Manu Leguineche

17 noviembre 2007

MARTÍN PRIETO

Leguineche y el club de los faltos de cariño

EL PURGATORIO DE LOS LIBROS
El Mundo, 18.02.2007
Martín Prieto

El Club de los Faltos de Cariño

Autor: Manuel Leguineche. / Editorial Seix Barral, 2007.

Manuel Leguineche es el dinosaurio perdido del periodismo español. Lo escribo no porque haya perecido en alguna glaciación, sino porque, como el popular apelativo de monstruo, es un número uno entre los unos, totalizador, inabarcable. Este vasco de Arrazua (Vizcaya), siendo muy tímido, tuvo dudas existenciales juveniles y, sin saber conducir ni cambiar una rueda de coche, se enroló sin dinero en una expedición de periodistas que daban la vuelta al mundo en un jeep y una roulotte.

En el desierto de Tripolitania, un parque temático de chatarra militar de la Segunda Guerra Mundial, acamparon de noche para descubrir al amanecer que lo habían hecho sobre un campo de minas. Salieron temblando, como pisando huevos por las pistas de rodadura ya holladas. También se aprende a sobrevivir cuando una mona indostánica se come tu pasaporte. El camino más corto (dar la vuelta al mundo en precario es la forma más rápida de conocerte a ti mismo) en el que narraba sus dos años de travesías intercontinentales, fue una Biblia del periodismo de campaña. Cuando mi esposa vino a Madrid no le regalé La España invertebrada, de Ortega, o cualquier discurso al uso, sino el libro de Leguineche, que le entusiasmó de tal modo que no paró hasta conocer al autor; de una grata velada conservo un sello chino adquirido en una de sus correrías.

Este hombre cuya patria han sido sus zapatos, habita ahora una casona en Brihuega (Guadalajara, La Alcarria) que también viene de lejos. Escuela de gramáticos en el siglo XVI, fue restaurada por doña Margarita de Pedroso, hija de una princesa rumana y un aristócrata español, y amante platónica de Juan Ramón Jiménez. Los árboles están bautizados y así el nogal es Pío Baroja, el ciprés es Miguel Delibes, un laurel, Unamuno, el pino, Azorín, la higuera, Hemingway, el ciruelo, Josep Plà, y el magnolio, Lin Yutang, lo que nos desvela algunos de los mitos literarios del habitante. El casero también tiene un armario inmemorial de tres cuerpos que gime solo, cruje, suspiran sus maderas como si no encontraran acomodo, y con el que debe ser inquietante cohabitar.

En Madrid proliferan los clubes de desesperados y de poetas muertos, como el Club de los violinistas del Titanic, formado por periodistas autocompasivos. Leguineche fundó hace años en Madrid El club de los faltos de cariño (Seix Barral), del que es socio honorario Nelson Mandela, y cuyos últimos socios son la gata Muki y el pato Toribio, huéspedes del autor, una por insaciable y otro por falta de pata. El libro es inclasificable. Serían unas antimemorias desglosadas en gregarias como las de Ramón Gómez de la Serna y textos de dos o tres folios rememorativos de las sorprendentes aventuras de la vida, sobre todo si no las buscas.

Melancólico, con una buena carga de escepticismo hacia el género humano, es también una artesa rebosante de ternura y piedad. Es Ulises volviendo a Itaca tras la guerra de Troya. La obra está estructurada de forma que se puede leer en una noche sin que nos vele el sueño o en Metro o autobús cogiendo y dejando los epígrafes. Así puedes leer como en salmos o tantras: «Mi querida amiga Dolores corta el queso como si pasara páginas de la Biblia». O: «Los verdes sólo ganarán cuando voten los árboles». O: «Empieza el frío nocturno y se han pasmado los tomates». El cajón de sastre del periodista es insondable.

Sobre el periodismo es razonablemente desdeñoso y recuerda a Mark Twain: «El periodismo es explicar que acaba de morir el señor Jones a un lector que no sabía quién era el señor Jones». Las tiene peores el genio americano: «Espero en que pese a mis muchos pecados Dios no me castigue haciéndome director de un periódico». Y le castigó. De la hemeroteca del autor: «Titular: Un obrero muerto a hachazos. La policía no descarta la tesis del suicidio». Otro que tal: «Calma total en las fronteras de Pakistán, 200 muertos». O «La policía no ha encontrado ninguna huella sospechosa sobre el cadáver, salvo un hacha clavada en la base del cuello». También hay cosas peores y en un periódico español se escribió bajo la foto de la boda de la hija del dueño: «Deseamos a los recién casado una ‘picha’ larga y duradera». Yo creo que todas la erratas son intencionadas.

Me escapé del hotel Carrera de Santiago de Chile por no encontrarme con Oriana Falacci, que me producía migraña. Manu Leguineche la ha sufrido más que nadie, al margen de sus ocasionales amantes, pero la respeta en recuerdo de su voluntarismo de mula y su increíble vitalidad. El autor nos desvela que coqueteaba con el premio Nobel de Literatura. Se extiende más en un retrato impagable sobre Luis Calvo, ex director de ABC, espía nazi en Londres y corresponsal por el mundo en guerra después de cumplidos los 80 años.

En Bangkok se esperaba con toda pompa al diplomático ecuatoriano Galo Plaza en misión de Naciones Unidas. En el hotel le pidieron a Calvo que enseñara al servicio algunas palabras amables en español. Los reunió: «Todos a una: polla, cabrón, polla, cabrón», hasta que lo recitaron. Galo Plaza alucinó ante tan explícito recibimiento.

No creo que al gran periodista le falte cariño, por si le sobra algo pido mi ingreso en el clan de los faltos de cariño, con plaza extensiva para mi mujer y mi perra Blondy (como la de Hitler), pero esto último me parece imposible.