Leguineche dice que la tecnología ha enfriado el oficio del periodista
Mientras espera a que el panadero de Brihuega llegue con un cabrito recién asado, para compartirlo con sus colegas, este corresponsal de guerra viajero y viajado confiesa que ha rechazado contar historias a través de los políticos, «te dejan insatisfecho, casi nunca te dicen nada nuevo, de modo que elegí un tipo de periodismo más pegado a la realidad».
En pleno jardín de la Alcarria, Leguineche se desvive por atender a profesionales como Felipe Sahagún o el cámara Evaristo Canete, que han acudido para grabar un documental sobre los 25 años del premio de periodismo en memoria de Cirilo Rodríguez, del que él fue el primero de la lista, en 1985.
A su lado, la gata «Muki» y su inseparable Jesús Rodrigo, de 80 años, a quienes cita en su obra «El club de los faltos de Cariño», pero también está Gabri, la cuidadora de este vital personaje al que le fallan las piernas, y el perro «Negrillo», que introduce elementos de tensión con el felino, lo que le obliga a hacer de mediador.
«No quiero compararme con Ryszard Kapuscinski y todos estos», añade Leguineche, «pero ellos también incidieron en este tipo de enfoque, muy humano, con un toque de ironía y tantos otros elementos» de proximidad a la gente normal.
Impresionado y disgustado al conocer por Felipe Sahagún que había fallecido el periodista y escritor norteamericano David Halberstam, corresponsal en Vietnam para The New York Times -porque era «uno de mis preferidos»-, Manu trata de quitar hierro a lo anterior: «no quiero ser iconoclasta porque el oficio sigue existiendo».
En el fondo mantiene la confianza, quizá sabe que existen, de que «siempre habrá algún corresponsal en algún sitio que tenga que trabajar con ese espíritu a veces artesanal con el que nosotros apechugamos durante muchos años, teníamos que hacer conexiones desde sitios inverosímiles y las operadoras no sabían dónde estaba Madrid».
Ahí es donde podía entrar un cierto toque de seducción, reconoce con Manu con su sonrisa, un ramo de flores, para salvar las barreras de las comunicaciones, «pero para seductor, Cirilo Rodríguez, era el maestro, con elegancia», recuerda como si le estuviera viendo, mientras sostiene que la logística era a veces más molesta que estar en un frente.
También hay profundidad en la entrevista entre el calor de amistad, de vino de la Ribera del Duero que le ha llevado un amigo y se lo ha hecho cambiar por el de Rioja, que le gusta, de orujo que saca Jesús de una barrica que trajo el maestro de Portugal o el licor búlgaro del país de Gabri. Parece alegre, pero apenas sale y su capacidad para moverse está muy reducida, aunque no le faltan amigos que le visitan a diario, gentes del pueblo que pusieron a la calle donde vive el nombre de «Manu Leguineche».
«Hay tiempo para todo, uno para la aventura, otro para la vida sedentaia y reflexiva y otro para cualquier otra óptica», trata de convencer a sus amigos, mientras advierte a modo de fórmula magistral: «No hay que poner el listón muy alto sobre lo que se espera de la vida, hay que ser bastante resignado en eso, y disfrutar de los placeres más sencillos». A los 18 años estaba viajando por el extranjero y, a comienzos de los sesenta, se unió a un grupo de periodistas norteamericanos para dar la vuelta al mundo en jeep, en lo que invirtió dos años, lo que recogió en el libro «El camino más corto», reeditado varias veces.
La experiencia no la ha olvidado jamás: «Volvería a hacer el viaje más largo, desde luego, me marcó mucho, a partir de ahí puse en funcionamiento toda mi curiosidad y mis deseos de hacer más cosas, de conocer más mundo, de contarlo, quizá fue el alfa y la omega de mi profesión, tal como yo la entendía».
Por eso rechazó ser corresponsal fijo, como cuando «La Vanguardia» le quiso dejar en Lisboa, quizá más joven hubiera aceptado Nueva York, pero dice que «también recelaba un poco de quedarme allí toda la vida y hablar de lo mismo siempre, por eso prefería ir de francotirador, que es lo que hice, de un lado a otro».
De esta manera, Manu Leguineche se inclinó por la cobertura internacional, donde lo mismo aparecía en un golpe de Estado en el corazón de África que contaba un escándalo en Latinoamérica o viajaba con el Papa, cuando a los 23 años ya fue enviado especial a la guerra entre India y Pakistán.
Desde entonces, ha estado presente en todas las guerras que se han librado en el mundo, desde Vietnam al Líbano, pasando por los distintos conflictos ocurridos en Nicaragua, Chipre, Marruecos, Bangladesh, Camboya o Guinea Ecuatorial, entre otros.
¿Y cómo reacciona el ser humano ante tanta sangre y miseria?: «Hay que ir llorado a esos países y situaciones, está incluido en el sueldo, de modo que te va produciendo una especie de sedimentación de la tristeza».
Sin embargo, a Leguineche le llama la atención que se mantengan conflictos como la guerra de Irak, «no hay una sangría tan alta en la historia, todos los días decenas de muertos, pero desde hace tiempo», mientras se pregunta cómo se puede acostumbrar la gente a esto y lamenta el papel de la ONU.
Está feliz, pero congela la sonrisa y afirma: «Me sigue pareciendo muy triste que el mundo siga embarcado en esas violencias, te llega al alma, que pase el tiempo y siga habiendo ese incontable número de muertos».
Ha pasado un día entretenido, con sus amigos y su familia adoptada, entre el jardín y la chimenea que se agradece al atardecer y «carpe diem», aconseja al respetable a la vez que recuerda que él tuvo que ir a los sitios para contar lo que pasaba «porque solo genios como Julio Verne o Salgari son capaces de recrear un mundo desde su perspectiva parroquiana».
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Agencia EFESábado, 26 de abril 2008
Durante una tertulia entre amigos y compañeros Manu Leguineche (Arrazúa, Vizcaya, 1941), uno de los grandes periodistas españoles, reflexiona sobre la profesión y dicta una sentencia benevolente, porque su bonhomía le impide cargar más las tintas: «la tecnología ha enfriado este oficio» Leguineche, autor de cerca de medio centenar de libros y de miles de artículos, lamenta que se pierda el estilo de periodismo «muy a ras de suelo, que busca el interés humano, los ángulos menos conocidos», el que se antepondría siempre «a esa obscena curiosidad por los políticos».
Y es que, mientras espera a que el panadero de Brihuega llegue con un cabrito recién asado para compartirlo con sus colegas, este corresponsal de guerra viajero y viajado confiesa que ha rechazado contar historias a través de los políticos: «te dejan insatisfecho, casi nunca te dicen nada nuevo, de modo que elegí un tipo de periodismo más pegado a la realidad».
En pleno jardín de la Alcarria, Leguineche se desvive por atender a profesionales como Felipe Sahagún o el cámara Evaristo Canete, que han acudido para grabar un documental sobre los 25 años del premio de periodismo en memoria de Cirilo Rodríguez, del que él fue el primero de la lista, en 1985.
A su lado, la gata «Muki» y su inseparable Jesús Rodrigo, de 80 años, a quienes cita en su obra «El club de los faltos de Cariño», pero también está Gabri, la cuidadora de este vital personaje al que le fallan las piernas, y el perro «Negrillo», que introduce elementos de tensión con el felino, lo que le obliga a hacer de mediador.
«No quiero compararme con Ryszard Kapuscinski y todos estos», añade Leguineche, «pero ellos también incidieron en este tipo de enfoque, muy humano, con un toque de ironía y tantos otros elementos» de proximidad a la gente normal.
En el fondo mantiene la confianza de que «siempre habrá algún corresponsal en algún sitio que tenga que trabajar con ese espíritu a veces artesanal con el que nosotros apechugamos durante muchos años, teníamos que hacer conexiones desde sitios inverosímiles y las operadoras no sabían dónde estaba Madrid».
Parece alegre, pero apenas sale y su capacidad para moverse está muy reducida, aunque no le faltan amigos que le visitan a diario, gentes del pueblo que pusieron a la calle donde vive el nombre de «Manu Leguineche».
«Hay tiempo para todo, uno para la aventura, otro para la vida sedentaria y reflexiva y otro para cualquier otra óptica», trata de convencer a sus amigos, mientras advierte a modo de fórmula magistral: «No hay que poner el listón muy alto sobre lo que se espera de la vida, hay que ser bastante resignado en eso, y disfrutar de los placeres más sencillos».
A los 18 años estaba viajando por el extranjero y, a comienzos de los sesenta, se unió a un grupo de periodistas norteamericanos para dar la vuelta al mundo en jeep, en lo que invirtió dos años.
La experiencia, que recogió en el libro «El camino más corto», reeditado varias veces, no la ha olvidado jamás: «Me marcó mucho; a partir de ahí puse en funcionamiento toda mi curiosidad y mis deseos de hacer más cosas, de conocer más mundo, de contarlo. Quizá fue el alfa y la omega de mi profesión, tal como yo la entendía».
Por eso rechazó ser corresponsal fijo, como cuando «La Vanguardia» le quiso dejar en Lisboa. «Prefería ir de francotirador, que es lo que hice, de un lado a otro».
De esta manera, Manu Leguineche se inclinó por la cobertura internacional; lo mismo aparecía en un golpe de Estado en el corazón de África que contaba un escándalo en Latinoamérica o viajaba con el Papa. Ha estado presente en todas las guerras que se han librado en el mundo, desde Vietnam al Líbano, pasando por Nicaragua, Chipre, Marruecos, Bangladesh, Camboya…
¿Y cómo reacciona el ser humano ante tanta sangre y miseria? «Hay que ir llorado a esos países y situaciones, está incluido en el sueldo, de modo que te va produciendo una especie de sedimentación de la tristeza».
Sin embargo, a Leguineche le llama la atención que se mantengan conflictos como la guerra de Irak. «Me sigue pareciendo muy triste que el mundo siga embarcado en esas violencias, te llega al alma, que pase el tiempo y siga habiendo ese incontable número de muertos».
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Gente en Segovia
24.04.08
Un documental recorre 25 años del premio periodístico Cirilo Rodríguez
Manu Leguineche y Felipe Sahagún abren un trabajo en el que intervendrán los galardonados en el último cuarto de siglo
Un documental, que ha comenzado a realizarse esta semana, recogerá los 25 años del premio de periodismo en memoria de Cirilo Rodríguez, para corresponsales o enviados especiales de medios españoles en el extranjero, que este año se lo disputan el corresponsal de la Cadena Ser en Washington, Javier del Pino; el fotoperiodista y colaborador de Punto Radio, Álvaro Ybarra, y el corresponsal diplomático de “El País” Peru Egurbide.
El documental, realizado por Evaristo Canete y José Manuel Ruiz Moreno, miembros de la Academia de Televisión, coordinado por el periodista Aurelio Martín, tratará de recoger el testimonio de todos los premiados, así como de miembros del jurado y algunos finalistas, aparte de entregas, como la presidida por los Príncipes de Asturias o las audiencias ofrecidas en el Palacio de la Zarzuela. Asimismo contará con imágenes de conflictos bélicos, cedidas por el servicio de documentación de Televisión Española (TVE), que colabora en esta producción.
El trabajo de grabación comenzó como lo hará el reportaje, con un diálogo entre el primer galardonado, Manu Leguineche, en su casa de Brihuega (Guadalajara), y el tercer premiado y miembro permanente del jurado, Felipe Sahagún, profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense y miembro del consejo editorial del diario “El Mundo”.
Leguineche y Sahagún hablan de la personalidad de Cirilo Rodríguez, el segoviano universal que narró acontecimientos mundiales como la llegada del hombre a la luna. Para el veterano corresponsal de guerra y escritor vasco, los valores del periodista segoviano eran la amistad, aparte del lado profesional, “su elegancia, su generosidad, porque paseaba por Nueva York a todos, chicos y chicas de la profesión…; el verbo, la forma de hablar, todo, suponía una figura muy atractiva y era un seductor”.
Tras reconocer el valor del Premio que organiza anualmente la Asociación de la Prensa de Segovia (APS), por tratarse de “un premio de periodistas y para colegas”, Manu Leguineche recordó cuando recogió el galardón, en noviembre de 1984: “Por mi parte fue bienvenido, como estímulo, quedó grabado del todo en esta carrera de enviado especial o corresponsal de guerra, o como se llame eso…”, matizó con ironía.
En relación a si le ha marcado en su interior la presencia en guerras o situaciones de miseria, Manu Leguineche dijo que “a los conflictos hay que ir llorado, está incluido en el sueldo, pero te producen tristeza, aún ahora sigue llamando la atención guerras como las de Irak, es que no hay ninguna sangría como esa en la historia, te llega al alma que pase el tiempo y siga habiendo tantos muertos”.