso de Cantalojas, además, lo mejor es que son fotos de ahora, propias de un pueblo empeñado en mantener sus costumbres, conocer su pasado y perpetuar sus señas de identidad.