La fraternidad del crimen
El diario ‘Reforma’ es una cabecera principal de la prensa de México. Sergio González, uno de sus consejeros editoriales, es un periodista de tronío, de los de antes. Hace unas semanas estuvo de visita en España presentando su libro “Huesos en el desierto” (Anagrama). El relato es descorazonador porque el tema central afecta a los bajos instintos del ser humano. El ejercicio profesional del autor se me antoja soberbio, raro en estos tiempos y un servicio público impagable. Le puede costar la vida.
Resulta que, según los reportajes que ha publicado el citado, a día de hoy más de trescientas mujeres han sido asesinadas en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, una zona fronteriza con EEUU en la que abundan las mujeres estudiantes u obreras que buscan un empleo precario. Hablamos de “orgías sacrificiales vinculadas al narcotráfico y al crimen organizado en México”. Secuestran a las chicas, las torturan, las violan, las estrangulan y dejan el cuerpo tirado en el desierto en la periferia urbana. La precisión de los análisis repugna: “Les llenan el cuerpo de cortes, les muerden los pezones y se los arrancan o les mutilan los senos. Además son sometidas a todo tipo de violación y, según describen los expertos, mientras lo hacen las estrangulan para que el cuerpo de la víctima se convulsione”. Produce absoluto pavor releer esta declaración. Tanto o más como la denuncia posterior de complicidad a varios miembros del ‘establishment’. “Es una acusación muy grave”, replica la entrevistadora en ‘La Vanguardia’. Contesta el entrevistado: “Hay corrupción a nivel local, estatal y federal por parte de policías y funcionarios que protegen a los criminales a cambio de dinero y que muchas veces participan en este tipo de actos de fraternidad asesina”. Fraternidad asesina. Impáctense con esta expresión. Unos tipos mafiosos y drogadictos que ejecutan un ritual etnosatánico entablando “una suerte de fraternidad entre ellos, la fraternidad del crimen”. Constituye un ejemplo extremista del tiempo que nos ha tocado vivir, pero es una realidad que existe. Desde un punto de vista antropológico es fácil de explicar. El crimen une mucho porque, en el fondo, el enemigo siempre es el mismo: un estado, un colectivo, una persona. Steiner, como recodaba hace unos días el maestro Jiménez Lozano, hacía siempre preguntas muy radicales. Es mucho peor no hacérselas. Las respuestas siguen en la calle.
Algo es indiscutible: la veracidad de las palabras de González. Su libro lo demuestra. Aporta fechas, nombres y documentos en una labor descomunal de investigación periodística. “En junio de 1999, el taxista que me llevaba a casa, cómplice de los criminales, se detuvo. Subieron dos individuos armados, me pegaron con las pistolas y me clavaron un picahielo en la pierna; luego me tiraron en la calle con conmoción cerebral”. El periodismo es un oficio arriesgado, decían los clásicos. No lo es para los redactores de corbata y croissant. Lo sigue siendo dependiendo en qué país ejerzas. Julio Fuentes y Miguel Gil sabrían de lo que hablo. Y López de la Calle. ¿Qué podemos hacer frente a toda esa bajeza? Escuchar, ver, comparar, escribir, hablar. Si te cortan las pelotas, por lo menos que haya servido para algo. En México, desde luego, vemos que no. Decenios enteros soportando el nepotismo del PRI, para que después venga un sucedáneo y humille la confianza del pueblo. El periodista Sergio González puede tener miedo, pero ha cumplido con su deber. No todos pueden decir lo mismo.