Periodistas
Pienso que el periodismo hay que ejercerlo con dosis controladas de humildad, ironía y curiosidad. Hablar con la gente, salir a la calle, despegar el culo de las putas redacciones en las que ponemos a parir a los colegas. Quizá eso es lo que nos sitúa en el centro de la diana. Cada vez más. El diario ‘Le Monde’ acaba de anunciar 35 millones de pérdidas este año y ‘The New York Times’ ha cerrado la venta de la que ha sido su sede desde hace 91 años. El miércoles pasado fue el día internacional de apoyo a los periodistas encarcelados, el 80% de los cuales se concentra en tan solo seis países. Desde que empezó la locura fascista de la guerra preventiva, en Irak han muerto 46 periodistas y colaboradores de medios de comunicación. Sus cadáveres no valen más que los del resto, pero testimonian las miserias de una profesión amordazada. Luis Ignacio Parada recordaba ayer en ABC que la libertad de prensa “sólo está admitida totalmente en 15 países y parcialmente en 91 de los más de doscientos que integran la ONU”. Pese a ello, los periodistas somos, según ha escrito Margarita Rivière, el segundo poder. El dinero siempre estará por delante. Porque hay quien se niega a reconocer lo evidente, pero es inútil: el periodismo ha caído en las garras de las finanzas. Y, por inverosímil que parezca, también en Guadalajara. Los periódicos son unidades de negocio promovidas por empresarios que nada tienen que ver con la comunicación. Pero, tal como demostró en su curso de otoño Iñaki Gabilondo, queda margen de maniobra. “Para ser buen periodista hay que ser buena persona”, dijo. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Sin embargo, hay una diferencia abismal entre cometer errores, y reconocerlos, y faltar a la verdad de manera descarada. Hay una diferencia de planteamiento entre dar una noticia, sin objetividad pero con rigor, y embadurnar todas las informaciones con el pestazo de la opinión. Siempre partidista, como es natural en su género. Hay una diferencia clamorosa entre trabajar respetando a los demás, al servicio o no de intereses particulares, y dedicarse a reñir a los que no piensan como tú. Entre algunos que se equivocan y otros que actúan de mala fe, con rencor y sin dignidad, el que dude puede que tenga el alma corrompida.