CULTURA

Un sabio de la poesía áurea

El investigador cifontino José Julián Labrador es profesor emérito de la Universidad de Cleveland y está centrado en el estudio de la literatura del Siglo de Oro
El Decano de Guadalajara, 04.04.08
Raúl Conde

Repasen la bibliografía sobre poesía medieval y verán que su referencia es imprescindible. José Julián Labrador Herráiz abandonó las tierras alcarreñas y se fue a Estados Unidos, donde encontró ayuda oficial para investigar la poesía del Siglo de Oro. Nació en Castejón (Cuenca), en 1941, porque el régimen obligó a su padre a “exiliarse” en esta provincia vecina. Antes residió en Gárgoles de Abajo, Cobeta, Zaorejas, Espinosa de Henares y Almonacid de Zorita. Pero el pueblo con el que se identifica y del que siempre hace bandera es Cifuentes. Su madre era sobrina de Manuel Serrano Sanz y parienta de Layna Serrano, ambos cronistas oficiales de la provincia. El profesor Labrador admite “soy de Cifuentes por lo mucho que he jaleado el pueblo en los periódicos, en los libros, siempre que tengo una oportunidad de citarlo lo hago, “mi” castillo… pues cifontino soy, y a Cifuentes adoro, como un Calisto a su Melibea”. Ahora no vive allí, pero sigue siendo motivo de sus desvelos. Gregorio Marañón escribió de Toledo algo que Labrador podría emular en su patria chica: “en su soledad llena de profundas compañías he sentido muchas veces, durante largos años, esa plenitud maravillosa escondida en lo íntimo de nuestro ser, que no es nada positivo sino más bien ausencia de otras cosas; pero una sola de cuyas gotas basta para colmar el resto de la vida, aunque la vida ya no sea buena. Se llama esa plenitud inefable, felicidad.”

El currículo académico de José Julián Labrador asombra. No se ha prodigado en saraos culturales de Guadalajara, ni tampoco forma parte de la cultura de cuadrilla que tanto cunde en las capitales de provincia española. Va por libre, en el sentido literal del término. Su trayectoria es fecunda. En 1966 se fue a vivir junto al helado río Cuyahoga. Estudió en la Case Western Reserve University. Al terminar el doctorado en Filología Española, entró en el claustro de profesores de la Cleveland State University, en Cleveland, Ohio. Es entonces cuando comenzó una intensa actividad docente y de investigación. Monta un intercambio universitario con la villa de Cifuentes mediante el cual estudiantes de EE UU pasaban un mes de verano aprendiendo español y enseñando inglés a los jóvenes del pueblo. Al verano siguiente, un grupo de estudiantes cifontinos iba a la Universidad de Cleveland a pasar un mes estudiando inglés y familiarizándose con la cultura norteamericana. “Fue un éxito mientras duró”, confiesa.

Con una beca del Gobierno de Estados Unidos, Labrador y su discípulo Ralph A. DiFranco han creado la Bibliografía de la Poesía Áurea, base de datos digital que actualmente contiene cerca de 100.000 primeros versos en referencias cruzadas que provienen de 1267 manuscritos e impresos custodiados en 96 bibliotecas del mundo. Han dado a conocer en ediciones completas y anotadas textos de manuscritos poéticos del Siglo de Oro, la mayoría desconocidos. Se trata de un trabajo exhaustivo, riguroso, serio, que ha dado a sus autores un prestigio internacional en su ámbito de estudio. La Universidad de Sevilla ha publicado cinco ediciones suyas de textos sevillanos inéditos, copiados en códices que se hallan en Nueva York, Lisboa, Madrid y Toledo.

Su obra más reciente es la que hoy presenta en Guadalajara, en un acto en el Palacio del Infantado a partir de las siete de la tarde. La consejera de Cultura, Marisol Herrero, y el profesor de la Universidad de Alcalá José Manuel Pedrosa presentan la Justa Poética de Cifuentes, 1620, recientemente editada por el propio Labrador. El libro rememora la Justa Poética que se celebró en la villa cifontina en 1620, cuyo permiso de edición va firmado por el mismísimo Lope de Vega. Los repertorios bibliográficos indican que existen dos ejemplares, uno en la Biblioteca Nacional y otro en la Biblioteca de la Hispanic Society of America en Nueva York. Los técnicos de la Biblioteca Nacional han sido incapaces de encontrarlo, por lo que se da como desaparecido, y, en consecuencia, sólo existe un único ejemplar que fue del Marqués de Jerez, cuya biblioteca compró Huntington y se la llevó a Nueva York. Como quiera que este tipo de textos acaban enviándose a un cuarto oscuro o, como dicen los pedantes, se extravían, el propio Labrador ha conseguido los permisos necesarios para ser publicado, en colaboración con la Junta de Castilla-La Mancha. En esta nueva edición aparecen dos tomos, uno facsímil y otro en castellano moderno. Otro cifontino de pro, el ingeniero aeronáutico Antonio López Budia, coautor junto a Labrador de El cancionero sevillano de Lisboa, ya avanzó en el segundo número de la revista “Siglo XXI” (enero 2004) las claves de esta “Justa Poética que se hizo al Santísimo Sacramento en la Villa de Cifuentes”: “sería un error considerar este material inédito, hallado en los EE.UU. de América, como un episodio más o menos pintoresco de la Historia. Su descubrimiento, en definitiva, no viene sino más tarde a compensar así, de modo póstumo, el olvido flagrante con que fueron tratados”.

A pesar de su historial académico y de su capacidad intelectual, José Julián Labrador es un tipo humilde y sencillo que mantiene una energía envidiable. Trabaja de forma infatigable. Con discreción. Sin alharacas. Buceando en las bibliotecas o rastreando entre el léxico del castellano de oro. Hoy presenta la Justa Poética de su pueblo y acaba de publicar también el Cancionero autógrafo de Pedro de Padilla, un manuscrito de 1579 en la Biblioteca Real de Madrid. Pero ya tiene entre manos sus próximas obras. Para el Servicio de Publicaciones de la Consejería de Castilla-La Mancha prepara la edición del toledano Cancionero de Sebastián de Orozco; y para la Diputación de Guadalajara proyecta reeditar el interesante testimonio de Francisca Inés de la Concepción, libro rarísimo titulado Espejo de virtudes que Juan Ruiz de Pereda publicó en Toledo el año 1653. Es un documento que vincula Cifuentes, Toledo y Oropesa. Decía recientemente en “El País” el académico Francisco Rico, con ironía, que “sólo tengo dos trabajos: Petrarca y el Quijote, y una afición: dar clases en la Universidad. No he trabajado en mi vida. Nunca he hecho algo que no me apeteciera”. José Julián Labrador, que es un lujo para el estudio de las letras en Guadalajara, transmite la misma sensación. El resultado de todo ello es una obra intelectual, curtida en el hallazgo de joyas de la literatura, que no admite parangón en la provincia.