Turnismo y normalidad
Lo normal en la vida es cambiar. Y lo normal a la hora de cambiar es no tener miedo al futuro. Italo Calvino escribió en 1963 un libro titulado La jornada de un escrutador. En realidad, se refería a las experiencias vividas por un interventor electoral instalado en un establecimiento psiquiátrico. Algo novedoso. Por ahí pasaban los ciudadanos supuestamente sanos y allí les veían los ciudadanos supuestamente enfermos. El periodista Joan Barril subraya que “el interventor electoral, el simple vocal, el presidente de mesa, se ven en la obligación cívica de levantarse muy temprano en un día festivo. Los vocales y los presidentes saben que, de no hacerlo, les caerá encima una enorme multa y un sinfín de complicaciones”. En cambio, en los pueblos de Guadalajara todo parece más sencillo.
Primera hora de la mañana del domingo pasado. El termómetro marca dos grados bajo cero en la plaza Mayor de un pueblo de la Sierra de Guadalajara. El alcalde abre el salón de actos del Ayuntamiento. Los tres miembros de la mesa electoral sacan las urnas y colocan todas las papeletas en la cabina para ejercer el voto. Hace frío, aunque ha salido el sol. El tiempo puede decidir la participación en unas elecciones generales, pero en un pueblo pequeño da igual. Casi siempre votan lo mismos. El censo marca 110 ciudadanos. “Aquí suelen votar unos 80”, sentencia el alcalde. Clavado. Al final de la jornada fueron 82 los votantes. “Eso sí que es fiabilidad en los sondeos y no las encuestas de la tele”, espeta un apoderado del PSOE. Llega la hora punta del voto: antes y después de misa. Entonces explota el rito de lo que en el pueblo llaman, a secas, las votaciones. Saturnino, uno de los más longevos de la villa, saca sonriendo su carné y entrega los sobres. Es curioso cómo la gente de los pueblos, que ha pasado la mayor parte de su vida bajo el yugo de una dictadura, cumple ahora fielmente con las elecciones. No suelen fallar. Los que se abstienen son los más jóvenes, quizá porque como dijo Alfonso Guerra la libertad sólo se valora cuando la pierdes. Algunas de las personas mayores clavan la mirada en las papeletas y no la desvían hasta que el presidente no ha metido los sobres en la urna. La clavan de forma especial. En silencio y con gesto serio. Como si no se fiaran. El voto es secreto, pero las caras son cristalinas. “Hace más de treinta años ni sabíamos lo que era una urna”, confiesa uno de ellos. Llega la hora de comer y el restaurante del pueblo baja una paella y unos platos de jamón y queso. Desde las tres hasta las cinco no vota nadie. La siesta es sagrada y el sol desaparece. Las horas se hacen menos eternas hablando incluso de política. “No sé chico, pero noto el ambiente muy cargado, me parece que como no se pongan de acuerdo vamos mal”, advierte el interventor ‘popular’. Un miembro de la mesa asegura que Zapatero ha sido demasiado cabezón y Rajoy se ha pasado en insultos. Alguien sirve más café cuando dos agentes de la Guardia Civil, muy jóvenes y con acento andaluz, paran su Patrol delante del Ayuntamiento, preguntan qué tal va la cosa y dejan un papelito con su teléfono “por si hubiera algún problema”.
Al cierre del colegio electoral, se hace el silencio y una veintena de vecinos congregados vuelven a fijar su mirada en las urnas. Llama la atención la forma concentrada en que lo hacen. Sus ojos dejan de parpadear. Es como si alguno de ellos fuera a lanzar un penalti. Almudena Grandes cuenta que “de derby en derby, las campañas electorales se parecen cada vez más a la Liga de Fútbol. Los grandes partidos alimentan mutuamente esa similitud, que les favorece por igual, y los ciudadanos se identifican con ella para no complicarse la vida”. En el Congreso gana por goleada el PP, algo común en la mayoría de los pueblos de menos de 150 habitantes en las cuatro comarcas de la provincia. La candidatura encabezada por Echániz barre. La que lidera Alique se queda sin fuelle, y ya van cuatro veces seguidas. En el recuento del Senado, las carcajadas se disimulan cuando el presidente anuncia algunos de los nombres votados, como el candidato del Partido Antitaurino y contra el Maltrato Animal, el Partido Familia y Vida o Los Verdes. “¿Ande están esos?”, pregunta uno de los apoderados buscando sus casillas para anotar los resultados. En el agro, lejos del ruido de las tertulias, es donde más rápido cabalga la vuelta al bipartidismo de la Restauración. Una especie de turnismo del siglo XXI, pero con los nacionalistas salpicando el sistema político copado por los dos principales partidos. En los pueblos nunca hubo matices, ni siquiera entre liberales y serviles. A partir de ahora tampoco en la ciudad. El juez y el cartero, pasadas las diez, llevan las actas a la Junta Electoral de zona. Un rato más tarde se conoce el desenlace. “Ha ganado Zapatero, pero en el PP están contentos”, dice uno de los presentes tomando un botellín. Pocas horas después, Juan Cruz escribía en su blog de El País: “Si me permiten esta obviedad, ganó ayer la normalidad democrática en España”. Acaso lo mejor para todos.