Fernando Borlán, el verso hecho eternidad
“¿Cuánto dura hoy la necrológica de un poeta, incluso de un buen poeta? Nada, o menos que nada, sobre todo si cae en el sumidero del periódico. Hasta hace poco el periódico era un contenedor; ahora es un desagüe”. Así empezaba esta semana el escritor Juan José Millás su columna en una revista de actualidad. Trazamos estas líneas desafiando el desprestigio de los periódicos. Unos periódicos, por cierto, con los que Fernando Borlán mantuvo una excelente relación. Siempre atento. Siempre participativo. Siempre con el oído puesto para recoger experiencias que llevar a sus versos.
Una cuidadosa descripción de Fernando Borlán publicada por la enciclopedia digital Wikipedia, probablemente escrita por una persona cercana al profesor, repasa las fechas clave de su trayectoria vital. Natural de Galleguillos de Campos, en León, de joven estudió con los maristas en Tuy llegando incluso a consagrarse al servicio de la Iglesia, pero a comienzos de los años 50, rompe con el ámbito religioso que le rodea lo que supone un acercamiento al mundo marxista de la época.
En enero del 1954 se trasladó a Colmenar Viejo para hacer el servicio militar.Al acabar el campamento le destinan al Cuartel del Conde Duque y da clase a los cabos. En otoño de 1955, Borlán descubre la Cripta de Don Quijote en el desaparecido Café de Levante. Allí se reunía con varios poetas y humoristas de La Codorniz donde conocerá a uno de sus grandes amigos, José Durán. Licenciado del servicio militar comienza a trabajar en el diario El Alcázar y pocos meses después colabora con Diez Minutos. En 1961 se casó y estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Oviedo. Poco antes de la muerte de Franco, Borlán se traslada a San Lorenzo de El Escorial donde es destinado como secretario al instituto Juan de Herrera. En estos meses publica su primer poemario Por la noche y en medio de la calle y se dedica a recorrer las emisoras de Madrid recitando sus poemas. Es así como contacta con Rafael Montesinos, Octavio Uña, Manuel Hidalgo, Claudio Rodríguez, Rafael Morales o Luis Rosales. Posteriormente, a finales de los setenta, se incorpora al instituto Eijo y Garay en Madrid.Aquí conoce a Ángela Bautista y Rosalía Vallejo con quienes funda la revista La cuadratura del círculo. En 1980 se muda a Las Rozas donde tiene como alumno a Benjamín Prado y en donde frecuenta el Rincón del Arte y la Asociación Prometeo de poesía.
En Guadalajara
Finalmente, en 1982, Fernando Borlán fija su residencia definitiva en Guadalajara. Es trasladado al instituto de secundaria “Brianda de Mendoza” y allí permanece hasta su jubilación. En Guadalajara ha dejado una huella imborrable. Se afilia al grupo literario Enjambre y junto con Alfredo Villaverde realiza una selección de poesía castellana editada bajo el título Y nació la trova en Castilla. En 1985 publica su segundo poemario, Cántico carnal. Durante la década de los ochenta funda con Mariluz Adama y Francisco Núñez el grupo GENS, que mezcla poesía, imagen y sonido. Además, impulsa la creación de una radio en el instituto en el que trabaja. En 1990 crea con Alfredo Villaverde y Francisco Núñez la colección El semáforo verde en donde publica su siguiente poemario Taberna de humo y sueño. Este fue el título, también, de su columna de opinión en el periódico local El Decano. Su director, Santiago Barra, le recordaba en un sentido artículo: “Es difícil morirse, sí, pero tiene que ser un poco menos cuando se ha sabido vivir. Y Fernando Borlán fue un hombre que contagiaba vitalidad a todo aquel que formaba parte de su mundo. Fernando era un heterodoxo. Un tipo políticamente incorrecto de la añeja acracia valleinclanesca. A Guadalajara llegó como catedrático de Literatura al instituto “Brianda de Mendoza”, y en poco tiempo era el profesor más popular del centro. Seguro que no era el catedrático más escrupuloso a la hora de cumplir con el programa y la burocracia, pero lo compensaba con creces porque enseñaba a pensar a sus alumnos. Y a ser críticos. Era de la escuela de Unamuno. Descreído e irónico. Una especie que ya no se lleva”.
En el “Brianda de Mendoza” fue uno de sus profesores más carismáticos. Estuvo implicado en un sinfín de actividades. Especialmente, en teatro, donde coincidió con María Pedroviejo y Carlos Alba. O con Radio Arrebato. Fernando Rojo ha escrito: “Sin Fernando Borlán, Radio Arrebato no habría pasado de ser un experimento estudiantil de una semana cultural o, a lo sumo, de un curso académico. Fue él quien reclutó de entre sus alumnos de Lengua y Literatura a la mayoría de los que fuimos primeros locutores. Fue él quien convenció al Instituto de que nos dejaran emitir, primero desde el aula de música, y después desde el despachito en el que nos encontramos actualmente. Y fue él, más que nadie, quien dio la cara por Radio Arrebato en los tiempos difíciles de la clausura, fue él quien nos movilizó para protestar en la calle y quien le echó bemoles para reabrir unos meses más tarde”. Tras la presentación de Clásicos por la calle, un espectáculo lírico, escribió su tercer poemario: Zálata. En 1998 sacó a la luz su primera novela El arcón de la Argamasilla. En 2007 apareció una edición de todas sus poesías bajo el título de Poesías Completas (Diputación de Guadalajara) realizada por el doctor Carlos Alba y donde se ofrece la primera biografía del autor de donde se han extraído estas notas. El instituto “Brianda de Mendoza” le tributó un homenaje antes de fallecer. El Ayuntamiento de Guadalajara ha decidido dedicarle una calle.
La ausencia de Fernando Borlán ha dejado herida a la poesía de Guadalajara. No es habitual encontrar en la literatura local un poeta de su talla. Además, nunca se escondió en su compromiso intelectual. Ni siquiera descuidó las pequeñas cosas cotidianas que, en definitiva, se convierten en fuente de inspiración de poetas. Igual que hacía Pepe Hierro en los bares de Atocha, Borlán acudía cada mañana al Manhattan y a los bares de Guadalajara, donde ha trufado una poesía alentada por el alma de la gente.