FIESTAS Y RELIGIÓN
No es la primera vez que lo hace, ni probablemente será la última. Así que tampoco es la primera vez que escribo sobre la opinión que expresa el obispo de Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez, sobre las fiestas que se celebran en nuestra provincia durante el verano. El pasado 17 de agosto, Monseñor Sánchez publicó una carta pastoral titulada “La fiesta”, en la que carga contra la banalización que, a su juicio, cunde en las actuales celebraciones populares de Guadalajara en la época estival. Según él, han perdido, o van perdiendo cada año, su sentido tradicional, que en esencia es religioso y cristiano. Vayamos por partes porque la carta tiene pedigrí y un mensaje de fondo orientado a adoctrinar al pueblo sobre cómo debe festejar sus propias fiestas. La pastoral, por cierto, está disponible en internet en múltiples portales y páginas web. Fue difundida por la prensa, incluso en varios despachos de agencia, y llegó a las páginas de más de un periódico de ámbito general.
La mayoría de las fiestas populares que se celebran en Guadalajara en verano tienen como epicentro honrar a una imagen cristiana. Ya sea a San Roque, como Sigüenza, a la Asunción de María o a cualquier otra virgen o santo propio de este tiempo. Lleva razón nuestro obispo cuando dice que muchos pueblos han decidido trasladar sus fiestas –como las de San Blas o la Candelaria- al mes de agosto o septiembre teniendo en cuenta que en sus fechas originales, el pueblo se queda vacío, o casi. En cambio, no sé qué quiere decir Monseñor cuando afirma que “en otros casos han inventado las fiestas de agosto, aunque no hubiera tradición, porque hay que celebrar una fiesta aprovechando que los pueblos están llenos”. Ah, ¿que el señor obispo se dedica ahora a investigar y escrutar las fiestas de nuestros pueblos? Y, por cierto, si hay pueblos que han inventado algunas fiestas, ¿cuál es el problema? ¿O es que no se inventaron algún día aquellos festejos que hoy se han convertido en tradicionales?
La parte central de la carta del obispo es la crítica que hace a la pérdida de religiosidad de las fiestas populares. Ahí va el párrafo del prelado: “El peligro o riesgo que corren las fiestas religiosas en determinados ambientes es que se pueda perder su origen y la memoria de lo que siempre fueron, fiestas religiosas, y que elementos culturales, folklóricos, turísticos, económicos o de diversión se impongan sobre el sentido religioso y éste termine prácticamente desapareciendo. De la fiesta religiosa quedaría el nombre y, a veces, ni eso. Ya es frecuente oír decir “las fiestas de agosto”, “las fiestas de verano”, “las fiestas del pueblo”, “las fiestas de interés turístico internacional, nacional, regional, provincial, local”. Hay en ellas lugar y tiempo para todo, pero en algunos casos lo religioso queda como un elemento más y no siempre el más importante”. Estas palabras de Monseñor Sánchez, además de interesadas, destilan un perfume algo rancio que huele a querer controlar las costumbres del vulgo, una vieja obsesión de la Iglesia católica. Dice que la mayoría de estas fiestas tienen un origen cristiano, lo cual es radicalmente incierto. La gran mayoría de las fiestas tradicionales de la provincia tienen un origen pagano. Fue luego, en las épocas donde el clero pudo hacer y deshacer, cuando la Iglesia las absorbió, las cristianizó y las empezó a considerar propias. Por otra parte, el señor obispo parece confundir una fiesta popular con una fiesta tradicional. Para que se celebre una fiesta popular, además de sacar de procesión a un santo, basta una caja de botellines y una charanga. En cambio, para que una fiesta pueda considerarse tradicional, necesita algo más: unas raíces, unas coordenadas fijas transmitidas durante siglos y unos rasgos propios que pasan, entre otras cosas, por el festejo de una imagen religiosa. La procesión de la Cera en Brihuega, los danzantes de Galve o Condemios o la romería del Alto Rey, por poner cuatro ejemplos veraniegos, no salen porque sí. Salen a honrar a una Virgen o un santo. Pero conviene no juntar este tipo de celebraciones con otras fiestas populares de las que tanto abundan en verano. Quizá de ahí se deriva el texto que escribió Monseñor Sánchez, al que tampoco veo muy puesto en la realidad de los pueblos. Por suerte o por desgracia para nuestro obispo, que una fiesta pueda ser declarada de interés turístico o goce de una popularidad especial no es ningún obstáculo para que siga conservando su ritual cristiano. Mezclar ambas cosas, o intentar que lo segundo se coma a lo primero, además de estéril, resulta ridículo.