La sierra invisible
La primavera no acaba de despegar en la sierra. Caen cuatro copos de granizo sobre las calles de Bocígano. La temperatura marca tres grados. El paisaje está verdoso y la niebla cubre buena parte del valle. Jacinto López, de 75 años, es uno de los pocos ganaderos que resisten en el pueblo. “Aquí se vive siempre tranquilo, menos el mes de agosto”, espeta. Tiene el pelo canoso y espigado, mediana estatura y una mirada de pillo curtida en el campo. Acaba de sufrir una neumonía. El médico le ha recomendado quedarse en casa, pero él sale todas las mañanas a por las vacas. Alguna vez le han llevado a la tele: “primero me llamó aquel de la mochila, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, ¡Labordeta! Y luego fui un día al programa de Santiago Segura”. Chascarrillos aparte, no olvida su receta para la zona: “necesitamos que arreglen la carretera y que traigan una quitanieves”, sentencia. A partir de ahí, según Jacinto, todo lo demás.
La sierra que rodea el término de El Cardoso, que ocupa 13.000 hectáreas en el noroeste de la provincia, es un territorio hermoso, pero duro. Muy duro. Un territorio, por cierto, donde abundan los solteros. “Si hiciéramos una caravana de mujeres, estoy seguro que ni pararía”, esboza un ganadero de la zona. Consultados buena parte de los vecinos, todos coinciden en señalar los principales defectos de la comarca. No hay turismo porque no hay buenas infraestructuras. Y no hay infraestructuras porque todo el vecindario suma menos personas de las que viven, por ejemplo, en una calle del extrarradio de Azuqueca. La mayoría de los lugareños se ponen de acuerdo en el diagnóstico, pero no tanto en el tratamiento. Y se cruza la política de por medio. Acaso “la España inferior que ora y embiste”, que cantaba Machado. Por un lado, se ha producido una fuerte división entre las personas que tienen su residencia fija en los pueblos de El Cardoso y aquellos que lo hacen de forma temporal. Y, por otro, se lanzan acusaciones que tienen como epicentro al alcalde, Rafael Heras, de 51 años, del PSOE, que lleva los últimos 21 ejerciendo el cargo. Bien sea por las tierras, por el padrón, por el urbanismo o sencillamente por cuestiones personales.
Carreteras de tercera
El quebradero de cabeza más grande son las carreteras. Dan pena. A las curvas peligrosas y un ancho ínfimo, hay que añadir la colección de baches que salpica cualquier recorrido por la zona. “Las hay peores en la provincia, pero eso no justifica su estado”, asiente el alcalde de El Cardoso. La presidenta de la Diputación Provincial, María Antonia Pérez León, ha anunciado que la GU-187, que conecta buena parte del término, se incluirá en la primera fase del Plan de Carreteras, y luego el resto de ramales: la GU-223 al Bocígano, la GU-180 a Colmenar, la GU-181 a Corralejo y la GU-184 a Cabida. Las vías de comunicación son básicas para una comarca tradicionalmente condenada al aislamiento. El puerto de El Cardoso se eleva a 1.364 metros de altitud y las carreteras circundan la alta montaña. El portavoz del Grupo Popular, Mario González, que también ha estado en la comarca, se muestra convencido de “la necesidad de un pacto entre todas las partes implicadas”. El objetivo: sacar a estos pueblos de su marasmo. Hacerlos despertar. Las respectivas visitas de los principales partidos han levantado ampollas en los dos bandos que están alineados en estos pueblos. González ha acusado al alcalde de El Cardoso, Rafael Heras, de “quedarse con dinero procedente de subvenciones”. El aludido lo niega tajantemente: “es falso, y si tiene pruebas, que vaya a un juzgado”. Todo este embrollo sucede en un pueblo cuyo Ayuntamiento subsiste con un presupuesto anual de 68.000 euros. Entre eso y las subvenciones tiene que atender a seis núcleos de población. Esta es la triste realidad de los pueblos de Guadalajara.
Y no acaban ahí los roces. Los empadronamientos también se han convertido en un objeto de disputa. Hay residentes temporales que han pedido incorporarse al censo y el Ayuntamiento lo ha rechazado con argumentos peregrinos. Heras sostiene que “empadronamos a la gente que cumple con la ley, quiero gente que venga a vivir, a hacer algo aquí, lo que no se puede hacer es inflar el padrón”. A su juicio, la legislación estipula que hay que estar empadronado en el municipio donde más tiempo se reside al año. El que fuera candidato del PP en los comicios locales, Bienvenido Martín, que vive y trabaja en Madrid, confiesa que ha pedido empadronarse en su pueblo, pero no ha podido: “el alcalde ha rechazado censarse al menos a unas 30 personas en los últimos años. Aquello es la España profunda de Berlanga. Es una isla entre Guadalajara y Madrid. No podemos tener buena relación con Guadalajara si no existen carreteras. El alcalde, que es parte del problema, maneja el pueblo como un coto privado. Es un señor feudal que tiene montado su chiringuito y encima no vive allí”. En paralelo a este trote de palabras gruesas entre unos y otros hay que sumar un cisco que procede de antaño que afecta en exclusiva a El Cardoso, no al resto de barrios. Se trata de una pugna por la titularidad de 2.500 hectáreas de terrenos, entre pastos y pinares, que un día fueron de los vecinos y luego mancomunados. Ahora algunos herederos reclaman su propiedad agarrándose a un documento del siglo XIX. El conflicto se eterniza en medio de la agonía que sufre la comarca entera.
El ganado, principal actividad
El agua fina que cae esta mañana se torna en neblina. Las vacas que pastan sin estabular se baten con el frío y el aguanieve. La mayoría de la población en este rincón serrano ha vivido de la ganadería, pero hace treinta años había agricultura. El pueblo tenía entonces 350 habitantes. Todos se las ingeniaban para sacar el máximo provecho a sus tierras. El monte se labraba con centeno y en las huertas brotaban patatas y judías. Heras explica que “aquí la gente sólo compraba azúcar, café, vino y una botella de anís si coincidía con alguna fiesta”. El pescado que comían eran las truchas del río. También aprovechaban la caza. El resto se lo producían. La carne de sus terneros, la leche de sus cabras, las patatas de sus huertos, las hortalizas de sus fincas y la fruta, muy poca por el clima y la altura. Pasadas varias décadas, el panorama ha cambiado. Los pueblos ya no son tan pobres y en la zona de El Cardoso resisten más de veinte ganaderos, dos de ellos jóvenes. Es una cifra nada despreciable dados los tiempos que corren. La construcción es más rentable, pero la ganadería es la principal actividad de la comarca. El abulense José Jiménez Lozano tiene escrito que “los pastores son gente por lo general calladas, observadoras, despabiladas, a la defensiva”. Isaías Serrano, de 55 años, es ganadero en Peñalba: “me dedico a esto de toda la vida, cuando iba a la escuela ya estaba pensando en los chivitos”. Tiene alrededor de 200 vacas, pero piensa reducirlas. Se lamenta por la subida de los piensos y la bajada del precio de la carne. Y encima resucitan las vacas locas. Isaías opina que “si no fuera por las subvenciones no subsistiríamos, nos las dan para resistir”. Rafael Heras, que además de alcalde fue ganadero, aclara que “si tienes menos de 100 vacas no es rentable y si te pasas necesitas pagar a algún trabajador y tampoco te sale a cuenta. Lo ideal para vacuno son 100 vacas, unas 80 madres, 15 novillos de reposición y 4 o 5 sementales”.
Colegio en Montejo y consultorios modestos
Un asunto preocupante en la comarca es la falta de juventud. En El Cardoso, donde no hay colegio, viven seis críos. La más mayor tiene 7 años y el menor tan solo meses. Algunos van a la escuela de Montejo y otros a Buitrago, es decir, todos estudian en colegios de la Comunidad de Madrid. El transporte escolar viene de Madrid, pero lo paga la Junta de Castilla-La Mancha. Algo parecido ocurre con el servicio sanitario. Los consultorios básicos de la comarca de El Cardoso, algunos en un estado razonable, otros no tanto, están integrados en el centro de salud de Buitrago de Lozoya. Esta situación no es nueva, se arrastra de antaño. El médico pasa consulta dos veces a la semana y la ATS cada quince días. Al resto de los pueblos del término, el médico acude cada dos semanas.
El día avanza y la mañana no aclara. La lluvia persiste. Que caiga agua es sinónimo de buen tiempo en este lugar. “Sobre todo porque hemos tenido durante muchos años problemas con el abastecimiento”, recuerda el alcalde. La presidenta de la Diputación avanzó que se va a ejecutar una inversión de 45.000 euros “para renovación de redes de distribución de agua y saneamiento en las pedanías”. Mientras llega algún euro, el agua ha convertido en un barrizal algunos tramos de la carretera por la que se llega a Colmenar de la Sierra. Más de cien vecinos están unidos en torno a una numerosa asociación de vecinos. Su secretario es Juan Manuel Zaragoza, que no escatima epítetos en su análisis: “la comarca tiene problemas muy graves que no están en vías de solución. La carretera es un camino de cabras, no hay transporte público, la población es muy mayor y faltan servicios de calidad. Aquí en Colmenar, por ejemplo, existe un desorden urbanístico, se deja construir como le da la gana al Ayuntamiento, no hay ordenanzas, ni información pública, ni bandos”. Zaragoza, que es ingeniero de telecomunicaciones, cuenta estas penurias mientras intenta sintonizar los canales de televisión en el salón de su casa. No puede porque la señal, que llega desde Navacerrada y no desde el Alto Rey, es muy deficiente. Su teléfono funciona por track. Y si quiere conectase a internet tendrá que ser con el ADSL rural de 3 megas, que falla más que una escopeta de ferias. La tarifa de conexión en las pedanías es el doble de cara que en El Cardoso. En este núcleo cuesta 56 euros al mes y funciona a través del hilo telefónico ordinario. En el resto de pueblos la factura asciende a 170 euros porque tienen que recurrir a la parabólica. “Imposible atraer población con estos atrasos”, remata.
Los pueblos de la zona de El Cardoso son heterogéneos. La arquitectura serrana propia de Madrid, con piedra tallada y teja árabe, se mezcla con las construcciones de pizarra negra en Corralejo o Colmenar. El contraste es formidable. También resulta sorprendente que, en pleno siglo XXI, una comarca situada a tan sólo 90 kilómetros de Guadalajara y a poco más de veinte de la autovía de Burgos, se encuentre sumida en la depresión y en la parálisis económica. Todo ello aderezado con ribetes de disputa que han convertido a El Cardoso en una sierra invisible para el resto de Guadalajara y, sobre todo, para Castilla-La Mancha, que pilla muy lejos. Manu Leguineche escribe en “La felicidad de la tierra”: “los pueblos tienen los inconvenientes clásicos, la convivencia siempre con los mismos, los roces, viejas desavenencias, los pleitos familiares, la excavadora de la murmuración en algún lugar aislado, pero todos saben a qué atenerse”. Hay quien piensa que la comarca de El Cardoso ha involucionado, es decir, que ha ido para atrás. Que el tiempo no pasa por ella. Que se ha quedado estancada como hace cuatro décadas. Rodolfo Serrano, a sus 98 años, vive tranquilo sentado en el sillón de su casa en Peñalba. Es conocido en toda la comarca por defender sus ideas. Se dice republicano y de izquierdas. Hizo la guerra en el frente de Teruel y sufrió la batalla de Brihuega. Conoció a Dolores Ibárruri. Uno de sus hijos, Luis, le pregunta qué les decía “La Pasionaria”. Rodolfo, con tono severo, contesta: “miá qué va a decir, que más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Otros tiempos. Otras voces. Hay muchos mapas que se olvidan de El Cardoso.
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Madrileños de Castilla-La Mancha
La situación geográfica de la zona de El Cardoso, lindera con Madrid, la convierte en un caso único en la provincia de Guadalajara. El cartero procede de Madrid. El prefijo telefónico es el 91 de Madrid. Los tenderos llegan desde Madrid. La farmacia más cercana es la de Montejo. Los niños van al colegio a Buitrago y Montejo. Y los consultorios de salud también pertenecen a la región vecina. Hay servicios, como el transporte escolar, que ejecuta Madrid pero paga la Administración autonómica de Castilla-La Mancha. La naturaleza de El Cardoso y sus pedanías radica en la Comunidad de Madrid, pero la burocracia le hace mirar a Guadalajara, o lo que es peor, a Toledo. Las diferencias entre los pueblos de la comarca de El Cardoso y los que rayan con su término municipal, ya en la Sierra Norte de Madrid, son abismales. Cuando uno traspasa la carretera de una provincia a otra, desde La Hiruela o Montejo hasta el límite de Guadalajara, parece que entra en otro mundo. En la Sierra del Rincón, la carretera es ancha, bien señalizada y se conserva en buen estado. Al otro costado, en Guadalajara, aparecen los baches, las curvas peligrosas y un ancho de tres metros y medio. “Esta situación se debe a las fuertes inversiones que ha realizado la Comunidad de Madrid en la Sierra Norte”, según Rafael Heras, alcalde de El Cardoso. El movimiento que solicitaba la anexión a Madrid de esta sierra de Guadalajara quedó en agua de borrajas. “El Ayuntamiento nunca ha pedido la integración en esa Comunidad”, remacha Heras. Y añade: “por el tema económico, todos quisiéramos estar en Madrid, pero sabemos que es imposible”.